Escenario

VIDA BREVETodos somos diferentes

Hay dos clases de escritores. Los que lo son y los que no lo son. En los primeros el contenido y el estilo van unidos como alma y cuerpo; en los segundos son sólo cuerpo y vestido, lo decía Karl Kraus en sus aforismos y paradojas.

La máxima del joven Jean-Paul era: ?Escribir libros para poder comprar libros?. La máxima de nuestros escritores jóvenes es recibir libros regalados para poder escribir libros, (copiándolos).

Existe una gran tradición narrativa japonesa. Parece que la ansiedad de la tradición es un fenómeno reciente, de los últimos siglos, desde que los escritores hemos sentido que no hay nada nuevo bajo el sol y que todo ya está dicho.

Por temor de perderse en el laberinto de las palabras ya escritas, y de no poder decir nada nuevo, la tradición parece ser un campo más ligero para la pluma y también para el pincel.

En realidad la cantidad de palabras ya escritas, y los paisajes ya pintados, exigen escribir algo nuevo o lo mismo con un nuevo espíritu y así hemos vuelto a las viejas culturas en poemas, imágenes, dibujos y obras musicales al retomar tópicos de la literatura de otras épocas y arte de otros continentes.

En este aspecto se viaja con la pluma a lejanos países o territorios y el lector occidental recorre el tiempo de los griegos y los romanos, se desplaza hacia la Edad Media, busca la literatura de la India y se pierde en un tiempo desconocido de leyendas, mitos y tradiciones de otros pueblos, como los chinos o los japoneses.

La literatura de estos pueblos asiáticos tiene una sensibilidad especial hacia las cosas. Para ellos la belleza está herida de muerte, es efímera y el japonés no llega a apreciarla sin pensar que todo aquello que es bello no ha de durar.

El niño muy hermoso suscita el pensamiento de que probablemente no vivirá mucho, porque la belleza no es de este mundo. Aquí notamos la influencia budista, la necesidad de renunciar a todas las ataduras, o sea un gesto de profundo respeto ante la nada, en vista del carácter efímero de las cosas.

Un escritor amigo me decía que en los días de primavera muchos japoneses salen de la ciudad para ver florecer los cerezos, con lágrimas en los ojos, porque saben que su flor es flor de un día.

Hay mucha nostalgia en la literatura oriental en el período de la edad moderna o globalización, por un pasado glorioso y de ahí la vuelta a las tradiciones de su literatura, como una flecha que atraviesa las realidades de nuestro tiempo, al representar el mundo.

La belleza está herida de muerte y una melancolía surge de esta forma de ver las cosas, y de las cosas mismas, como de las rosas marchitas.

Los árboles florecen por doquier, pero las culturas son diferentes, como también lo son las religiones que se estrellan contra la aridez de los suelos con las ramas arrastradas por los vientos.

Todos recibimos la vida a cuentagotas, como un ensayo de existencia. Acabamos valorando las cosas de diferente manera, las que influyen en nuestro pensamiento en su máxima floración.

Unos viven con un profundo apego a la vida, otros ?islámicamente? la sacrifican para atrapar el cielo con sus recompensas.

Los fakires se hunden clavos de hierro en los brazos y los occidentales no quieren que su vida se apague aun cuando llegan a los cien años de edad y hasta en sus últimos momentos de vida quieren seguir trabajando.

En síntesis: Los hombres son como son, lo que equivale a admitir que todos somos diferentes.

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