PLUMA INVITADA

Estamos a punto de averiguar qué pasa cuando la privacidad desaparece casi por completo

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Cuando veo una de esas vallas publicitarias en las que se lee: “Privacidad. Eso es iPhone”, me invaden unas ganas de arrojar mi propio iPhone a un río… de lava.

' Este es un mundo en el que la privacidad simplemente ya no existe.

Alex Kingsbury

Eso no se debe a que el iPhone sea mejor o peor que otros teléfonos inteligentes en lo que respecta a la privacidad digital. (Elegiría un iPhone sobre un celular Android sin chistar; disfruto la ilusión de tener control sobre mi vida digital tanto como el resto de las personas).

Lo que me enfurece es la idea de que llevar conmigo el dispositivo de rastreo y monitoreo más sofisticado jamás forjado por la mano de la humanidad sea congruente con lo que entendemos por privacidad. No lo es. Al menos no con cualquier concepto de privacidad que nuestra especie tuviera antes del iPhone.

Reconciliar la idea de privacidad con nuestro mundo digital exige adoptar una disonancia cognitiva profunda. Existir en 2022 es ser vigilado, rastreado, marcado y monitoreado (en la mayoría de los casos, con fines de lucro). A menos que optes por vivir desconectado, no hay manera de evitarlo.

Consideremos tan solo lo ocurrido la semana pasada: Apple lanzó una actualización de software no planeada para sus iPhones, iPad y Mac con el objetivo de eliminar vulnerabilidades que la compañía afirma podrían haber sido aprovechadas por hackers sofisticados. La semana previa a eso, un exingeniero de Google descubrió que Meta, la compañía matriz de Facebook e Instagram, estaba usando una porción de código para rastrear a los usuarios de las aplicaciones de Facebook e Instagram a través de internet sin su conocimiento. En Grecia, el primer ministro y su gobierno se han visto inmersos en un escándalo creciente en el que se les acusa de espiar los teléfonos inteligentes de un líder de la oposición y un periodista.

Además, este mes, Amazon anunció que crearía un programa llamado “Ring Nation” (algo parecido a “America’s Funniest Home Videos”, elaborado con grabaciones hechas por los timbres Ring de la empresa). Estos timbres con video integrado, vendidos por Amazon y otras compañías, observan ahora a millones de casas en Estados Unidos y a menudo los utilizan los departamentos de policía en la práctica como redes de vigilancia. Todo, por supuesto, con la misión de combatir al crimen.

Si retrocedemos un poco, podremos darnos cuenta de que este es un mundo en el que la privacidad simplemente ya no existe. En lugar de hablar sobre antiguas nociones de privacidad y cómo defender o volver a ese estado ideal, debemos comenzar a hablar sobre qué es lo que sigue.

Esa realidad se está volviendo más evidente para los estadounidenses tras la decisión de la Corte Suprema sobre el caso Dobbs, que eliminó el derecho federal al aborto. Ahora, los ciudadanos entienden que los datos de ubicación, las búsquedas en internet y el historial de compras de su teléfono móvil pueden ser utilizados por la policía (en especial, en estados que no protegen el derecho al aborto y en los que las mujeres pueden ser perseguidas por sus decisiones de atención a la salud). Si los tribunales en algún momento defendieron el derecho al aborto como parte de un derecho más extenso a la privacidad, al eliminar de golpe ese derecho, la Corte Suprema liderada por el magistrado John Roberts también hizo pedazos muchas de las concepciones de privacidad que tenían los estadounidenses.

En 2019, la sección de Opinión de The New York Times investigó la industria de seguimiento y localización. Un grupo de denunciantes nos dio un conjunto de datos que incluía millones de “pings” de celulares individuales cuando sus dueños se trasladaban diario al trabajo, a iglesias y a mezquitas, así como a clínicas donde se practica el aborto, al Pentágono e incluso a los cuarteles de la CIA. El Comité Editorial escribió: “Si el gobierno ordenara a los estadounidenses proporcionar de manera continua información tan precisa y en tiempo real sobre ellos mismos, habría una revuelta”.

Aun así, a pesar de años de diálogo, el Congreso no está más cerca ahora de aprobar una legislación sólida sobre privacidad de lo que estaba hace dos décadas cuando la idea surgió por primera vez. Incluso sus pequeños pasos no son alentadores. Dos proyectos de ley en la sesión actual buscan eliminar algo de este monitoreo masivo en torno al aborto y la salud reproductiva en particular, aunque no es probable que alguno sea aprobado.

Uno de ellos, la ley llamada la Cuarta Enmienda no está a la venta, evitaría que las fuerzas del orden y otras agencias gubernamentales compraran datos de ubicación y otra información sensible a vendedores de datos. El otro, la Ley mi cuerpo, mis datos, prohibiría que las compañías tecnológicas guardaran, utilizaran o compartieran cierta información de salud personal sin permiso por escrito. Ninguna iniciativa evitaría que agentes policiacos con una orden de la corte obtuvieran dicha información.

Algunas compañías tecnológicas, como Google, han anunciado medidas voluntarias para proteger algunos datos de los usuarios respecto al cuidado de la salud reproductiva. Un grupo compuesto por cientos de empleados de Google está circulando una petición para fortalecer las protecciones a la privacidad para usuarios que buscan información sobre el aborto a través de su motor de búsqueda.

No obstante, incluso si esas propuestas son aprobadas y algunas compañías tecnológicas dan más pasos, simplemente hay demasiadas empresas tecnológicas, entidades gubernamentales, vendedores de datos, proveedores de servicios de internet y otros que rastrean todo lo que hacemos.

Proteger la privacidad digital no está entre los intereses del gobierno y a los votantes parece no importarles mucho la privacidad. Tampoco les interesa a las compañías tecnológicas, que venden los datos privados de los usuarios a anunciantes. Hay demasiadas cámaras, antenas celulares y motores de inteligencia artificial inescrutables en operación como para poder vivir sin ser observados.

Durante años, defensores de la privacidad, quienes previeron los esbozos del mundo vigilado en el que vivimos ahora, advirtieron que la privacidad era un prerrequisito necesario para la democracia, los derechos humanos y un florecimiento del espíritu humano. Estamos a punto de averiguar qué pasa cuando la privacidad desaparece casi por completo.

 

*©2022 The New York Times Company

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Estamos a punto de averiguar qué pasa cuando la privacidad desaparece casi por completo

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Cuando veo una de esas vallas publicitarias en las que se lee: “Privacidad. Eso es iPhone”, me invaden unas ganas de arrojar mi propio iPhone a un río… de lava.

Eso no se debe a que el iPhone sea mejor o peor que otros teléfonos inteligentes en lo que respecta a la privacidad digital. (Elegiría un iPhone sobre un celular Android sin chistar; disfruto la ilusión de tener control sobre mi vida digital tanto como el resto de las personas).

Lo que me enfurece es la idea de que llevar conmigo el dispositivo de rastreo y monitoreo más sofisticado jamás forjado por la mano de la humanidad sea congruente con lo que entendemos por privacidad. No lo es. Al menos no con cualquier concepto de privacidad que nuestra especie tuviera antes del iPhone.

Reconciliar la idea de privacidad con nuestro mundo digital exige adoptar una disonancia cognitiva profunda. Existir en 2022 es ser vigilado, rastreado, marcado y monitoreado (en la mayoría de los casos, con fines de lucro). A menos que optes por vivir desconectado, no hay manera de evitarlo.

Consideremos tan solo lo ocurrido la semana pasada: Apple lanzó una actualización de software no planeada para sus iPhones, iPad y Mac con el objetivo de eliminar vulnerabilidades que la compañía afirma podrían haber sido aprovechadas por hackers sofisticados. La semana previa a eso, un exingeniero de Google descubrió que Meta, la compañía matriz de Facebook e Instagram, estaba usando una porción de código para rastrear a los usuarios de las aplicaciones de Facebook e Instagram a través de internet sin su conocimiento. En Grecia, el primer ministro y su gobierno se han visto inmersos en un escándalo creciente en el que se les acusa de espiar los teléfonos inteligentes de un líder de la oposición y un periodista.

Además, este mes, Amazon anunció que crearía un programa llamado “Ring Nation” (algo parecido a “America’s Funniest Home Videos”, elaborado con grabaciones hechas por los timbres Ring de la empresa). Estos timbres con video integrado, vendidos por Amazon y otras compañías, observan ahora a millones de casas en Estados Unidos y a menudo los utilizan los departamentos de policía en la práctica como redes de vigilancia. Todo, por supuesto, con la misión de combatir al crimen.

Si retrocedemos un poco, podremos darnos cuenta de que este es un mundo en el que la privacidad simplemente ya no existe. En lugar de hablar sobre antiguas nociones de privacidad y cómo defender o volver a ese estado ideal, debemos comenzar a hablar sobre qué es lo que sigue.

Esa realidad se está volviendo más evidente para los estadounidenses tras la decisión de la Corte Suprema sobre el caso Dobbs, que eliminó el derecho federal al aborto. Ahora, los ciudadanos entienden que los datos de ubicación, las búsquedas en internet y el historial de compras de su teléfono móvil pueden ser utilizados por la policía (en especial, en estados que no protegen el derecho al aborto y en los que las mujeres pueden ser perseguidas por sus decisiones de atención a la salud). Si los tribunales en algún momento defendieron el derecho al aborto como parte de un derecho más extenso a la privacidad, al eliminar de golpe ese derecho, la Corte Suprema liderada por el magistrado John Roberts también hizo pedazos muchas de las concepciones de privacidad que tenían los estadounidenses.

En 2019, la sección de Opinión de The New York Times investigó la industria de seguimiento y localización. Un grupo de denunciantes nos dio un conjunto de datos que incluía millones de “pings” de celulares individuales cuando sus dueños se trasladaban diario al trabajo, a iglesias y a mezquitas, así como a clínicas donde se practica el aborto, al Pentágono e incluso a los cuarteles de la CIA. El Comité Editorial escribió: “Si el gobierno ordenara a los estadounidenses proporcionar de manera continua información tan precisa y en tiempo real sobre ellos mismos, habría una revuelta”.

Aun así, a pesar de años de diálogo, el Congreso no está más cerca ahora de aprobar una legislación sólida sobre privacidad de lo que estaba hace dos décadas cuando la idea surgió por primera vez. Incluso sus pequeños pasos no son alentadores. Dos proyectos de ley en la sesión actual buscan eliminar algo de este monitoreo masivo en torno al aborto y la salud reproductiva en particular, aunque no es probable que alguno sea aprobado.

Uno de ellos, la ley llamada la Cuarta Enmienda no está a la venta, evitaría que las fuerzas del orden y otras agencias gubernamentales compraran datos de ubicación y otra información sensible a vendedores de datos. El otro, la Ley mi cuerpo, mis datos, prohibiría que las compañías tecnológicas guardaran, utilizaran o compartieran cierta información de salud personal sin permiso por escrito. Ninguna iniciativa evitaría que agentes policiacos con una orden de la corte obtuvieran dicha información.

Algunas compañías tecnológicas, como Google, han anunciado medidas voluntarias para proteger algunos datos de los usuarios respecto al cuidado de la salud reproductiva. Un grupo compuesto por cientos de empleados de Google está circulando una petición para fortalecer las protecciones a la privacidad para usuarios que buscan información sobre el aborto a través de su motor de búsqueda.

No obstante, incluso si esas propuestas son aprobadas y algunas compañías tecnológicas dan más pasos, simplemente hay demasiadas empresas tecnológicas, entidades gubernamentales, vendedores de datos, proveedores de servicios de internet y otros que rastrean todo lo que hacemos.

Proteger la privacidad digital no está entre los intereses del gobierno y a los votantes parece no importarles mucho la privacidad. Tampoco les interesa a las compañías tecnológicas, que venden los datos privados de los usuarios a anunciantes. Hay demasiadas cámaras, antenas celulares y motores de inteligencia artificial inescrutables en operación como para poder vivir sin ser observados.

Durante años, defensores de la privacidad, quienes previeron los esbozos del mundo vigilado en el que vivimos ahora, advirtieron que la privacidad era un prerrequisito necesario para la democracia, los derechos humanos y un florecimiento del espíritu humano. Estamos a punto de averiguar qué pasa cuando la privacidad desaparece casi por completo.