El niño, en lugar de estar somnoliento, se activa para no dormirse, y se vuelve más inquieto y más irritable. Por tanto, el llanto y la inquietud son síntomas que a menudo se asocian a la falta de sueño y descanso óptimos en estas edades.
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Pero no solo esa es la consecuencia de un mal descanso nocturno en edades iniciales. La lista de problemas es interminable y a medida que estudiamos el sueño infantil, ésta se amplia:
1. Los pediatras han observado que los niños con ritmos perturbados de sueño presentaban entre los dos y los cuatro años más casos de otitis, rinofaringitis y enuresis nocturna de repetición que la media.
2. Estudios recientes demuestran que los niños que duermen menos horas de las aconsejadas tienen peores calificaciones en la escuela y déficits muy significativos en el aprendizaje y la expresión del lenguaje, cuando se les valora a los seis años.
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3. La falta de atención, mayor dependencia de quien lo cuida, los problemas de crecimiento, la mayor probabilidad de obesidad infantil, dolores de cabeza, inseguridad, timidez, peor carácter y baja tolerancia a la frustración y, ya en edades más avanzadas, el fracaso escolar, son otras graves consecuencias derivadas de un mal sueño durante la infancia.
Sin embargo, el problema más preocupante es que se ha demostrado que el déficit de sueño durante los primeros 3 años ya no es recuperable después. Existe un período crítico del desarrollo en el inicio de la infancia donde dormir poco es particularmente dañino para algunos aspectos de su evolución, incluso a pesar de que el tiempo de sueño se normalice más tarde.
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Un niño que a los 5 años no ha superado sus dificultades para dormir tiene muchas más probabilidades de padecer trastornos del sueño el resto de su vida.
Igualmente importante es el saber dónde debe dormir el bebé. Muchos padres optan por tener al recién nacido en su propia cama durante las primeras semanas. Ésa no es una buena elección, porque a las pocas semanas se habrá convertido en una costumbre difícil de erradicar
Hay que ser conscientes de que un bebé tiene unas particularidades dimensionales y fisiológicas que hacen que necesite un soporte de descanso específico. Mejor que la opción anterior es instalar al bebé en la habitación de los padres pero en su propia cuna, de menores dimensiones, donde se sentirá tan confortable como en el claustro materno. Aún así, lo recomendable es que a partir del tercer mes el niño duerma ya en su propia habitación y una vez tenga ya el hábito de dormir bien aprendido.
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Así pues, hay que facilitar las condiciones óptimas para que puedan dormir cuanto necesiten en esta etapa crucial de su desarrollo. Por tanto, brindarles la oportunidad de dormir suficiente y de manera óptima cada noche durante los primeros años constituye un seguro de vida para ellos.
En conclusión, el sueño tiene que ser una prioridad para toda la familia. Los padres deben tener rutinas y horarios de sueño regulares y consistentes.
La investigación ha demostrado el gran impacto que dormir bien tiene sobre el humor, la atención, el aprendizaje y el desarrollo de los niños, sin mencionar la falta de descanso en los padres, por lo que, ahora más que nunca, es imprescindible tener claro que dormir mejor, sobre todo en la infancia, es salud.