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Guatemala en morado y café

Morado y café es el cierre de este especial en el cual, durante seis semanas, hemos tenido pinceladas de los matices que nos rodean, a través de costumbres, paisajes, sabores, patrimonio y naturaleza de Guatemala.

A lo largo del año, según la región y el  tipo de cultivo se pueden observar campos recién arados, listos para la siembra. Al caer la lluvia se percibe ese aroma tan esperanzador que llena de vida.  (Foto Prensa Libre: Carlos Hernández)

A lo largo del año, según la región y el tipo de cultivo se pueden observar campos recién arados, listos para la siembra. Al caer la lluvia se percibe ese aroma tan esperanzador que llena de vida. (Foto Prensa Libre: Carlos Hernández)

Los colores morado y café  tienen puntos de encuentro en la tradición; por ejemplo, en la Cuaresma, cuando se conjuga el morado de las túnicas de los cucuruchos con el café de las andas que recorren las calles de la capital y la provincia.

En el aspecto emocional, la terapeuta Rosario Urrutia explica que el café es una versión del anaranjado y es un llamado a conectarnos más con los elementos de la tierra, plantas, flores y árboles. El morado se refiere a situaciones de dolor y tristeza que han quedado en el alma, por separaciones, pérdida de seres queridos o cambios drásticos de la vida.

Urrutia comenta que en la época de cuaresma la naturaleza convierte lo negativo en positivo, porque es un tiempo del año en que recordamos esa transformación. A excepción del 2020, en que por razones sanitarias se suspendieron cortejos, usualmente la Semana Santa es una época en que se dan la mano el fervor y la alegría, la oración y las multitudes, todo enmarcado bajo las ramas florecientes del árbol de jacaranda. Esta especie adorna las calles, desde sus ramas, y se transforma en una especie de alfombra al caer las flores al suelo. El árbol puede alcanzar hasta 30 metros de altura.

El cuatricentenario puente Los Esclavos en Santa Rosa desafía al tiempo y a las impetuosas crecidas.(Foto Prensa Libre: Johan Ordóñez/AFP).

El proyecto arboretum, de la Universidad Francisco Marroquín, describe que la época de floración es entre febrero y marzo, cuando los árboles botan todas las hojas y solo quedan miles de flores. Sus frutos son color café oscuro y tiene semillas aladas, es decir provistas de una membrana que facilita que el viento las lleve.

Imposible no pensar también en el nazareno, otra de las plantas más reconocidas durante esa época. A veces le llaman corona de la reina, pétrea o penitentes. Sus flores moradas caen en racimos colgantes. En algunos países, los bulbos se consumen en ensaladas y otros platilllos. Su sabor es amargo. En el campo medicinal, por lo regular ha sido utilizado para aliviar afecciones de la piel.

Las jacarandas visten de violeta el paisaje guatemalteco con una floración que coincide con el fervor de la Cuaresma.

No es posible pasar por alto la buganvilia en este recorrido botánico, y aunque puede tener diversos colores, el lila es su presentación más característica. En Antigua Guatemala es posible admirar casas con enramadas de este arbusto espinoso.

Espiritualidad

Las tradiciones populares tienen un gran arraigo en Guatemala y son muchas las imágenes de nazarenos, sepultados y vírgenes dolorosas que gozan de especial veneración. El presbítero Neri Alejandro Paniagua explica que el morado es importante en todo el año litúrgico porque representa la penitencia, así como la espera y preparación, ya sea en Cuaresma o en el Adviento, antes de Navidad. Es un deseo de manifestar un encuentro con Jesús, con el nacimiento, como en el Renacimiento.

Se observa en los cortinajes con que se revisten los templos, con los ornamentos sagrados como estolas y casullas. El color no se usa únicamente durante estos dos momentos, sino también en la confesión y cuando se ofician misas de difuntos.

El morado no solo se ve en la indumentaria sacerdotal, sino en las tradiciones de Guatemala, como en el vestuario de los penitentes o cucuruchos, que durante la Cuaresma utilizan este color para llevar en hombros las andas, una tradición proveniente de España pero que en el país tomó matices distintos en el país, literalmente, pues cada hermandad posee lineamientos para la combinación de túnica, capirote, cinturón y paletina, que alternan con blanco, negro y dorado.

Las mismas casas se decoran con morado al paso del viacrucis o de las tradicionales procesiones.

El historiador Johann Melchor explica que en la época colonial era obligatorio vestir de este color a algunos santos y nazarenos. Años después se empezó a experimentar con otros colores para las imágenes.

Julio Menchú, profesor de Historia y sacerdote maya comenta que vestirse de morado, para los penitentes, en un principio era pasar desapercibido; además se llevaba el rostro cubierto con capirotes cónicos hasta que el dictador
Manuel Estrada Cabrera prohibió este detalle en el atuendo, luego de un atentado en su contra perpetrado por personas disfrazadas de cucuruchos.

En la espiritualidad maya, los colores están relacionados con la vida misma y los principales en la cosmovisión son rojo, negro, amarillo, blanco, azul y verde. Los demás están relacionados con otros momentos. En las ceremonias mayas, por lo regular, el negro se sustituye por el morado, que se encuentra en la naturaleza.

Menchú explica que cuando alguien está enfermo y se determina que tiene deudas espirituales o que ofendió a alguien, se le pide que ponga velas moradas en algún lugar sagrado. Se relaciona con pedir perdón y emprender una nueva vida.

Según Violeta Gutiérrez, del Museo Ixchel del Traje Indígena, han encontrado que el morado suele asociarse con el prestigio y figura en el vestuario de los integrantes de cofradías. La colección del Museo tiene un huipil de Mixco, de principios de 1900, que fue teñido con caracol púrpura.

De este se extrae un tinte desde épocas prehispánicas que se ha utilizado para teñir prendas de vestir, las cuales han estado vinculadas con el poder y la cultura mágico–religiosa de los grupos indígenas que se han dedicado a esta actividad, se describe en la investigación mexicana Demografía del caracol Plicopurpura pansa (Neotaenioglossa: Muricidae) y constitución de la comunidad malacológica asociada en Guerrero, México.

El color café textil data de la época prehispánica, cuando se utilizaba un algodón llamado coyuxcate. Sus fibras, por ser muy cortas, dificultaban el trabajo de las tejedoras y dejaron de aplicarlo. En las décadas de los 40, 50 y 60 todavía se seguía usando, pero únicamente en algunos trajes ceremoniales.

Sabores y colores

Exquisita resulta la tonalidad violácea del atol de ixpasá, de Petén que se degusta especialmente el 31 de octubre, antes del día de Todos los Santos, sobre todo acompañado de un plato de enchiladas o una porción de fiambre.

Un idílico menú que mezcla todos los colores que hemos mencionado anteriormente, como un arcoíris de sabor, señala la chef Hiliana de Ramírez. El chorizo negro y colorado, rodajas de huevo duro, las verdes ramas de perejil picado. El rosado y violeta del encurtido de vegetales llaman la atención.

En tanto, el color café lo disfrutamos en un mole de plátano con su decoración de ajonjolí y en el pepián de pollo, dos platillos que han sido nombrados patrimonio cultural intangible de la Nación.

El trabajo de miles de personas en diversas regiones del país sotiene la industria caficultora, que no solo exporta un grano de excelencia sino que provee a los guatemaltecos de una exquisita bebida, con tesituras propias del terreno en donde se cultive: volcanes, cerros, región oriente, Huehuetenango, la Verapaz y muchos más lugares.

Melchor también hace énfasis en que el chocolate o cacao es una bebida presente desde el mundo prehispánico. Era tan vital y simbólico que se convirtió en el símbolo del número 20, cifra fundamental para su sistema matemático vigesimal. Los sacerdotes solían beberlo con chile y estaban en comunicación con los dioses. Hoy por hoy, el cacao se deleita más bien dulce, con azúcar y canela, una bebida festiva que siempre deja sabor de alegres días.

No puede faltar en esa cita con el color café la bebida aromática que lleva el mismo nombre. En el siglo XVIII llega la primera planta de café y se convierte en algo característico, debido al terreno volcánico que otorga variantes de sabor y tonalidad.

El café de Guatemala ha pasado por etapas de bonanza y dificultad, pero sin duda se trata de uno de los más cotizados, al punto de que fincas nacionales han ganado subastas internacionales. Por otra parte, constituye el sustento de miles de familias que se dedican al cultivo, recolección, beneficiado, tostado, empaquetado y preparación. La cultura cafetera ha crecido y se ha vuelto toda una especialidad y un deleite al alcance de todos.

Bendita tierra

No podemos finalizar este recorrido sin mencionar los fértiles campos de cultivo del país, cuyo café en época de siembra varía según el tipo de terreno y que prosigue, caleidoscópicamente, en una transformación constante conforme crecen las plantaciones.

Es esta tierra fresca y bendita, ya sea del altiplano, del occidente, del oriente o de tierras bajas, la que genera alimento para todos los guatemaltecos, la que mantiene también los majestuosos bosques de áreas protegidas y la que resguarda los restos de tantas generaciones que han vivido, luchado, construido y soñado siempre con una mejor nación.

ESCRITO POR:

Ingrid Reyes

Periodista de Prensa Libre especializada en periodismo de bienestar y cultura, con 18 años de experiencia. Premio Periodista Cultural 2023 por el Seminario de Cultura Mexicana y premio ESET región centroamericana al Periodismo en Seguridad Informática 2021.

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