EDITORIAL

Lo macondiano de la realidad nacional

Hace casi cinco décadas, el recién fallecido escritor Gabriel García Márquez publicó su memorable novela Cien años de soledad, que muy rápidamente se convirtió en un referente de la narrativa latinoamericana y buena parte de ese mérito se debió a su habilidad para pintar un mundo fantasioso, cargado de ficción que hacía alucinar a sus lectores, por sus extraordinarios personajes y escenarios sobre los cuales transcurrían las peripecias de los pobladores de un poblado lleno de magia.

En este espacio se desarrollan las desventuras y sueños de los protagonistas, y ese pueblo, llamado Macondo, pasó a ser el prototipo de aquellas situaciones que superaban la realidad para trascender a lo real maravilloso. Los recursos literarios y narrativos empleados por el autor se convirtieron en un referente para la literatura, pero el nombre de ese poblado pasó también a ser sinónimo de irrealidad o poco creíble. Algo que en nuestro país, en estos días, parece ocurrir en muchos ámbitos, pero que tristemente son reales.

Esos acontecimientos surreales se pueden comparar ni más ni menos que con los informes sobre un líquido capaz de sanear el Lago de Amatitlán con solo verter unos cuantos litros de la macondiana pócima para que, casi por arte de magia desaparezca la porquería que durante décadas ha desembocado en ese cuerpo de agua que alguna vez fue el sitio ideal para los paseos de fin de semana de miles de guatemaltecos, hasta quedar convertido casi en cloaca.

Sin embargo, una cosa es la ficción literaria, en la que participa la complicidad del lector, y otra muy distinta es que los vendedores de espejismos se crean su propio cuento, al punto de que su ingenuidad los haga incurrir en el despropósito de pagar millones de quetzales por ese acto circense, un espectáculo que nunca debió pasar de lo anecdótico.

Por si esta historia no fuera suficiente, a ella se sumó el pasado jueves otro triste episodio, cuando un reo se fugó del Hospital Roosevelt con un guión peliculesco, porque se cumplió todo el protocolo para sacarlo de prisión y alojarlo en ese nosocomio durante 10 días porque lo había picado un mosquito. Justo el tiempo para su recuperación y para poder evadir el juicio por la muerte de una ilustre guatemalteca.

Una historia difícil de creer, pero que nos recuerda el deterioro en que ha caído el país, donde reos que enfrentan serios cargos reciben atención prolongada en lugares que no son los más recomendados y por causas que quizás ni ameritan su traslado. Al parecer, no era la preocupación por su salud lo que motivó el traslado, pues se perciben otras intenciones para facilitar la fuga.

Entre ambos casos se evidencia el nivel de descomposición institucional por la que atraviesa Guatemala. El primero, porque es obvio que no se puede ser tan ingenuo como para creer que un líquido mágico pueda solucionar un problema sin atacar las causas. Entonces lo único que se puede creer es que existen otras 137 millones de razones más poderosas que motivan ese gasto. La segunda noticia solo abona en el desprestigio de un sistema que se resiste a enderezar el rumbo.

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