LA BUENA NOTICIA

Acciones, no palabras

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La conducta religiosa se expresa de muy diversas maneras.  El culto es la más común.  La persona que realiza bien los ritos pone por obra la acción que establece la buena relación con Dios.  Según las diversas concepciones religiosas, los ritos son acciones que mantienen el orden del cosmos y aseguran la benevolencia de la divinidad; son expresión de agradecimiento por los beneficios recibidos; son ceremonias que expían pecados o comunican la salvación.

Otra forma de expresión religiosa consiste en la transmisión y estudio de textos sagrados y en la reflexión sobre sus sentencias, relatos, preceptos y profecías. El cultivo de esta forma de religión está a cargo de maestros que elaboran doctrinas y las transmiten a los discípulos. Según el tipo de religión puede haber o no un mecanismo para preservar continuidad de la interpretación de los textos y la enseñanza. La profesión de la doctrina recta y verdadera es el medio de conocer la verdad sobre la divinidad o para conocer su voluntad.

Si el culto es expresión religiosa de tipo social y público, la oración y la experiencia mística son características de la religión personal. Existen escuelas para entrenar a los discípulos en las técnicas propias de la oración. A veces muchas personas comparten simultáneamente estas experiencias extáticas y emotivas. Tal es el caso de los grupos pentecostales. Los místicos escriben obras literarias en que relatan sus experiencias con Dios y los métodos para alcanzar las cimas del ascenso espiritual.

Las diversas religiones que hay en el mundo privilegian uno u otro de estos rasgos. El cristianismo tiene los tres, y según las épocas y los lugares acentúa uno u otro. La liturgia rica de ritos y ceremonias caracteriza al cristianismo ortodoxo y según los lugares también al católico. En el cristianismo han surgido testigos de la experiencia mística y, como ya lo apunté, el pentecostalismo tanto protestante como católico son formas de exaltación espiritual grupal. El catolicismo se ha caracterizado por la búsqueda de la verdad y la preservación de la recta doctrina. Sin embargo, ninguna de esas tres formas religiosas acredita al creyente como auténtico cristiano. Ese sello lo pone otra expresión de la religiosidad: la obediencia a los mandamientos morales que Dios ha dado. Esta es una herencia que el cristianismo ha recibido del judaísmo, pues según el testimonio del Antiguo Testamento, ni el culto tiene valor ni el conocimiento de la Torá es útil si no van acompañados de la obediencia a los mandamientos éticos que Dios ha dado. En el cristianismo católico, la liturgia, la recta doctrina y la experiencia espiritual personal son elementos de la práctica religiosa de los que no se puede prescindir, pero la piedra de toque que certifica la autenticidad religiosa es la rectitud moral.

La razón, a mi juicio, está en esto. El cristianismo es una religión de salvación, es decir, que tiene el propósito de dar a cada persona la posibilidad de lograr la plenitud de la propia existencia, de encontrar sentido de vida para la que fue creada por Dios, de alcanzar la plena alegría y felicidad en Dios para siempre. Los seres humanos construimos nuestra biografía a través de nuestras acciones, de nuestra conducta. Solo la conducta coherente con lo que somos, con la naturaleza personal y social del ser humano construye hacia esa plenitud. Y los principios y mandamientos éticos, esos que descubrimos con la razón y que Dios también ha promulgado, son la guía para construirnos como las personas que debemos llegar a ser. Por eso la obediencia a Dios en los hechos, y no solo en las palabras, es el signo y seña de la verdadera religión.

mariomolinapalma@gmail.com

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.