PLUMA INVITADA

Los diputados deben responderle al pueblo

Monseñor Óscar Vian

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En la conferencia de prensa, que se realizó al finalizar la Santa Misa del 1 de octubre último, se me hizo una pregunta de la siguiente manera: “Arzobispo: ¿Cuál cree usted que sea la demanda… se habla de la renuncia de los diputados y del presidente, pero ahorita qué es lo que urge?”.

Mi respuesta fue: “No solo se habla, ¡esto es urgente! Tenemos que purificar el congreso, si no, nada va cambiar, hay que purificarlo y con… con mucho esfuerzo, verdad? y mucha sinceridad, no solo con palabras. Ahí se están anquilosando, tratando de defenderse mutuamente, no pueden salir entonces leyes positivas si tenemos esta clase de Congreso”.

En medios de prensa, esto se planteó como un llamado a la depuración del Congreso, y de hecho, varios diputados al ser consultados sobre dicha información periodística, respondieron de una forma un tanto agresiva hacia la Iglesia, señalando que primero se debe limpiar la casa, o incluso argumentando casos de pederastia, sin especificar cuáles o en qué concepto, como una forma de evadir o contraatacar un cuestionamiento válido.

Incluso, algunos mencionaron la separación entre Iglesia y Estado, que es algo que reconozco, pero no me hace dejar de ser ciudadano guatemalteco, por lo cual puedo darme cuenta de la realidad del Congreso, la forma en que le ha fallado al pueblo al aprobar decretos ilegales, y la continuación de esa actuación, que relega las legítimas exigencias de la población.

Debo confirmar y sostener, que sí es necesaria una purificación del Congreso de la República, y lo digo primeramente como ciudadano que soy, y luego porque también es un clamor popular.

Pero los señores diputados no es a mí a quien deben responder, sino al pueblo de Guatemala, quien los eligió.

Ahora bien, el término depuración hace referencia a una purificación, limpieza, saneamiento, lo cual no significa que todos sean “malos”.

Existen buenos diputados, pero deben hacer valer su voz y su voto en favor de la justicia. Queda evidenciado que sus obras, los resultados, las leyes que aprueban, desdicen sus palabras. Vemos una clara falta de coherencia entre lo que dicen y lo que hacen. Está claro que se defienden con puras falacias y enredos.

Ciertamente vivimos en un Estado laico, pero nuestra fe en Jesucristo y en su Evangelio no es una fe alienante y espiritualista, sino que nos compromete a transformar la realidad en la que vivimos. Y nuestra sociedad guatemalteca necesita de nuestra voz y de nuestro empeño, para hacerla cada vez más justa y equitativa.

Si hay diputados que se precien de ser cristianos, católicos o no, están obligados a demostrar sus valores. Si son una cosa en la iglesia y otra en la vida pública, simplemente están faltando a su compromiso moral y ético. Si callan ante las injusticias e ilegalidades, están cayendo en una complicidad. Ser diputado es defender los intereses de los electores, no de patrocinadores o grupos.

Finalmente, exhorto a todos los medios de comunicación social y a todos los periodistas, a reflejar la verdad. No dejen de comunicar. Comuniquen con libertad, con ética y trasparencia. Ayuden a nuestro país siendo honestos, audaces, y busquen el bien para todos, sobre todo, teniendo presente a todas la personas que sufren y son menos favorecidas.

*Arzobispo metropolitano

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