LA ERA DEL FAUNO

Patrimonio cultural (retrato hablado)

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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La escultura de Pepo Toledo recién derribada en la Sexta Avenida, provocó mi deseo de compartir un proyecto escultórico personal que, según parece, jamás voy a concretar. Así que voy a describirlo. Si hay retratos hablados sobre personas ¿por qué no de esculturas? La mía podría ser elevada a Patrimonio Cultural de la Nación. Empezaré por describir el objeto: un Honda Civic negro, descascarado.

Quería hacer de ese carro una escultura, pero salía caro y me deshice de él. Estaba hecho una jarría. El capó tenía abolladuras oxidadas, al igual que el baúl y los aros. El techo y el piso amenazaban con coger cáncer metálico. Los faros estaban rotos y uno de ellos, el bueno, con agua. Visto de frente se veía torcido; de perfil, una hojalata color tortilla quemada. Las llantas tenían el alambre a la vista.

Si así era por fuera, les diré cómo era por dentro. Pero antes de que pasemos adelante advierto que esto es verdad, no vengo a tomarles el pelo. No quería desprenderme de ese carro porque esperaba convertirlo en un objeto artístico. Ya sé que los amantes del arte se ofenderán. Pido nomás que me dejen proseguir. Y tampoco vengan a decirme que la de Toledo en la Sexta era una gran obra de arte; para mí era un latón aburrido.

Si abrimos aquel destrozo —mi Honda— por dentro hallaremos algo todavía más penoso. En los asientos rotos había crecido musgo. Sí, musgo. Se formó debido a las lluvias, al sol y al invernadero creado por los cristales sucios. El agua se colaba por la ventana trasera, que solía estar cubierta con un nailon pegado con másking.

Si observaran el tablero, verían que estaba despellejado. No tenía radio. No funcionaban el sensor de combustible ni el de kilometraje. De los vidrios eléctricos, tres funcionaban perfectamente. Otro había que levantarlo manualmente. No con una manija, sino con las manos hasta ensartarlo en la ranura de arriba.

Si llegados a este punto se preguntan cómo iba yo a convertir en arte esa porquería, les recuerdo que mucho del arte contemporáneo lo es. Haría un monumento a la inseguridad nacional que consistía en mandar a poner balcones a ese trasto. Sí, balcones de los que se ponen en las casas. Para el efecto, contrataría los servicios del famoso herrero y escultor Flavio Santa Cruz, quien debería fundirlos sin enderezar ni pintar nada. Le pondría balcones en todas las ventanas. Unos churriguerescos, bonitos, con sus puntas de lanza iguales a los que tienen millones de casas. Coronaría esos balcones, el techo, todo el carro con alambre de púas para que nadie pudiera meterse. Lo más tupido y cortante posible.

El tapón de gasolina quedaría protegido con una rejilla de hierro. Lo mismo las cerraduras. A todas les mandaría colocar cadenas y candados. Cubriría los respaldos con camisetas. Al vidrio trasero le pegaría, con ventosas, un peluche, como diciendo adiós. Y por supuesto, una calcomanía que dijera “Dios guía mi camino” junto a otra del Barcelona o del Real Madrid.

Pero eso no es todo, como dicen los anuncios mentirosos. El auto tendría una de esas alarmas que todos hemos maldecido alguna vez. Se activaría en caso de manifestaciones, bombas lacrimógenas o cuando alguien quisiera forzar las puertas. En mi proyecto, esa alarma se accionaría también por nada, como sucede con el auto de los vecinos los días domingo.

Hay que decir, en su favor, que aquel armatoste cuando arrancaba tiraba una estruendosa ráfaga de metralleta y algo de humo negro. Hermosa representación de la ciudad. Sería un monumento a la capital, al país, al Estado guatemalteco. Helo ahí, el verdadero Patrimonio Cultural de la Nación.

@juanlemus9

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