CATALEJO

Una nominación muy suigéneris

|

Mientras me encontraba fuera del país, supe con sorpresa de la propuesta ante el Senado estadounidense del presidente Donald Trump, quien por primera vez en la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Guatemala, decidió sugerir el envío de alguien con ciudadanía de ese país, pero nacido en la tierra del quetzal y emigrado hace 38 años a la Unión Americana, donde se nacionalizó e incorporó al servicio exterior del país de su elección. Es un caso poco común, causante de alegrías apresuradas dentro de Guatemala, porque se le considera ser alguien cuyo papel será distinto al del embajador Todd Robinson, también diplomático de carrera. Hay varias interrogantes en el ambiente, cuya respuesta se centra en conocer un poco de su trayectoria.

Debe señalarse antes: no es su primer cargo como embajador, porque ya lo tuvo en Islandia, donde sus orígenes, o sus raíces, no tienen importancia en el ambiente nacional de ese frío país. Es decir, se trata de alguien cuya principal característica es ser un diplomático profesional, como también lo es Robinson, con distintas personalidades. Lo relevante es conocer su trabajo importantísimo en la lucha contra el narcotráfico y contra la corrupción en todos los sectores de la sociedad, tema sobre el cual no habrá diferencias. Quien piense algo distinto, solo causará hilaridad en los altos círculos estadounidenses, porque las políticas de Estado no cambian cuando hay nuevas autoridades. La actual centroamerización de la política estadounidense no llega a tanto.

El embajador Luis Arreaga nació en Guatemala, se graduó en el Liceo Guatemala y se fue a Estados Unidos en 1970. Habla con acento guatemalteco, ha comido tostadas con salsa, atol de elote, tamales colorados, fiambre, talvez fue al estadio Mateo Flores (así se llamaba entonces) a llorar las derrotas de la selección. Pero… ¿se trata de un guatemalteco con nacionalidad estadounidense, o un estadounidense nacido en Guatemala? Al haber representado a Estados Unidos en el servicio diplomático, me inclino a lo último. Su posición puede ser incluso mucho más severa respecto a sus antecesores, precisamente porque ese lado chapín en algún rincón de su corazón, le puede hacer una jugada: luchar por mejorar la tierra de sus familiares y sus amigos de infancia.

Hacer estas reflexiones tiene mucho sentido, con una sola condición previa: la confirmación del nombramiento de Arreaga por el Senado. Esto ocurrirá siempre y cuando sus integrantes lo consideren apto para el puesto, capaz para cumplir las órdenes de combate a las drogas y sobre todo ser “suficientemente estadounidense”. Y tendrá lugar cuando el período del embajador Robinson haya terminado. No antes, aunque se hagan más romerías para pedir su remoción, por cierto una de las acciones más contundentes de prueba del desconocimiento total de determinadas élites acerca de cómo funciona el sistema estadounidense. Y eso ocurrirá cuando termine el período de Robinson, ni un día después. Vale la pena recordarlo para no gozar victorias inexistentes, y el presidente Jimmy Morales no debería tampoco tener la menor duda, porque un país anuncia la designación de un embajador cuando se supone que ya ha recibido el beneplácito de su contraparte.

A mi juicio, la confirmación de Arreaga sería positiva porque evidentemente su currículum permite prever una tarea clara, aplicada de forma distinta. Sobre todo, haber vivido su infancia en Guatemala le da una ventaja sin precedentes, es decir: comprender la compleja forma de pensar y reaccionar de los guatemaltecos, pues aunque ha cambiado, sigue siendo la misma en muchos temas. Sin embargo, no se puede olvidar su papel de representante de las políticas actuales de su país: Estados Unidos. La llegada del nuevo embajador no debe despertar esperanzas sin fundamento y por ello se debe tratar de convencerlo de la posibilidad de encontrar los puntos de concordancia entre los legítimos intereses de los pueblos estadounidense y guatemalteco. Por todo eso, ojalá sea confirmado.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.