CATALEJO

Víctimas colaterales de actos corruptos

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MUCHAS SON LAS VÍCTIMAS colaterales de la corrupción. Existen las víctimas directas, como por ejemplo los niños muertos o con su vida marcada por la falta de medicamentos, y de esos casos todos nos acordamos, los criticamos, nos manifestamos en contra. Pero hay otras, cuya existencia muy pocos recuerdan: son quienes sufren cuando hay acusaciones —injustas o merecidas— acerca de actos corruptos, pues cada vez es más generalizado el convencimiento de la perversión implícita en estos actos. Se trata de los familiares directos, y entre ellos sobresalen padres, madres, hijos, hermanos, en especial si son personas a quienes el más fuerte dolor consiste en comprobar el fácil abandono de los valores inculcados en el hogar y los centros de enseñanza.

ASÍ COMO SIEMPRE he calificado a las viudas y a los huérfanos como las verdaderas víctimas de las luchas por cualquiera de las libertades —de expresión, sindical, de conciencia, de religión— sobre todo en el caso de los padres se les puede aplicar ese calificativo. Lloran en silencio, rezan quedito. Cuando se trata de la corrupción, a esto agregan el encerrarse, pensando como si todas las miradas los ven con desaprobación, como si fueran culpables. No lo son. En su semblante nacen arrugas derivadas del dolor. A esto se agrega notar las reacciones adversas, las críticas, el rechazo generalizado, y como si fuera poco esa pena se acrecienta cuando no pueden explicarse cómo pudo ser posible el involucramiento de sus hijos en acciones indignas.

ALGO PARECIDO OCURRE con los hijos o los hermanos. Con motivo de todas las consecuencias de las investigaciones del Ministerio Público y de la Cicig, he pensado mucho en estas personas. En algunos casos, conozco a abuelos. En otras, a padres e hijos. Todos ellos tienen en común el dolor de recibir el silencio de sus familiares —sindicados o convictos— ante preguntas como “¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué no pensaste en mí, o en nosotros?, seguido de bajar la mirada o de abrazar con lágrimas de inmediato mezcladas con las de quienes han sido traicionados. No supieron mantener un nombre limpio o se rehusaron consciente o inconscientemente a afianzar uno, debido a una ambición muchas veces ilimitada y voraz.

CONSIDERO VÁLIDO HACER estas reflexiones porque casi todo lo ocurrido en la sociedad conlleva dramas directos o indirectos. El dolor ante cualquier tragedia es intrínsecamente humano. Las obligaciones éticas de cada uno de nosotros, numerosas y difíciles de cumplir, incluyen el respeto a la estirpe, es decir a la raíz de la familia, al linaje y a la ascendencia, a los antepasados. Aunque la base cínica de la corrupción es “la vergüenza pasa, pero el pisto se queda en casa”, esa conciencia de alguna o muchas acciones deshonrosas y humillantes pude llegar a ser muy profunda y por ello permanecer durante mucho tiempo, así como amargar la vida restante, al no desaparecer. En ocasiones se convierte en autocondena a alguien inocente.

ESTAS CONSIDERACIONES no solo pueden ser aplicadas al tema de la corrupción, sino en general a cualquier acción indebida. Por eso se les puede señalar de baratamente idealistas. Puede ser, y discutirlo no es el propósito de este artículo. Solo quiero invitar a los lectores a pensar en este olvidado asunto, para con ello, junto con las justificadas críticas a quienes lo merezcan, sienta solidaridad, pena y ternura Yo por este medio quiero manifestarlo con toda sinceridad a quienes, sin conocerlos, comprendo en su tragedia. Y lo entiendo ahora, aunque hace varias décadas alguien me hizo la reflexión, pero entonces no tenía posibilidad de entender el alcance. Ahora tengo hijos y nietos y sobrinos cuyas acciones solo me llenan de orgullo…

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.

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