Revista D

Ecos de la diáspora venezolana

<div> Los problemas políticos, sociales y económicos del país han obligado <span style="font-size: 12px;">a sus ciudadanos a emigrar: Guatemala es uno de los destinos.  </span></div><div>  </div>

Los venezolanos son alegres, bromistas, platicadores, extrovertidos, de conversación fluida y rápida, tanto que algunas veces los chapines no entienden lo que dicen. Además, son emprendedores y proactivos. Durante sus charlas es frecuente escuchar palabras como “chamo”, “vale”, “chévere”, “birra”,  “mamao”, “la’ guará”, entre otras.
“Somos muy amigueros, confianzudos, abiertos y de sangre caliente, quizás porque nuestro país es caribeño. Somos muy acelerados para hablar, lo hacemos tan  rápido que yo tuve que aprender a bajar mi velocidad, porque todo el mundo se me quedaba viendo y me decían ¿qué dice?”, cuenta  Alejandro Vargas, presidente de la Asociación de Venezolanos en Guatemala (Asovegua).
Esa esencia no la pierden los nacidos en la tierra de Simón Bolívar —hoy se cumplen 233 años de su nacimiento—, sin importar a donde los lleve el destino. Durante los últimos años muchos han abandonado su país como consecuencia de los  problemas políticos, sociales y económicos que la agobian.
 A esa diáspora Guatemala no ha sido ajena, por eso, cada vez es más frecuente observar los colores rojo, amarillo y azul de la bandera venezolana en centros comerciales, restaurantes y hasta en campos deportivos. Esa presencia se debe a que en  la segunda década del siglo XXI, la cantidad de ciudadanos de esa nación ha aumentado de manera acelerada en el país.
El presidente de Asovegua, quien reside en la Ciudad de Guatemala desde el 2007, calcula que en chapinlandia viven unos cinco mil, de los cuales solo mil 140 se encuentran registrado en la embajada. Algunos ingresaron contratados por empresas trasnacionales, otros renunciaron a ellas y ahora prestan sus servicios a una compañía nacional, pero la mayoría son emprendedores que se dedican a negocios particulares, como vender comida típica de aquel país.

Cada vez más

Los  venezolanos han compartido el cielo guatemalteco desde hace décadas. En el 2009, según Vargas, habían registrados legalmente 600; sin embargo, la oleada comenzó en el  2010 cuando arribaron varios grupos de especialistas de Sistemas, Aplicaciones y Productos para Procesamiento de Datos (SAP) contratados por empresas nacionales e internacionales.
El matrimonio integrado por el preparador físico de softbol Marcos Rincón y la ingeniera industrial Adriana Contreras, graduada por la Universidad José Antonio Páez de Carabobo, resume esta historia. El deportista vino al  país hace nueve  años contratado por la Asociación Nacional de Softbol, para colaborar con la selección de ese deporte.
Al terminar su relación laboral con la federación comenzó a trabajar como visitador médico, área en la cual se ha abierto campo. A la vez, no ha dejado de practicar su deporte favorito, pues hace tres años se integró al equipo Caribeños, que está integrado por venezolanos, y participa en la liga especial. “Somos un país beisbolero; es parte de nuestra  cultura”, expresa.
Este equipo, al igual que Mineros, conformado por venezolanos y guatemaltecos, ha fomentado la unión entre  los  sudamericanos, pues a los encuentros y los convivios que organizan, asisten las familias de los softbolistas y otras que no lo practican pero les gusta pasar un momento alegre entre paisanos. “Ha fomentado la unidad”, comenta Rincón.
Su esposa Adriana Contreras, a quien conoció durante los encuentros de ese deporte, vino al país en el 2012 como consultora de una  empresa internacional —recuerda que en el 2011 había arribado   otro grupo—  y calcula que en ese año vinieron 40 personas con esta especialidad.
Cuenta que algunos de sus excompañeros se cambiaron  de empresa, como el caso de ella, y continúan viviendo en Guatemala. “Extraño todo lo de mi país, las playas, la familia y la comida, pero  económicamente estamos  estables”, comenta.
Como buenos venezolanos que añoran la comida de su país, no resistieron la tentación de vender comida típica por lo que instalaron Donde el chamo, en la 19 calle y 8a. avenida  de la zona 10.

Desigual

La oportunidad no ha sido igual para todos los hijos de la tierra de Simón Bolívar. Algunos llegaron con trabajo fijo, pero la mayoría, en los años recientes, ha venido a la deriva, después de entrar en contacto con algún familiar o un amigo residente en Guatemala, para sondear las posibilidades. De hecho, parte de la historia es encontrar cobijo temporal con algún paisano. 
El caso de Karla Bauer y Zoribel Sánchez ilustran de alguna manera  esta variable. Son amigas desde que tenían seis años —hoy tienen 36—   y cursaron la preparatoria. Desde esa época no se han separado, pues ambas se graduaron en Administración de Empresas Turísticas por la Universidad de Nueva Esparta, en Caracas. Bauer también obtuvo el título de Abogada por la  Universidad de Margarita, de  la Isla de Margarita.
En noviembre del 2014, después de sopesar la crisis de Venezuela, decidieron venir a Guatemala para  conocer de primera mano las posibilidades de desarrollarse. En el 2015 tomaron la decisión de viajar, lo cual concretaron en abril,  junto a sus parejas Jorge Pérez, quien trabaja en una empresa de pinturas, y José Urbina, mecánico automotriz. También trajeron a   sus hijos de cinco años.
El punto de apoyo para que emigraran al país fue un ingeniero agrónomo, primo de Karla, quien les contó que la inflación en Guatemala era muy baja comparada con la de Venezuela, y una amiga, esposa de un diplomático de una embajada europea.
Hoy, se dedican a vender antojitos venezolanos en una carreta en la 19 calle y 8a. avenida, zona 10, y además  atienden eventos corporativos. “Estamos contentas y nuestros productos tiene bastante receptividad, sobre todo las  arepas”, expresa Bauer.

Vivir en otro país

Adaptarse a las costumbres de Guatemala ha sido uno de los tantos  retos  de los inmigrantes, pero al final lo han logrado. Algunos con cierto grado de dificultad, mientras que otros con facilidad. La comida —extrañan mucho las arepas—, la educación de los hijos y el uso del lenguaje han sido parte del problema.
Este último ha sido ha sido abordado hasta con humor. En Venezuela, por ejemplo, es común que un hombre le diga a una  mujer:  “Hola  mi amor, ¿cómo estás?”, cuestión que en Guatemala solo se acostumbra entre las parejas. “Si al lado está el novio uno se mete a un gran problema. Por eso un amigo un día me dijo: ‘No le digas mi amor a la muchacha porque te van a golpear’”, expresa Vargas.
 “En Venezuela mi esposa le puede decir a un amigo ‘Hola mi gordo, ¿cómo está?’, pero aquí no” agrega.
Otro  de los inconvenientes que vivieron, pero ahora lo abordan con humor, es el de los refrescos. Si necesitaban una botella de agua pedían “una agua mineral”, como se acostumbra en el extranjero, pero los tenderos les entregaban una con soda, y cuando solicitaban solo “una  agua” les preguntaban de qué sabor (de cola, naranja, piña etc.)  y si pedían un refresco también les preguntaban si de horchata o rosa de Jamaica”.
En la cocina venezolana la arepa no puede faltar, como la tortilla en la mesa chapina. Para elaborarlas es indispensable la harina de pan, la cual no se produce en Guatemala, por eso debían importarla de Miami, Costa Rica y Panamá, pero en la actualidad ya la consiguen en un supermercado español.
 De esa urgencia se dio cuenta Lisbeth Araujo, quien desde el 2011 comenzó a vender, de casa en casa, delicias del país sudamericano, entre ellas, las arepas, empanadas, dedos de queso y cachapas. Le fue tan bien que en el 2012 inauguró su Chamarepas Café, en Pinares de San Cristóbal y luego otro en el bulevar principal de dicho lugar. “Fuimos los primeros en vender comida de nuestro país”, afirma.

En los 80s

Los primeros intentos por reunirse datan de hace más de tres décadas. Marta de García, quien desde niña vino al país,  cuenta que fue Anita de Elías, esposa del embajador Jesús Elías, quien en 1980 reunió a varias venezolanas residentes en Guatemala para formar una asociación sin fines de lucro, la cual bautizaron como Asociación de Damas Venezolanas y Amigas de Venezuela, (porque había algunas  guatemaltecas), para colaborar con las escuelas públicas República de Venezuela, Simón Bolívar, Andrés Bello y Rómulo Gallegos.
En los años de 1990, cuando el  embajador era Sadio Garavini di Turno, su esposa María Beatriz y la Asociación organizaron bazares, desfiles de modas y bingos. “Celebrábamos a los casi mil niños de las escuelas el Día del Niño, llevándolos a lugares de recreación como el Irtra Petapa”, cuenta De García. 
Explica que desde esos años no han dejado de aportar económicamente y se  reúnen mensualmente. El grupo está integrado por unas 18 damas y la mayoría tiene más de 50 años de vivir en Guatemala y que periódicamente, unas más que otras, visitan Venezuela, porque tienen familiares allá.
 “Las costumbres no se olvidan, el acento es más marcado en unas que en otras, y las comidas pasan de generación en generación”, afirma De García.

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