Revista D

Aldo Castañeda cirujano pediatra

A sus 83 años, Aldo Castañeda trabaja incansablemente a fin de conseguir fondos

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Aldo Castañeda de Unicar (Foto Prensa Libre: Esbin García)

El reconocido cardiólogo pediatra Aldo Castañeda, pionero en el campo de la cirugía cardiovascular en el mundo, trabaja en una sencilla oficina en la Unidad de Cirugía Cardiovascular (Unicar)  zona 11. A sus 83 años, es el jefe de Pediatría de ese centro. Decide los gastos de equipo  y  funcionamiento, con el afán de cumplir una meta más: una mayor cobertura para atender a más niños con problemas congénitos del corazón.

El departamento de Cirugía Cardíaca Pediátrica de Unicar, la primera y única en Centroamérica, opera en promedio a 600 niños cada año, con  lo cual solo se logra cubrir el 26 por ciento de los casos, indica. De esa cuenta, la captación de fondos para atender a más pequeños es parte de los objetivos, lo cual, aclara, el experto, entre más pronto se haga, mejor.

Tras su jubilación como jefe de Cirugía Pediátrica del Hospital de Boston, Estados Unidos, y catedrático de la Universidad de Harvard, Castañeda regresó a Guatemala, y en 1998 inició la fundación que lleva su nombre. Desde entonces, se ha dedicado a  salvar las vidas de miles de niños. Desde 1999 hasta el año pasado, se han practicado cuatro  mil 551 cirugías a pequeños pacientes, y se ha tratado —sin cirugía— a  tres  mil 272 niños. El 99 por ciento de estos casos, en forma gratuita.

Directo y serio, en esta conversación Castañeda habla de su vida académica y personal, pero además aprovecha para hacer una dura crítica a la pobre formación académica de las escuelas de medicina en el país. 

¿Cómo comienza el trabajo de operar a niños con problemas del corazón? 

Se desconocía el tema. En Guatemala no se operaban niños —todos se morían— porque no sabían cómo hacerlo. Unicar era para adultos.

Durante la gestación, el corazón es el primer órgano del feto que se desarrolla porque necesita suplir de sangre al resto para crecer. Al finalizar los dos primeros meses, el corazón está formado. En este período —puede haber malformación— falta de desarrollo fetal, pero los siguientes siete meses de embarazo, aún pueden darse daños en este y pulmones.

Ahora, con una ecocardiografía fetal entre las 20 y  21 semanas de gestación, es posible hacer un diagnóstico para ver si hay una malformación. El problema es que muy poca gente tiene posibilidad de hacerse una.

En una ocasión mencionó  que hay de dos  mil a dos  mil 500 niños que nacen cada año con este problema. ¿Esta es una cifra elevada? ¿Cuándo debe atenderse?  

A nivel mundial, se estima que el 1 por ciento de los nacidos van a tener problemas del corazón, una de las enfermedades más comunes en recién nacidos. En Guatemala, la alta tasa de natalidad arroja en promedio este número de casos. 

Idealmente, el 70 por ciento debe operarse durante el primer mes de vida. El diagnóstico temprano es vital. Pero en el país, los problemas se reconocen tarde. Solo el 10 por ciento de los referidos viene durante el primer mes de vida; con menos del primer año, el 30 por ciento; y el 60 por ciento de pequeños vienen con más de 1 año.

 En comparación, en un país del primer mundo, solo el 10 por ciento de los pacientes tenían más de 1 año. El 60 por ciento fueron operados en el período neonatal —primer mes— y el 30 por ciento, menores de 1 año. 

 ¿Cuáles son las principales señales de un trastorno cardíaco temprano?

Son tres. El soplo —ruido que hace la sangre al pasar por algún defecto—, los niños no crecen en forma adecuada y tienen un tono azulado en todo el cuerpo.

Sus primeras intervenciones con neonatos datan de 1983.

El aporte importante fue el concepto de operar lo más pronto posible a los niños con cardiopatías complejas. Nuestra primera operación fue con  un neonato de  6 días, en enero de 1983. Ahora eso se hace en todo el mundo. La cirugía de corazón abierto nació en Minnesota en 1954. Yo llegué allá en enero del 58.

Usted estudió Medicina en Guatemala.

Sí, aunque no crecí en el país, estudié en la Alemania de la posguerra. Terminé el Bachillerato en Suiza y con eso vine para ser parte de la Facultad de Medicina de la Usac. A los cuatro días de graduado me fui de nuevo.

Imagino que no encontró las condiciones para desarrollar su carrera. ¿Siguen en el mismo estado las cosas?

Lo critico severamente, pero quiero que  quede claro que no me refiero a los individuos; lo que pasa es que los sistemas son malos. Creemos que somos buenos y somos pésimos. ¿Cómo cree que están las facultades de Medicina en Latinoamérica? Son una vergüenza.

¿Cómo está el ranquin?

Cada año se publica un reporte de las 200 mejores universidades del mundo. En primer lugar está Harvard (USA);  en el puesto 199, la de Sao Paulo, Brasil; y en el 200, la Unam, México.  China tiene tres universidades entre los primeros 20 lugares,  Latinoamérica solo tiene dos en los últimos lugares.

Después hay una lista de escuelas de Medicina de Latinoamérica. De esa, Guatemala —tomando solo Centroamérica y el Caribe— estamos así: la Unam y Sao Paulo, primeros dos; Costa Rica, 67; La Habana, 67; Nicaragua, 164; Honduras, 181;  Universidad de San Carlos, 191; Universidad Francisco Marroquín,  348; Universidad Rafael Landívar: 408, las demás no figuran.

¿Cuáles son sus referencias?

La Universidad de Oxford, Inglaterra, que publica cada año, y la segunda, un grupo de Pekín, China.

¿En qué se basan esas clasificaciones?

Toman en cuenta la calidad de la gente que aplica, la calidad de los egresados, si hay docencia de ciencias básicas —Biología molecular, Genética, etc— carrera académica a tiempo completo, y por último, investigación.

¿Por qué estamos tan mal?

La investigación es casi nula en Guatemala. Eso no significa que alguien aplicado salga bien, pero el promedio es bajísimo. Aclaro, no es culpa del estudiante, es del sistema. Además, los hospitales de enseñanza: Roosevelt y San Juan de Dios no tienen fondos. No es que seamos babosos, es el sistema.

Cuando era estudiante (1951-57) la Facultad de Medicina era, por mucho, la mejor de Centroamérica. Tampoco era bueno, pero era lo mejor en la región.

¿Qué recomendaría a los estudiantes?

Deberían ser más exigentes, pero no pueden porque es el liderazgo de arriba. Ellos no lo van a cambiar. La universidad es el momento en el que uno debe crecer intelectualmente y estar expuesto a todo. Ahí uno forma su propio criterio. Es una fuente de pensamientos nuevos, de ahí sale una élite intelectual.

 Las facultades creen que son fantásticas, y la verdad es que no lo son. Hay que reconocer los límites; de lo contrario, no se mejora. 

Su regreso  a Guatemala fue entonces un asunto de servicio de corazón. 

La pura verdad es que yo creía que con el pasado que tenía podría contribuir algo más en el ambiente académico, pero cero. No interesó. Entonces seguí este rumbo para atender a niños. Nos dieron lugar para desarrollar el programa, lo hemos hecho lo más agradable posible. McDonald’s acaba de hacer un ambiente para los padres. Estamos en el mapa, la gente sabe lo que estamos haciendo.

Usted ha formado discípulos especializados en esta área.  ¿Cuánto se ha avanzado en este campo?

Ahora hay 42 jefes de Departamento de Cirugía Pediátrica en el mundo entrenados por mi persona en Estados Unidos. De esos ninguno es guatemalteco. Aquí hemos entrenado a tres, hasta mi regreso a Guatemala, que están muy bien. Hemos hecho investigación clínica, pero estamos en el mapa y  hay 40 publicaciones en revistas internacionales.

El Mc Día Feliz donó más de Q2  millones a la Fundación. ¿Cómo lo invierte?

La Fundación está exclusivamente para recaudar fondos para operar a más niños, y si nos alcanza, para comprar un aparato. Nosotros le pagamos al hospital.

¿Qué carencias afronta  el hospital para ampliar su cobertura?

Con ese dinero hemos llenado la planificación  de noviembre y diciembre para operar a unos 40 niños. El costo  por niño en promedio es de  Q60 mil.

Luego de 15 años, este aporte se ha vuelto una tradición. ¿Qué piensa?

 Hemos tenido suerte de que un grupo hace contribuciones, en general, aunque el concepto de filantropía no es muy común en Guatemala.

Lo que ambiciono antes de morir es conseguir mucha gente que dé poco, unas  dos mil personas. Esto serviría para hacer planes a largo plazo, pues  si uno tuviera una entrada fija uno sabría planificar mejor. Pero también obtengo donaciones de Estados Unidos.  

 ¿Qué hace para mantenerse activo?

Cuando uno se retira y no hace nada, se muere. Hay que estar en algo. Me mantengo ocupado, interesado y en contacto con la gente joven.

¿Qué hay del lado humano, más allá del científico que también lo motiva?

Si escoger una carrera académica de tiempo completo —investigación, enseñanza— no va dirigido a hacer dinero, no me quejo, gano lo suficiente; pero aquí no gano un centavo. Sin embargo, el nivel económico de la mayoría de médicos aquí es muy bajo.   

La medicina se ha deshumanizado; si uno no es ético, se presta a hacer cosas no éticas. 

Dice el dicho que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. ¿Qué nos dice?

Tenemos tres hijos, todos en Estados Unidos. Creo que mi generación, la que desarrolló  la cirugía cardíaca, trabajábamos mucho. Talvez demasiado, en detrimento de la familia. Para nosotros cada día era como Navidad: interesante, cosas nuevas, un campo nuevo. Salía muy temprano y regresaba muy tarde. Así que la heroína de la familia fue mi mujer; si no, hubiera sido un desastre. En retrospectiva, no fui el clásico buen padre que llevaba a sus hijos a jugar beisbol, no tenía tiempo. Pero por otro lado, están bien, son profesionales, tenemos una buena relación, ninguno estudió Medicina; no son babosos.

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