Revista D

Antiguos oficios

Los clientes recurren cada vez menos a los sastres, zapateros y barberos, tampoco se observa ya a carboneros recorrer las calles.

La Barbería Willie en Antigua Guatemala, es uno de los pocos lugares donde todavía se ofrecen los servicios de corte, tallado de barba y bigote. (Foto Prensa Libre: Miguel López)

La Barbería Willie en Antigua Guatemala, es uno de los pocos lugares donde todavía se ofrecen los servicios de corte, tallado de barba y bigote. (Foto Prensa Libre: Miguel López)

Los zapatos de distintos estilos y colores se asoman de las estanterías del Hospital de Calzado La Palma, situado en la 10a. calle de la zona 1. La mayoría es calzado que no fue recogido por sus dueños. Don Efraín Molina Palma, de 70 años, propietario del negocio, con esmero se concentra en cambiar las tapitas de unos de tacón, uno de los pocos pares que le llevaron a reparar esa semana.

Molina es testigo de cómo su oficio se ha vuelto cada vez menos requerido. “Los zapatos de paca han hecho que el trabajo baje y el calzado que se maquila es un artículo desechable y su reparación es cara”, afirma.

Este negocio, que según cuenta con orgullo, tiene 91 años y que tuvo sus años de esplendor en los años 1960, llegó a tener 65 trabajadores y unos 15 repartidores.

“Cambiar tapitas a un par de zapatos de mujer vale Q20; los de hombre Q50 y un par de suelas hasta Q200”, explica. De manera que muchos ya no recogen el pedido, por lo que se ve obligado a rematarlos.

Molina no es el único artesano que sufre el embate de la modernidad. Situación similar atraviesan sastres, modistas, hojalateros, barberos, heladeros, relojeros, afiladores y otros que en épocas pasadas gozaron de gran demanda, pero que con el avance de la tecnología y el descubrimiento de nuevos materiales han visto como la clientela escasea.

Los trabajos manuales o artesanales son cada vez más sustituidos por máquinas industriales o sistemas computarizados que operan a gran escala, en menos tiempo, costo y esfuerzo. El fenómeno no es nuevo.

Desplazados

Roberto Cuyán se dedica a la sastrería desde hace 35 años. En su tienda, Puntadas Finas, confecciona trajes a la medida para caballero. El precio por hechura es de Q600, más el tejido. La poca demanda ha hecho que diversifique su oferta, por eso también ofrece corbatas, camisas así como pantalones de paca.

El modelo de compra ha cambiado“, explica Cuyán. “Los clientes prefieren escoger sus trajes en los almacenes en vez de mandarse a hacer uno”, dice.

Según Cuyán, el escaso trabajo en la confección obedece a varios factores. Cita, por ejemplo, que un traje personalizado es un proceso lento y por el costo de la mano de obra es caro. Argumenta, además, que hoy en día la oferta de telas es de mala calidad. “Antes se importaban muchas lanas y mezclas que ahora vienen solo para cierto segmento del mercado. Casi todo lo que viene es cien por cien poliéster”, afirma.

A estos factores se debe agregar el bajo costo de la ropa de paca, lo cual prácticamente los ha sacado del mercado. “También los hijos de los sastres ya no quieren aprender este oficio, con raras excepciones”, comenta el artesano.

Uno o dos

Algunos oficios están extintos —telegrafistas y maquinistas de trenes— mientras otros son contados con los dedos de la mano, como los ascensoristas, reparadores de muñecas, teñidores de hilo, repartidores de leche, colchoneros, carboneros, desyerbadores —quitaban la hierba de las calles empedradas— y linotipistas son algunos de estos.

La mayoría de estos artesanos ofrecían, hasta mediados del siglo XX, sus servicios de puerta en puerta. Los carboneros, por ejemplo, cargaban su producto sobre su espalda o sobre el lomo de una bestia; recorrían las calles en busca de compradores. En aquella época no existía el propano para las estufas y la electricidad era escasa.

Carmen de González recuerda que allá por la década de 1940, los vendedores, especialmente los de Chinautla, eran famosos por la calidad de su carbón. Su madre les compraba en su antigua residencia, en la 10a. avenida, zona 1.

“Recorrían las calles con el carbón en redes sobre sus espaldas o en mulas y había que cuidar que no trajeran escorpiones o insectos”, cuenta González. Luego pasaban los que recogían la ceniza de los poyos de las cocinas.

El oficio de linotipista fue reemplazado a inicios de 1990 por el sistema fotomecánico. “Lo último que se trabajó en linotipo fueron los Clasificados”, señala un colaborador de Prensa Libre. A la fecha, aún se trabaja en algunas imprentas, pero es escaso debido a su alto costo.

Afiladores de cuchillos, tijeras y machetes habrá uno o dos. Lisandro Maselli rememora que los años de mayor gloria de su negocio tuvo a 22 personas colaborando con él. Hoy en día trabaja en solitario en un pequeño local cercano al mercado La Presidenta, zona 1. Cuenta que los jóvenes no se interesan más por aprender este oficio.

Historia

La vida artesanal en Guatemala se remonta a la época de la Conquista, según anota el historiador Horacio Cabezas en la Historia General de Guatemala.

“Los artesanos, cita el documento, jugaron un papel importante en los preparativos de las acciones armadas: el herrero forjaba o reparaba espadas y puñales; el herrador fabricaba las herraduras para los caballos, el carpintero armaba las ballestas —armas parecidas a un arco— y el fundidor, las balas para las piezas de artillería”.

Las diferencias surgidas entre los distintos grupos y los mandos militares, hizo que el primer cabildo municipal, en 1524, regulara estos oficios y se fijaran aranceles para las distintas producciones de este tipo.

“Los artesanos usaron y abusaron de su oficio para ubicarse rápidamente en buenas posiciones sociales”, refiere Cabezas. Fue hacia 1530 cuando se aprobaron las ordenanzas para herreros y sastres, cuando se consolidaron mejor estas actividades y se organizaron los gremios de artesanos en la Guatemala colonial.

Miguel Álvarez, cronista de la ciudad, cuenta que con los nuevos oficios traídos por los españoles fue necesaria la capacitación y fue así como comenzó la relación maestro-aprendiz.

Cabezas describe que los aprendices eran muchachos de 12 a 20 años que adquirían los conocimientos y destrezas bajo la tutela o dominio de un maestro.

En el plazo fijado para el aprendizaje —de seis a ocho años—, los padres renunciaban a la patria potestad, mediante escritura pública. Este discípulo trabajaba gratuitamente para el maestro, quien a su vez le enseñaba el oficio y la doctrina cristiana, le proporcionaba casa, alimentos y vestido.

Concluida la enseñanza, el aspirante se sometía a un examen. Si lo aprobaba pasaba al grado de oficial, lo cual le daba el derecho a recibir un salario por su trabajo. Los maestros, a su vez, se sometían a un examen ante un tribunal competente y obtenían del Ayuntamiento el “título” que les autorizaba a tener un taller.

La organización de los artesanos en gremios permitió a algunos de ellos integrarse a la clase dominante. Cabezas refiere el trabajo de Francisco García Peláez, quien documenta que hacia 1602 se contabilizaban 32 artesanos españoles y 52 entre mulatos y negros.

El historiador anota que durante mucho tiempo los españoles mantuvieron el status de maestro en los oficios artesanales. Sin embargo, ante la habilidad y destreza de algunos indígenas, negros y mulatos, se les permitió que tuvieran taller propio.

Cultura y devoción

Los gremios se sumaron a las manifestaciones culturales españolas. Álvarez menciona que muchos de ellos se volvieron muy devotos.

“Durante el siglo XVII participaron todos los gremios en la procesión del Santo Entierro de Santo Domingo, en Santiago de Guatemala”, comenta Álvarez. A la fecha, la procesión de Viernes Santo de esta iglesia honra a los distintos gremios en forma de ángeles, recordando este hecho.

Caída

El 8 de junio de 1813 las Cortes de Cádiz emitieron un decreto por el cual se abolieron los gremios en Guatemala. De la época colonial es posible identificar como artesanos ya desaparecidos a los plateros, salitreros y coheteros, como lo refiere el libro Los gremios guatemalensis, de Héctor Samayoa Guevara.

Según Álvarez, desde esa fecha varios artesanos siguieron su trabajo por tradición. Después de la independencia fue fundada la Escuela de Artes y Oficios (1875). Según el blog Guatemala de Ayer, la escuela contaba con talleres para herrería, fundición, carpintería, ebanistería, talla, encuadernación, hojalatería, cobre, zapatería y sastrería. Entre otros se impartían clases de teneduría de libros, aritmética, gramática, dibujo, pintura y música. Fue clausurada en 1892 durante el gobierno de José María Reyna Barrios.

En este período, Álvarez identifica como oficios comunes en distintas culturas a las plañideras, los pregoneros y serenos —quienes se encargaban de encender los faroles de la ciudad—.

Adaptación y cambio

En un período de 10 años, los expertos en reclutamiento auguran la caída de puestos intermedios y ciertos oficios. El periodista Miguel Ayuso de El Confidencial de España relata la desaparición de ciertas posiciones a futuro como secretarias, asesores de viaje y cobradores de peaje, quienes serán sustituidos por tarjetas electrónicas o casetas automáticas.

“Estamos convencidos de que van a desaparecer los trabajos manuales susceptibles de ser reemplazados por una máquina o un ordenador pero, además, se van a extinguir las posiciones intermedias que no den un suficiente valor añadido”, indica María José Martín, directora de atracción y gestión de talento de Manpower Group para el citado medio.

Frente a la interrogante de situarnos ante una segunda revolución industrial debido a los avances tecnológicos, Marco Antonio Penado, Gerente de País de Manpower Guatemala, considera que se vive una nueva realidad, denominada por ellos Human Age. Plantea un escenario en donde individuos capacitados, que escasean cada vez más, dictarán las condiciones a los empleadores sobre cómo, dónde y cuándo trabajar.

Las empresas deberán volverse más ágiles para atraer, capacitar y desarrollar a sus empleados, replanteando la capacitación del personal y las estructuras laborales, asegura Penado.

Si ciertos oficios desaparecen, es resultado de un desbalance laboral entre oferta y demanda, indica Penado. El reto consiste en ponerse de acuerdo distintos actores para generar el talento que la sociedad demanda con las competencias requeridas.

Para Álvarez, los oficios van desapareciendo porque se acomodan a la época, puesto que muchos han sido suplidos por la tecnología. “La sociedad tiene que ser dinámica, no nos vamos a quedar con algo manual si se puede tecnificar, aunque es triste que se pierdan ciertos oficios, pues muchos se quedan sin fuentes de trabajo”, opina el cronista.

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