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Artistas de imágenes religiosas mantienen la tradición escultórica guatemalteca

La imaginería religiosa creada en Guatemala floreció y tuvo un prestigio mundial durante la época colonial, arte que ha pervivido y evolucionado, con obras de artistas concentrados en el Centro Histórico capitalino. ¿Qué ha cambiado y qué se ha conservado a lo largo de los siglos?

Artistas de imágenes religiosas mantienen la tradición escultórica guatemalteca

Iván Vásquez es un escultor de imágenes religiosas, cuyo taller se encuentra en la zona 1 capitalina, quien heredó el arte de su padre, Cristóbal Vásquez. (Foto Prensa Libre, cortesía de Juan Diego González)

Hay aspectos que se han mantenido intactos en los talleres de artistas consultados, como el hecho de que han heredado el oficio de sus padres, quienes, como ellos, elaboran las imágenes religiosas de manera empírica y no académica, procurando responder a la demanda con mayor rapidez, pero sin sacrificar la calidad de cada pieza. Para cumplir con este requerimiento, los trabajadores del taller se dividen las tareas para reproducir las piezas, ya sea en resina o madera, en el fundido o tallado, acabados y policromía.

Al comparar con el pasado colonial, un ejemplo del reparto de talentos lo constituye el del maestro Pedro de la Rosa, a quien se atribuye la autoría del Crucificado del Calvario (1657), en Antigua Guatemala, Sacatepéquez, según cédulas de papel encontradas en el interior de esta imagen, en la que se afirma que la policromía estuvo a cargo del pintor Antonio de Montúfar, refiere el artículo Escultores y esculturas de la antigua capitanía general de Guatemala (1524-1660), de Rafael Ramos Sosa, Universidad de Sevilla.

Según se expone en la obra Historia de la imaginería colonial en Guatemala, de Heinrich Berlin (1952), “a medida que las artes se desarrollaban, hasta para ser un simple imitador técnico se requería, y aún se requiere, un largo entrenamiento. De ahí que el artista verdadero siempre haya sido, y lo seguirá siendo, un hombre excepcional”.

Iván Vásquez, hijo del maestro Cristóbal Vásquez —quien trabajó con el insigne artista Julio Dubois desde los 18 años, fallecido a los 84, hace tres años— y que abrió su taller propio en el 2015, dice que aunque aprendió de su padre la realización de esculturas en resina, desde niño ha asistido a talleres de pintura para perfeccionar las técnicas, pues él se dedica solo a pintarlas. Otros trabajadores, incluido su hijo, hacen los moldes, funden la resina y la pulen.

La resina, dice, es el material que más se utiliza en la actualidad, a partir de la década de 1990, por ser más rentable y más resistente que el yeso, además de que permite una mayor producción de piezas, con el uso de moldes. Además, su secado es más rápido.

En cuanto los precios, imágenes de José y María, en resina, tienen un costo, ambas, de Q650, en tanto que en yeso, unos Q50. “Hay esculturas importadas, pero los acabados son mejores en Guatemala y le damos el toque nacional, pues las extranjeras tienen tonos de piel pálidos; en las guatemaltecas son más intensos, sin perder la belleza”, añade.

También se elaboran imágenes con rostro, pies y manos de resina, y el cuerpo con goznes, para vestir, de madera. La ventaja de la madera es que es natural, las piezas son únicas, hechas a mano, con mayor durabilidad, pero tienen un costo más elevado y lleva más tiempo su elaboración.

Vásquez asevera que en su taller realizan unos 10 juegos de misterios de la Natividad —Jesús, María y José— a la semana, con cabeza, manos y pies de resina, en tanto que si fueran de madera en su totalidad, serían solo unos cuatro juegos.

Aunque tienen trabajo todo el año, los escultores entrevistados coinciden en que las épocas altas son fin de año y Cuaresma. Las imágenes con mayor demanda en los últimos meses del año son Jesús, María y José; la Virgen de Guadalupe; la Virgen del Rosario; la Inmaculada Concepción y los Reyes Magos. En Cuaresma, crucifijos, nazarenos, cristos yacentes y resucitados, dolorosas, María Magdalena y san Juan.

Erwin Camey, de 39 años, quien aprendió el oficio de su tío a los 12, asevera que “la mejor escuela es la práctica”. Su tío, afirma, se formó en una fábrica de imágenes, propiedad de artistas italianos, que se llamaba El Arte Toscano. Camey dice que en su taller, pueden elaborar 10 piezas en resina en una semana.

Erwin Camey tiene más de 27 años de dedicarse a la elaboración de piezas religiosas. Su taller está cerca del Cerrito del Carmen. (Foto Prensa Libre, Brenda Martínez)

Demanda

Las manifestaciones artísticas, a la llegada de los españoles, tenían como objetivo la conversión de los locales a la religión católica. A medida que aumentaron los conversos, hubo mayor necesidad de objetos de arte para el culto, que traían de España, pero al mismo tiempo, los más capacitados entre los pobladores, en especial frailes, se dedicaban a la fabricación. Berlin explica que, en realidad, los cronistas no se referían a “hacer”, sino mandar a hacer.

En la actualidad, indican los artistas entrevistados, la mayoría de los pedidos de imágenes son hechos por particulares, para su devoción privada; solo algunas son procesionales, solicitadas por hermandades o iglesias.

La demanda, afirma Vásquez, ha aumentado en los últimos años, pues ahora hay ocho de estos talleres en el Centro Histórico, cuando hace dos décadas eran solo tres.

Durante la Colonia, los principales clientes eran cofradías, órdenes religiosas, personas individuales, alcaldes indígenas, gobernadores, jefes ediles y autoridades eclesiásticas. Los artistas, en general, transmitían los conocimientos del oficio a sus hijos, y estos a las generaciones, expone Brenda Porras en su tesis doctoral El retablo y la escultura en Guatemala, siglos XVI al XIX (2015).

Acabados a la imagen de una oveja en resina, en el taller de Iván Vásquez. (Foto Prensa Libre, Brenda Martínez)

Fernando Urquizú, historiador del Arte, refiere que la calidad de la escultura se vio afectada por la Ilustración francesa, a finales del siglo XVIII, por lo que cae la demanda de la producción religiosa, además de que en 1804 España pide que se liquiden los bienes de las cofradías en América para subsidiar la guerra con Napoléon Bonaparte, por lo que estas asociaciones religiosas se quedan sin fondos.

A comienzos del siglo XX se comienza a importar imágenes de Europa, de mejor calidad, y disminuye la producción de esculturas religiosas nacionales.

“Como consecuencia, la escultura cae en decadencia, pues no puede competir con la calidad de imágenes italianas, francesas y españoles”, añade Urquizú
A partir de la década de 1960 se comienzan a importar esculturas religiosas de Hong Kong y China, por lo que los artistas de Guatemala sucumben ante este mercado.

Después de la firma de los Acuerdos de Paz (1996), a la escultura nacional se le devuelve el valor que merece como patrimonio cultural y cobra mayor importancia en el siglo XXI, afirma.

Welter Velásquez se especializa en tallas de madera en su taller familiar, cerca del Mercado Central, zona 1. (Foto Prensa Libre, Brenda Martínez)

“Estos talleres rescatan la tradición escultórica del país, al competir con imágenes chinas, de menor calidad. Su arte está destinado a satisfacer a un público que trata de conservar el patrimonio. Hay artistas que se aproximan a las técnicas coloniales en madera”, dice. Las réplicas de imágenes reproducen también el sentido religioso del original, así como su carácter mítico y sobrenatural, indica.

Perfil del artista

El artista, en la época colonial, ocupaba el lugar de un respetado artesano. Con frecuencia, era casado, sabía escribir y su mujer no, aunque hubo también artistas analfabetas. Figuraba en determinada asociación religiosa, por lo cual se sentía relacionado con alguna iglesia en especial, hasta el punto de pedir que se le enterrara en ella.

Entre los artistas existía un ambiente de amistad profesional, que, desde luego, no excluía del todo rencillas y competitividad.

Entre ellos se formaban relaciones por parentesco real y también espiritual; en los casamientos y bautismos, artistas amigos servían de padrinos. También se conservan testamentos donde un artista designó a otro como su albacea.

Misterio de la Natividad, muy solicitado por devotos a artistas para la época de fin de año, elaborado en el taller de Erwin Camey. (Foto Prensa Libre, Brenda Martínez)

Desde su taller, tienda y obrador, como solía decirse en la época, el imaginero atendía los pedidos grandes y pequeños. Allí mismo fabricaba los encargos.

Las artes y los oficios se ejercían por numerosos artistas y artesanos no agremiados y dado su número y, a veces, su innegable capacidad, era ya imposible su control y agrupación,

El traslado de la ciudad al Valle de la Ermita, en 1776, llevó al empobrecimiento y casi total extinción de muchos. En la nueva capital se fueron desarrollando las artes, estimuladas por las autoridades.

Los artistas coloniales usaban libros para crear sus obras, de estampas y geometría. Se utilizaron modelos occidentales traídos por los conquistadores y colonizadores, como pinturas y esculturas pequeñas, estampas y grabados sueltos o que formaban parte de las ilustraciones de libros litúrgicos, se expone en la obra Pintura y escultura hispánica en Guatemala, de Haroldo Rodas (1992).

Proceso de tallado de madera de un rostro de una imagen religiosa, que incluye el desbastado y perfilado. (Foto Prensa Libre, Brenda Martínez)

En la actualidad, los artistas utilizan su teléfono celular para buscar la fotografía ideal de la imagen que desean reproducir de nazarenos, cristos y vírgenes. Camey indica que ha exportado sus imágenes a El Salvador y Nicaragua.

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Obras en madera

La madera principal que utilizaban en la Colonia era el cedro, de preferencia la raíz, para la elaboración de rostros, manos, pies e imágenes pequeñas o domésticas. El dibujo cumplió una función primordial, al planificar la imagen sobre la madera, para definir las proporciones y rasgos generales. Era la guía al momento de esculpir, según el modelo de estampa o grabado.

Al cedro los escultores coloniales lo llamaban “madera para hacer santos”. Tiene varias ventajas plásticas como suavidad, porosidad fina, sin nudos duros ni fibras o astillas, y tiene un color parejo, además de que abunda en los bosques del país.

Welter Velásquez, quien para seguir la tradición heredada de su padre talla las imágenes solo en madera, expone que se utiliza cedro por su maleabilidad y en algunas ocasiones, caoba, pero esta es más rígida.

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Aunque deseaba estudiar ingeniería, debió aprender el arte con su padre, por un accidente que este tuvo en la vista, por lo que ya no pudo trabajar. De la noche a la mañana, a Velásquez le tocó tomar su lugar.

“Al producir en mayor cantidad, se puede descuidar la calidad”, advierte. Una pieza de vestir de 65 cm de alto les puede llevar a él y a sus hermanas, que también trabajan en el taller, unas 15 horas, y si es de bulto —cuerpo tallado por completo—, 36.

En el pasado se usaba vejiga de cordero para aplicar el encarnado, cuyo secado llevaba mucho más tiempo, pero ahora se usan pigmentos industriales. En óleo el secado puede tardar tres días. Si son de resina, se pueden colocar a la intemperie sin sufrir daños, asegura Camey.

El precio de una imagen de 65 cm es de Q2 mil 800, con pintura industrial, y si fuera al óleo, Q6 mil 500, pero tiene más durabilidad.

Aunque hay escultores, como Velásquez, que aprendieron a hacer estofe, este se realiza en escasas ocasiones, por su alto costo y mayor tiempo de elaboración, pues se utilizan laminillas de oro o plata sobre las cuales se efectúan los realces o cincelados para decorar el vestuario a imágenes de bulto.

Imagen con el rostro, pies y manos de resina, y cuerpo con goznes de madera, en proceso de elaboración en el taller de Iván Vásquez. (Foto Prensa Libre, Brenda Martínez)

Camey indica que en la Colonia, solo para crear una imagen, le llevaba al artista medio año, pero su valor era muy elevado.

La talla se iniciaba con el desbaste de los perfiles, luego los frontales y laterales, y se definían las formas, en el caso de una figura humana, en elementos como cabellera, manos, nariz, pies y ropajes, y se les daba un pulido con lija para luego dejar las esculturas en blanco.

Este proceso de tallado se ha conservado hasta la actualidad. Luego se aplicaba la policromía a la escultura en blanco, para formar los ropajes, y la fase del encarnado o tono de piel humana.

Misterio de la Natividad en resina, elaborado en el taller de Iván Vásquez. (Foto Prensa Libre, Juan Diego González)

Hacia el final se barnizaba, para proteger la escultura, y se colocaban ojos de vidrio, cabello, coronas y otros atributos. En la actualidad todavía se utilizan estos elementos. Los artistas de hoy también hacen restauraciones de imágenes en madera y resina.

El escultor fue la fuerza productiva para satisfacer la necesidad espiritual del hombre. En ese sentido, Urquizú destaca que los artistas sustituyen técnicas y materiales, “pero el espíritu de la tradición se conserva”.

“Mientras haya personas devotas de imágenes, se va a mantener este arte”, concluye Vásquez.

Antecedentes escultóricos

Virgen del Rosario de la parroquia de Santiago Sacatepéquez, que data de 1580. (Foto Prensa Libre: archivo fotográfico del padre Antonio Gallo)
  • La imagen más antigua de Centroamérica es la escultura de la Virgen del Socorro, que se venera en la Catedral Metropolitana, traída por los conquistadores en 1524.
  • A mediados del siglo XVI la esculturas respondían a un criterio plástico del Renacimiento, en un taller con un maestro al frente.
  • Entre las primeras está la Virgen del Rosario de la parroquia de Santiago, Sacatepéquez, o San Bartolomé de Mazatenango, Suchitepéquez, que constituyen un ejemplo de un primer y sencillo renacimiento en Guatemala.
  • En la primera mitad del siglo XVII la plástica evolucionó del idealismo renacentista y manierista hacia el barroco. Un hito de este período es el Nazareno de la Merced, obra documentada del imaginero Mateo de Zúñiga, en 1655.
  • El dato más antiguo sobre la procedencia de artistas de origen hispánico en nuestro país data de alrededor de 1558, vinculado a las órdenes religiosas.
  • Según fray Francisco Vásquez, vivió el hermano lego franciscano Juan de Aguirre, quien talló dos vírgenes que Diego de Landa llevó a Yucatán. Después, se conoce sobre la escritura de 1575 otorgada por Miguel de Aguirre para elaborar un crucificado para Izalco, El Salva

ESCRITO POR:

Brenda Martínez

Periodista de Prensa Libre especializada en historia y antropología con 16 años de experiencia. Reconocida con el premio a Mejor Reportaje del Año de Prensa Libre en tres ocasiones.