
“Con mis amigos, caminamos regularmente por ese sector y hemos visto a los pequeños que venden golosinas y lustran zapatos, en lugar de disfrutar de su niñez. Me da tristeza verlos trabajar y saber que no tienen para su comida y estudios”, lamenta Oliver.
Mientras ofrecían sus productos, Reyes sorprendió a los pequeños con un almuerzo, bebida, una paleta de chocolate y un abrazo.
Los niños, algunos tímidos y otros que tomaron confianza, dejaron sus ventas por un momento y se sentaron junto a Oliver, para conversar y disfrutar la comida, mientras los visitantes del lugar observaban lo que ocurría, un tanto extrañados.
“Soy mentor infantil. Visito aldeas para platicar con niños y compartir tiempo con ellos”, relata Oliver, a quien le impactaron las palabras de uno de los pequeños vendedores.
El fin de semana es el único momento en que estos niños y sus padres pueden vender algo en el lago para vivir.
“Uno de los niños tiene 6 años, vendía dulces y expresó que debía trabajar para ayudar a su familia”, dijo.
“Tengo pensado involucrar mis amigos de la universidad para dar a los niños un obsequio”, finalizó Reyes.