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Estas son tres familias y tres historias que ejemplifican la crisis que se vive en el país, por la pobreza, por la escasez de comida en los hogares.
Desnutrición desde la cuna
En la aldea Marimba, Camotán, el centro de Salud ha identificado un caso de desnutrición aguda. La niña se llama Keren, tiene 3 años y su peso ronda las 20 libras.
Con esfuerzo su madre, Blandina García Amador, ha intentado que la pequeña suba de peso, una batalla que inició desde que la trajo al mundo, pero la condición de pobreza en que se encuentra la familia impide darle un alimento más allá de maíz y frijol.
Los médicos le han dicho que es necesario ingresar a Keren a un centro de recuperación nutricional para que su condición mejore, aunque las secuelas de la desnutrición en su desarrollo físico y cognitivo ya son irreversibles. El riesgo es que una enfermedad que para un niño bien nutrido no representa ningún peligro, para ella puede ser fatal.
El plan es trasladarla al proyecto Esperanza de Vida, en Llano Verde, Río Hondo, Zacapa, pero no ha sido posible porque en este momento el lugar no recibe pacientes, como medida de prevención contra el covid-19. Habrá que esperar a que la emergencia pase para poderla internar.
La pequeña padece desnutrición desde el nacimiento, y en el centro de Salud le han dado seguimiento al caso. La enfermera del área la visita constantemente, pese a que no es fácil llegar a la casa de la familia.
Hay que abrirse paso entre la montaña. El camino es estrecho y un pie en falso puede provocar un resbalón y caer varios metros entre piedras y ramas secas. Son unos 20 minutos de camino desde el puesto de salud hasta la vivienda.
En estos días, Toribio, el esposo de Blandina, se queda en casa, junto a sus siete hijos. Él trabaja limpiando fincas, con azadón, en Copán, Honduras. Una labor por la que recibe Q40 diarios, pero con la emergencia del covid-19 y el cierre de fronteras no ha podido viajar desde hace más de un mes.
“Mi esposo no tiene salidas, no tenemos muchos alimentos en la casa. Cuando hay chance sale a comprar el pan, pero ahorita todo está bloqueado”, cuenta Blandina.
Para sobrellevar la falta de alimentos en casa solo toman dos tiempos de comida. “En el desayuno se echa la tortilla, y cuando hay, frijol; cuando no, solo tortilla con sal”, refiere.
Cuando Toribio consigue dinero compra en la tienda un par de huevos, para que los niños coman algo diferente, pero esto no es de todos los días.
“Es por esta enfermedad —del coronavirus— que vino que no tiene la posibilidad de salir para ganar el pan. Él —su esposo— es agricultor y se ha escaseado el trabajo. El año pasado todavía tuvo posibilidad de salir, ganaba para comprar maíz y así la veníamos pasando”, comenta Blandina, quien espera que pase pronto la emergencia por el covid-19 para que su esposo salga a trabajar y para que reciban a Keren en el centro de recuperación nutricional.
No hay comida ni trabajo
En el hogar de los esposos García Ramírez el hambre aprieta todos los días. En el polletón, que está afuera del rancho de palma donde duermen, las ollas de barro vacías esperan a que Nicolás, el jefe de familia, lleve algo de comida para cocinar y alimentar a sus cinco hijos.
Nicolás trabaja en fincas de café, pero ahora que la cosecha terminó se quedó sin empleo. Para conseguir dinero se va desde temprano a cortar algo de leña, para vender o intercambiar por maíz para las tortillas, que comen con frijol, cuando lo consiguen, o quilete, que crece entre el monte.
Debido a la escasez de alimentos, los cinco niños están desnutridos, pero los más afectados son Olivia y Estela, de 3 años y tres meses de edad, respectivamente, quienes padecen desnutrición aguda moderada.
El carné de control que les extendió el Centro de Salud indica que el peso de ambas está muy por debajo de lo debido. Olivia pesa 20.5 libras. Su delgadez y aspecto demacrado no se pueden ocultar, así como su baja estatura. Aún le cuesta articular palabras.
La condición de Estela también es preocupante. En marzo pesaba 16.4 libras, pero en el último monitoreo, del 14 de abril, pesó cinco libras menos y debido a su condición frágil se enferma constantemente. Los cuadros de diarrea son frecuentes en ella.
La leche materna es lo único que sostiene a la bebé, pero lo preocupante es que Olivia, la madre, también está desnutrida y su leche, poco podrá nutrir a la niña.
Para la familia García Ramírez las últimas semanas han sido difíciles. Aunque el coronavirus no ha infectado a personas de Camotán, Chiquimula, y menos en el caserío Tisipe Centro, donde residen, ha impactado en los pobladores porque no pueden salir a buscar trabajo. Además, los precios de los alimentos se han incrementado y sin dinero no pueden acceder a ellos.
Olivia refiere que no pueden sembrar porque no tienen terreno donde hacerlo, y tampoco pueden alquilar uno. Además, no hay certeza de que la lluvia vaya a favorecerles este año. El 2019 fue seco y los cultivos se perdieron, situación que afectó a 96 mil 512 familias en todo el país, según datos del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación.
Los García Ramírez esperar aliviar la crisis alimentaria con los pocos recursos que vayan consiguiendo, porque hasta aquí la ayuda que reciben del Gobierno es mínima. Gracias a que dos de los niños de la familia están en la escuela, el pasado 2 de abril recibieron los alimentos de la refacción escolar, lo que les ayudó para comer algunos días. Ahora esperan con ansias que llegue la próxima ración.
Se enfrentan al hambre sin reserva de alimentos
Desde la calle principal de Tisipe Centro, aldea de Camotán, Chiquimula, se ve el cerro donde vive María Argentina Ramírez Esquivel. Su casa se pierde entre los pocos árboles que con esfuerzo mantienen el verde de sus hojas. Por acá la lluvia lleva meses sin asomarse, y la tierra está seca, rajada por el intenso sol, así que sembrar en este suelo es impensable.
Tras 15 minutos de caminata cuesta arriba, entre piedras y tierra, se encuentra la casa de María, una construcción de dos cuartos de adobe y techo de paja, rodeada por una cerca de palos y alambre. Allí vive con su esposo y sus cuatro hijos, todos varones de 2, 5, 8 y 15 años.
El olor a leña se percibe al entrar a la propiedad. María prepara el fuego para cocinar una libra de frijol que tiene que alcanzar para alimentar a la familia, con la esperanza de que sean varios tiempos de comida. Hoy es un buen día para ellos, pues cuando no tienen ese grano su comida es tortilla con sal.
La escasez de alimentos ha pegado fuerte en esa comunidad, especialmente para los niños. Los hijos de María padecen de desnutrición. Su mirada apagada lo evidencia, al igual que la piel y el cabello, además de su baja talla y peso.
Wilfredo, el más pequeño, pesa 20.7 libras, cuando, según la medición de la Organización Mundial de la Salud, para su edad debería pesar 28.4 libras y medir 88 cm, pero está unos 10 cm por debajo. Los demás niños están en la misma condición, pero, debido a su edad, el Centro de Salud no continúa monitoreando su peso y talla.
“Los niños no aceptan un no hay a la hora de comer. No tengo qué darles”, se lamenta María.
La madre se queda al cuidado de sus tres hijos pequeños mientras su esposo y el niño mayor salen a ofrecer sus servicios como agricultores, a fin de conseguir dinero para la comida.
Desde que comenzaron las restricciones de movilización por el covid-19 el trabajo ha escaseado, pues las personas no pueden alejarse mucho de sus comunidades.
Antes del coronavirus el esposo de María recibía Q30 diarios de jornal. Ahora sale sin rumbo a buscar dónde trabajar unas horas para poder llevar dinero a casa.
Hace una semana se puso la mascarilla —la única que tienen en casa, pues prefieren guardar el dinero para comprar comida que invertirlo en una—, y bajó a Camotán a comprar tres libras de frijol porque no había para más.
En Tisipe Centro el coronavirus vino a complicar aún más la falta de alimentos, pues la escasez de lluvia que afecta el Corredor Seco desde el año pasado ha imposibilitado la siembra de maíz.
Lo poco que las familias lograron cosechar se terminó. Ahora tendrán que hacerle frente a otro período de hambre estacional, que comenzó en la segunda quincena de abril, sin reserva de alimentos.