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Así surge el apelativo “chapín”

Estas son las reseñas de las palabras "chapín" y "gachupín": la primera se utiliza para referirse a los guatemaltecos; la segunda para designar a los españoles.

Chapín era un tipo de calzado utilizado por las mujeres en la época de la colonia. (Foto: Hemeroteca PL)

Chapín era un tipo de calzado utilizado por las mujeres en la época de la colonia. (Foto: Hemeroteca PL)

Ambos motes se popularizaron en el siglo XVI. En una época ambas definiciones fueron sinónimas, pero la pregunta es ¿de dónde salieron esos términos? Para descubrirlo hay que viajar en el tiempo.

Los “chapines”, que eran zapatos de corcho que en la parte superior estaban forrados de seda o terciopelo -en ocasiones de cuero- que usaban las mujeres de la nobleza o de una condición socioeconómica alta. Según Joan Corominas, destacado lexicógrafo catalán, autor del Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, el nombre surgió en España en el siglo XIV de la voz onomatopéyica “chap, chap”, ya que era calzado muy ruidoso —tenían una fina plancha de madera en la suela—.

Este tipo de calzado era fabricado en gran medida por artesanos de Jerez de la Frontera y Valencia, España.

En la literatura

Miguel de Cervantes, en su obra El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, menciona el “chapín de la reina”, un impuesto que se recaudaba para sufragar los gastos de las bodas reales. El Quijote lo reclama y dice: “¿Qué caballero andante pagó pecho (impuesto), alcabala, chapín de la reina, moneda forera, portazgo mi barca?”

El “chapín de la reina” era una “colecta pública voluntaria”. Además, los guatemaltecos eran los que más contribuían, por lo cual les quedó el apodo. Pérez de Antón menciona, entre serio y bromista, que “cuesta creer que en el siglo XVII se le diera el nombre de “chapín” a una “colecta voluntaria”, y menos que los guatemaltecos contribuyeran deseosos”.

Aquellos chapones, eso sí -y como se ha dicho antes-, estaban de moda entre la clase femenina pudiente de los siglos XV y XVI. Debido a la altura del calzado, las damas casi saltaban de ellos al quitárselos, tal como lo describe Lope de Vega en La prudente venganza: “Casose un hidalgo amigo mío, de buen gusto, y la noche primera se debía celebrar el himeneo, vio a su mujer apearse de tan altos chapines y quedar tan baja que le pareció que le habían engañado en la mitad del precio justo”.

Tan altos eran los chapines que también el historiador López de Gomarra, en la Historia General de las Indias, se refirió a ellos y comparó la estatura de indígenas y de españolas: “No son menores las indias que las mujeres de acá, sino que como no traen chapines de palmo ni de palmo y medio como ellas, aun con zapatos, parecen chicas”. Un palmo equivalía a 22 centímetros.

En aquellos tiempos medievales cualquier cosa podía parecer escandalosa, y los chapines no se quedaban atrás: llamaban la atención por su extravagancia y bullicio, tanto así que fray Hernando de Talavera escribió el curioso Tratado sobre la demasía en el vestir, calzar y comer, que data de 1477, y eleva a pecado mortal el uso de los chapines, ya que se cometía el “pecado de soberbia y de mentira”, porque a las mujeres “Dios las había hecho de menor tamaño que los hombres”.

Aún así, las mujeres los vestían y no les importaba su altísimo costo.  “Tanta media calada, tantos chapones, mi padre sin sombrero ni calcetines”, dice una canción popular en Asturias, la cual hace referencia al sacrificio que había un padre para comprarles esos zapatos a su esposa o hijas.

Durante la Colonia, las españolas y las criollas de Santiago de Guatemala -de elevado estatus social y económico- usaban los chapines, así como se acostumbraba en la jerarquía residente en España.

Chapín, el guatemalteco

Antes se les llamaba “chapetón” a los españoles que emigraban a América; esa palabra , según Joan Corominas, proviene del vocablo “chapín”.

Francisco Pérez de Antón indica que, en efecto, “chapín” y “chapetón” pudieron estar emparentadas “no solo por la cercanía fonética, sino porque quienes vestían chapines en Guatemala eran los chapetones”, explica.

Esta puede ser una clave por la cual el guatemalteco es un “chapín”; sin embargo, queda buscar en otra literatura, así como solucionar el misterio de los “gachupines”.

Sinónimos despectivos

Gachupín o cachupín se convirtió en algunas partes en un apodo despectivo y burlón hacia los españoles. Este término, originado en España, se generalizó en México y Centroamérica en los siglos XVI y XVII.

Una pista sobre su raíz también está en El Quijote, cuando el ingenioso hidalgo se encuentra con dos caballeros de aparente alcurnia a quienes les habla de su elevado linaje y de los nobles apellidos de su amada, Doña Dulcinea del Toboso. Uno de los hombres le responde: “Aunque el mío (el linaje) es de los cachupines de Laredo (…), no lo osaré yo compararlo con el del Toboso de La Mancha”.

Esa cita estaba cargada de ironía, ya que los cachupines de Laredo se ufanaban de ser de alto linaje, cuando no era así. De esa forma, “Cervantes se burlaba de las personas que se ponían apellidos ‘de altura’”, comenta Pérez de Antón. Era como decir “los engreídos de Laredo”.

Así, los mismos españoles se referían a sus compatriotas como “gachupines” si estos se habían enriquecido en América y regresaban a su país dándose aires de superioridad.

El mote se extendió a estas tierras y no era extraño que en Guatemala también llamaran de esa forma a los españoles, pues eran los que más dinero tenían.

Hasta aquí, chapines, chapetones y gachupines o cachupines eran sinónimos, y no era agradable que le dijeran así a alguien.

Signo de identidad

De ser apodos aplicados a una aristocracia proveniente del extranjero, ¿cómo llegaron a ser antónimas las palabras “chapines” y “gachupines”? ¿Por qué “chapín” pasó a ser el gentilicio de la mayoría?

Pérez de Antón recurre a la historia política y económica de la Centroamérica colonial para explicar este fenómeno: en aquel tiempo, la Capitanía General de Guatemala controlaba el comercio de todas las provincias del Reino, por lo que quienes quisieran vender productos a España debían aceptar las condiciones de los comerciantes de Guatemala. Esto, en economía, se llama monopsonio (monopolio de la demanda).

A causa de esto, “las demás provincias resentían el poder centralista y autoritario que desde Guatemala ejercían los chapines, gachupines o chapetones (que significaban lo mismo)”, refiere Pérez de Antón. Sin embargo, el apodo que más se empleaba era “chapines”, que eran “los señores de Guatemala”.

Luego de la Independencia, las otras provincias tenían temor de que ante una posible unión centroamericana, Guatemala continuara con el control comercial, y esa fue una de las causas por las que hubo cierta distancia, en especial a principios del siglo XIX.

“Así las cosas, las otras repúblicas siguieron refiriéndose a los guatemaltecos como chapines, en tono despectivo”, explica el escritor.

Los criollos adoptaron con orgullo el término “chapín” —que reflejaba de cierta forma su linaje y su categoría social—. En tanto, muchos españoles regresaron a su patria y se les siguió llamando “gachupines”, siempre en tono burlón. De esa manera, las dos palabras se convirtieron en antónimas.

Con el tiempo, el “chapín” dejó de ser referencia de privilegio para los aristócratas, y ahora, puntualiza Pérez de Antón, el apodo “es orgullo de todo guatemalteco”.

Personaje Juan Chapín

Tras el triunfo de la Revolución Liberal de 1871, el novelista José Milla y Vidaurre sale al exilio, viaja por EE. UU. y Europa.

Regresa al país en 1874. En 1875 publica tres tomos titulados Un viaje al otro mundo pasando por otras partes, en el cual figura un personaje llamado Juan Chapín: irónico, alegre, a ratos ingenuo y por momentos taimado, con el cual representa la manera de ser del habitante capitalino.

Milla escribió: “Nunca he podido establecer lo que haya dado motivo a que se designe con el nombre que encabeza este artículo (“El Chapín”) a los guatemaltecos, ni alcanzo la analogía que pueda existir entre la persona que ha nacido en la capital de nuestra república y una ‘especie de chanclo que usan solo las mujeres y se diferencia del chanclo común en tener, en lugar de madera, un corcho forrado de cordobán’; definición que el Diccionario de la Academia da de la voz chapín”.

No obstante, es en la novela de José Milla que por primera vez se identifica cierta idiosincrasia con el vocablo.

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