Pocos días antes, el 6 de septiembre, había rozado la isla el huracán “Irma” que, si bien causó daños menores, ya dejó sin luz varios sectores de la isla.
Cuando han pasado seis meses de la tragedia, quedan sin electricidad alrededor de un ocho por ciento de los 1.5 millones de clientes de la estatal Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), es decir unos 120 mil abonados, según los datos oficiales de esta agencia. Los problemas se concentran mayormente en sectores montañosos y apartados, donde los daños fueron mayores y resulta más difícil la restauración del servicio.
Ana López Bonilla, residente del Barrio Quebradillas de Barranquitas -en el interior de la isla- fue una de las damnificadas del ciclón al quedar sin vivienda por el ciclón y la posterior caída de un poste de electricidad, que la destruyó totalmente.
Vamos a luchar para perseverar”
“Todavía estoy en 'shock' (conmocionada). Pero le agradezco a Dios que estamos vivos y que yo sé que vamos a luchar para perseverar”, aseguró López Bonilla al recordar aquel día, cuando la isla recibió el peor embate natural en su historia.
Según relató esta madre de tres hijos, ella y su esposo, José A. Rivera, sabían que por la magnitud del huracán su casa no era el lugar más seguro, por lo que decidieron cobijarse en el hogar de cemento de su hija, quien vive en el mismo barrio.
Aquella fue la mejor decisión.
Los temibles vientos de María comenzaron a destrozar parte de la humilde vivienda de la familia, que terminó de ser destruida cuando un poste que se instaló en el 2013 cerca de la casa le cayó encima.
“Ese poste estuvo encima dos meses. Las autoridades nos decían que si tratábamos de removerlo nos podían denunciar”, sostuvo López Bonilla aún compungida por aquel momento, que dejó a todo Puerto Rico sin el servicio de electricidad y más del 90 por ciento sin agua potable.
Tras el huracán, la familia inició el proceso, al igual que otras miles en la isla, de buscar ayuda económica de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, en inglés) para empezar a reconstruir su vivienda.
De acuerdo con López Bonilla, FEMA les concedió 9 mil dólares, ayuda que, dice, no cubre muchos de los gastos, lo que se suma a que las ferreterías venden artículos, como los bloques, el cemento y las varillas, al doble del precio regular por la escasez de los mismos.
“El Gobierno debió congelar los precios de todo (…) Queremos que ayuden a la gente que no puede”, enfatizó la mujer, quien contó que ella y su esposo se tuvieron que mudar a la residencia de su hija mientras reconstruyen su vivienda.
“Mis hijos nos están ayudando porque emocionalmente no estamos nada de bien, porque tenemos muchos gastos”, añadió López Bonilla, quien trabaja en la Escuela Cooperativa Juvenil, donde cobra entre tres y cuatro dólares la hora, mientras que su esposo se dedica a distribuir equipo médico.
Ante la falta de los servicios esenciales, así como por otras causas como casas destruidas y pérdida de empleos, una indeterminada cantidad de residentes del barrio partió de la isla hacia Estados Unidos.
Según el director ejecutivo del Instituto de Estadísticas de Puerto Rico, Mario Marazzi Santiago, unas 184 mil personas abandonaron la isla entre septiembre y noviembre recién pasados.
Ante la tragedia y el aumento de personas que diariamente dejan la isla, López Bonilla enfatizó que están “en pie de lucha”.
No obstante, otras familias no sufrieron la destrucción total de sus viviendas, como la de la joven Jessica Duverglass, que tuvo nuevamente servicio eléctrico cinco días después del huracán en Bayamón, municipio cercano a San Juan.
“Estuvimos casi hasta mediados de octubre con la luz intermitente, a veces llegaba y se iba por horas o por días, pero teníamos”, relató Duverglass, que estuvo entre los primeros residentes en recuperar el servicio de electricidad tras el huracán.
“Mi casa se convirtió en un refugio. No nos faltó nada, pero nos desgarraba el alma pensar en aquel día y lo que desbarató. Los estragos que todavía vemos en familias y en la infraestructura son abrumadores”, añadió la joven, empleada de una aseguradora médica.
“A todos nos tocó, no de la misma manera, pero nos tocó. Tuve la oportunidad de tener a mi familia, y de alguna manera ayudarles, ya fuera con espacio para que comieran en casa, se llevaran agua o se quedaran por lo menos unos días en la semana”, concluyó Duverglass.
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