La mujer de 50 años, y cuya característica es la enorme sonrisa que mantenía siempre, en realidad escondía un perfil criminal insólito.
Fue detenida en 1954 como sospechosa de la muerte de su quinto marido, pero, en realidad, llevaba casi tres décadas matando a miembros de su familia.
La corpulenta fémina confesó varios de sus crímenes a la policía de Tulsa, Oklahoma, Estados Unidos, sin remordimiento y entre sonrisas.
Al “romántico” de su quinto marido, como ella le llamó ante los detectives, le había puesto veneno (arsénico) a un pastel de ciruelas que ella misma preparó.
Al interrogarla, la Viuda Negra respiró profundo, y tras tomar bastante aire confesó no solo esa muerte y dejó boquiabiertos a los detectives.
Según una nota de Infobae, la mujer, a quien le gustaba contactar a sus maridos por una revista especializada en citas amorosas, se acomodó los lentes y confesó sin remordimientos.
Había matado a su quinto marido, de quien dijo que la adoraba, así como a tres de sus otros cuatro maridos anteriores y a una de sus suegras que tuvo el infortunio de irse a vivir a su casa.
La Policía descubriría después que también había matado a varias de sus hijas y a una de sus nietas, y era sospechosa de otras tres muertes.
Al final se comprobaría que la mujer, nacida en Alabama en 1905, habría matado de diferentes maneras a entre 8 y 11 personas de su familia entre 1927 y 1954, sin que nadie sospechara.
“Experta” en la cocina
Su primer marido, el único que se salvó, contaría después que tuvo cuatro hijos con la mujer antes de que tuvieran problemas.
Dijo que, tras la muerte de dos de sus hijas que murieron en el hospital por una intoxicación alimenticia, sospechó que fue ella quien las mató, con platillos exquisitos que preparaba, por lo que huyó con su hija mayor.
“Me fui y me divorcié porque Nancy me daba miedo”, diría en una entrevista, según consigna Infobae.
Después vendrían muertes misteriosas de sus propios maridos y familiares y de formas muy peculiares: asfixias y veneno para ratas siempre en las comidas que preparaba, y de cuyas víctimas cobraba jugosos seguros de vida.
Al descubrirse sus crímenes en varios estados de EE. UU., fue condenada a morir en la silla eléctrica; sin embargo se le conmutó la pena por cadena perpetua.
Se quejó ante una periodista que no entendía por qué no la dejaban trabajar en la cocina para los prisioneros.
Murió en junio de 1965, tras 10 años presa, tras una larga leucemia.