MIRADOR
Drácula no era de Transilvania
Nos detenemos o reducimos la velocidad ante un accidente porque nos gusta ver al muerto bien muertito, y hasta tomamos fotos. Quien sufre alguna desgracia económica suele ser sujeto de callada burla —incluso alegrón— porque en el fondo festejamos el fracaso de otros, sentimiento mucho más patente con nuestros enemigos personales, políticos o ideológicos. Un drácula tropical parece estar instalado en nuestra alma, y gusta de la sangre, independientemente de su procedencia.
' Con la gazmoñería que nos caracteriza y el vasito de sangrita sin tequila cerca, nos aprestamos a seguir “debatiendo” las reformas judiciales
Pedro Trujillo
Aún sin existir la prisión provisional, se ha terminado por diseñarla, asumirla y aplaudirla al mejor estilo de “El derecho penal del enemigo”, de Gunther Jacobs. El problema, al igual que el de su tesis, es que no hay un criterio aceptado generalmente sobre quien define al enemigo, así que se suele aplicar aquello de: “a mis amigos todo, para mis enemigos la ley”, y se pelea fieramente en redes cuando tocan “a los nuestros”. Sin embargo, con idéntico denuedo y justificación rechazamos lo mismo en el oponente ¡En esas condiciones, no hay país que debata seriamente una reforma judicial! Ya lo advirtió Borges: “Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos”.
Llevamos años perdidos en inútiles diatribas sin emprender las reformas judiciales que muchas entidades y expertos han puesto sobre la mesa. Estamos sobrediagnosticados, así que lo único por hacer es iniciar el cambio que nadie parece desear, ni siquiera aquellos que dicen quererlo. El drácula caribeño nos habla al oído sobre cómo vengarnos en lugar de hacer justicia, que son cosas muy distintas, aunque demasiados las confundan. La primera genera rencor, ausente en la segunda, y refleja también profunda emoción y visceralidad, en lugar de la necesaria racionalidad basada en principios generales.
Casi el 50% de la población carcelaria del país son presos preventivos y provisionales, sin que la justicia los haya declarado culpables, y no parecen importarles a muchos de los que se rasgan las vestiduras por casos específicos, mientras ignoran más de once mil. No pregonan cambios necesarios —que sería lo correcto—, sino “justicia” para sus amigos, con esa capacidad dual de defender y condenar —al mismo tiempo— acciones similares ¡El Twitter todo lo aguanta; el descaro también!
La aprehensión, la prisión provisional y la exposición mediática de los capturados; deberían ser excepcionales las dos primeras y no utilizarse la última, tema este que no se aborda porque fue costumbre y escándalo con el MP anterior, y como este lo ha quitado cuesta darle el mérito. ¡Así son de teatrales! La tardanza de la justicia es otro elemento que solo importa si el personaje es conocido, porque de lo contrario se tolera o, todavía peor, se hace invisible, porque poco importas si no eres conocido, popular, famoso o mediáticamente aupado por una pléyade de tuiteros.
¡Qué poco atendemos la historia! Es a Martin Niemöller a quien se le atribuye aquello de: “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas guardé silencio, ya que no era comunista…”, y concluye: “Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar”. Ahora que tocaron ciertas fibras nos ofendemos e indignamos, sin darnos cuenta de que siempre hubo víctimas de este sistema y gente que actuó fuera de ley a la que aplaudimos y vitoreamos. Es más, algunos de los que promovieron aquello son ahora defensores de lo contrario.
Con la gazmoñería que nos caracteriza y el vasito de sangrita sin tequila cerca, nos aprestamos a seguir “debatiendo” las reformas judiciales ahora que nos hemos dado cuenta de las injusticias que consentimos y toleramos ¡Bueno, nunca es tarde!, para que no se enojen los optimistas enfermizos.