Pluma invitada

El milagro del perdón

Perdonar es reconocer el mal en el mundo.

Las cosas sucedidas en Guatemala desde 2020 a la fecha pudieron ser diferentes. La intromisión del Estado en la vida privada, donde los guatemaltecos fueron sometidos a vejaciones de todo tipo, a una serie de exclusiones, siendo la más determinante el acceso a la justicia, que se utilizó como medio para controlar la sociedad y lo que se considera justo o injusto.


Sin embargo, la pasiva acción de los guatemaltecos ante el miedo de un catastrófico desenlace provocó que desde lo público se vedaran los derechos fundamentales en una de las más crueles tiranías ejercidas por Alejandro Eduardo Giammattei Falla y un grupo de ciudadanos guatemaltecos que se prestaron para cometer atrocidades que denigraron el papel de un Estado democrático.


La comprensión de nosotros mismos en el ámbito de vida es premisa fundamental para la comprensión de los otros. Las raíces de lo que somos deben estar profundamente arraigadas con nuestra cultura, sin las superficialidades que a capricho y con desdén encontramos en determinadas épocas del calendario litúrgico de nuestra fe.


Mi relación con Guatemala es de un conservadurismo cristiano, y aunque he vivido algunas etapas de mi vida en otros lugares, la patria es algo no intercambiable, y todos aquellos que encontramos una relación con ella podemos reflexionar sobre la misma, sus actores, sus detractores, las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, así como la naturaleza misma de las acciones que provocan resultados no intencionados de acciones intencionadas.


Las acciones que mis paisanos respaldaron, que se convirtieron en una fuerza de interés mundial para provocar un cambio cultural importante en la manera de hacer y vivir en Guatemala desde la política, las negaciones institucionales de la justicia claramente evidenciadas en la Corte de Constitucionalidad, el Ministerio Público, la Universidad de San Carlos de Guatemala y ciudadanos que con su actuar y su papel protagónico en la política amenazan la libertad y la fe.

Si Guatemala quiere un Hitler, lo tendrá.


A la Nación no solo le afectan actos personales y privados oscurecidos por fuerzas del mal, cuyos intereses están en una plutocracia, sino también la toma del poder político de Guatemala que Europa vivió en el siglo XX, con la asunción al poder de Adolf Hitler y las consecuencias sobre la humanidad.


Esos años dramáticos se convirtieron en el crisol donde se formaron esas fuerzas que ahora destruyen nuestra integridad constitucional, nuestras instituciones, cosas que nunca se imaginó el país al confiar a un ciudadano probo como lo fue Arturo Herbruger, desde 1983, quien fue presidente de la Corte Suprema de Justicia desde 1949 hasta su destitución por el honorable Congreso de la República en 1953.


En lugar de ciudadanos probos, con una historia, desde su nacimiento en 1912, y que su carrera política es accesible a cualquier guatemalteco, sobre todo la negación a Jorge Serrano Elías de convocar a nuevas elecciones cuando provocó el golpe de Estado el 28 de mayo de 1993.


Perdonar es reconocer el mal en el mundo. Pero asumir una actitud pasiva ante los atropellos de rectores, abogados, políticos sin historia y sin raíces en su propio país es negar esa continuidad que permite un bienestar político a la República de Guatemala.


Si Guatemala quiere un Hitler, lo tendrá, pues, por el orden constitucional, ninguna de las instituciones que ahora la gobiernan gozan de esa probidad que caracteriza a los ciudadanos que tienen sus raíces fundamentadas en este suelo patrio que tanto amamos.

ESCRITO POR:

José Miguel Argueta

Profesor universitario del curso Unión Europea. Formación doctoral en Derecho en la Universidad Francisco Marroquín y Comunicación Estratégica en la Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Politólogo de profesión.