IDEAS
El problema de la “desinformación”
En el último par de años se ha popularizado el término de la “desinformación” y el de las fake news —noticias falsas— que se han utilizado para descalificar a priori casi cualquier cosa que no vaya de acuerdo con la corrección política, o con lo que los gobernantes —o “la mayoría”— dicen que es la verdad. El covid-19 les dio la excusa perfecta para imponerle al mundo su forma de ver las cosas, por muy errada que estuviera. Tuvieron la colaboración de muchos medios de comunicación, redes sociales y de mucha gente paniqueada.
Con la excusa de la “salud” de las personas, aplastaron cualquier oposición a su visión del mundo, silenciando cualquier voz disidente. Lamentablemente, la mayoría aceptó timoratamente la imposición. Atrás quedaron las vidas sacrificadas de tantas personas que lucharon por lograr que se respetara la libertad de pensamiento y de expresión.
Es muy peligroso silenciar las voces que no se alinean con el “pensamiento preponderante”. La humanidad se ha desarrollado, precisamente, sobre los hombros de los que no se han conformado al statu quo. El problema principal de esta visión es que no deja lugar para corregir los errores. Si el pensamiento preponderante está equivocado, seguirá hundiéndose en el error sin opción de cambiar de curso, porque todos los que podrían hacerlo fueron silenciados. ¿Y qué pasa si, con el tiempo, se descubre que el “pensamiento preponderante” estaba equivocado?
' La humanidad se ha desarrollado sobre los hombros de los que no se han conformado al statu quo.
Jorge Jacobs
Para comprender mejor el problema, pongo por ejemplo un caso que nada tiene que ver con el covid-19: el de la computadora de Hunter Biden, el hijo del presidente de Estados Unidos. Un mes antes de la elección de 2020 se dio un escándalo basado en archivos encontrados en una computadora que supuestamente Biden había dejado en un taller. En los archivos y correos electrónicos había información sobre supuestos “tráficos de influencias” —la forma sofisticada de la corrupción— en los que la familia Biden habría incurrido aprovechando la posición privilegiada del, en su momento, vicepresidente Biden.
La campaña de Biden papá hizo hasta lo imposible para que esa noticia no afectara el resultado de las elecciones que se avecinaban. Y la estrategia fue tacharla de “campaña de desinformación rusa”. La mayoría de los medios de comunicación que apoyaban a Biden en contra de Trump siguieron al pie de la letra la campaña y desestimaron la información porque era “desinformación rusa”. En las redes sociales empezaron a bloquear las cuentas de quienes se atrevían a mencionar el tema, porque era una “desinformación rusa”.
El colmo, sin embargo, fue una carta firmada por 50 “expertos” de agencias de inteligencia de EE. UU., quienes afirmaron, categóricamente, que la noticia no era más que una campaña de “desinformación rusa”.
El punto es que, después de 18 meses, ahora resulta que los mismos medios que dijeron que era “desinformación” tuvieron que aceptar que la noticia es cierta, que sí existía la laptop y que tenía información que ahora está siendo investigada por las autoridades judiciales. El New York Times, en un artículo que publicó recientemente sobre los problemas legales de Hunter Biden, no le quedó otra que aceptar la existencia de la computadora y de los archivos.
¿Y las acusaciones de “desinformación”? ¿Y el bloqueo a cualquiera que osara mencionar el tema? ¿Cuál era la verdadera campaña de desinformación? Y la pregunta del millón: ¿quién determina qué es “desinformación”? Sostengo que lo correcto es respetar y defender la libertad de expresión de todas las personas, que cada quien pueda decir lo que quiera, y que sean las demás personas las que decidan si le creen o no, en lugar de que exista alguien —especialmente un político— que tenga el poder para acallar a todos aquellos que no piensen como él.