Catalejo
Elección estadounidense se centroamericaniza
La forma como se está llevando la campaña electoral marca la centroamericanización de la política de los EE. UU.
Estados Unidos está en una etapa de “centroamericanización”, y lo prueba la forma como han sido integrados los binomios demócrata y republicano para la elección. Ninguno de los candidatos de noviembre es realmente un líder; los partidos dejaron de serlo, al desaparecer las condiciones tradicionales para aspirar a la Casa Blanca, a donde Biden y Trump llegaron debido a condiciones sin precedentes cuando se convirtieron en candidatos. El actual presidente fue el hombre número dos de Obama luego de una larga pero en realidad poco profunda trayectoria, mientras Trump llegó por haber recogido el voto en contra y porque logró dar una imagen de hombre fuerte, en base a un carácter gritón y díscolo. Huele, me parece a mí, a istmo centroamericano…
Es risible la forma violenta y radical de las posiciones de muchos guatemaltecos en el choque Biden-Trump.
Los demócratas no tienen un nuevo aspirante fuerte y deben recurrir a la misma tradición de dar una nueva oportunidad a quien ha sido vicepresidente. Los republicanos están conscientes de ser Trump el único con posibilidades de devolverle la presidencia a un hombre cuyo partido y posibles aspirantes al cargo simplemente le tienen miedo a las bravuconadas y muestras de desprecio por la ley, demostradas por Trump. Posee el dudoso honor de ser el único político de ese país cuya melomanía lo llevó a desconocer el resultado de las elecciones —aún sigue haciéndolo— y hoy trata de obtener el voto a pesar de sus acciones empresariales dudosas, su alabanza al principal enemigo de Estados Unidos, Vladímir Putin. Son acciones graves y sin precedentes.
Analistas foráneos serenos tienen clara la disminución de la confianza de los países aliados ante los criterios trumpistas y sobre todo la manera grotesca de presentarlos. Desde el inicio de este siglo, la pujanza de la influencia estadounidense ha sufrido desmedro, a causa de las acciones de los presidentes, todos, pero se ha aumentado en las últimas semanas. El país está en peligro de dividirse geográficamente por muchas causas, entre ellas las exageradas concesiones actuales a grupos LGBT, a la separación étnica, al rechazo a los emigrantes latinoamericanos, a poner en riesgo la confianza de los países aliados. Tiene el plan de abandonar a la NATO y a Ucrania, no quiere aceptar el peligro representado por el accionar chino, ni la creciente importancia de la India y Corea.
Biden se muestra frágil en su salud, es solo cuatro años mayor a su adversario y no parece haber comprendido la arrolladora fuerza de la audacia de Trump, hoy fuera de la presidencia pero con el temor de sus adversarios internos de ser atacados sin piedad, como ha hecho hasta con su excercana Nikki Haley. En ninguno de los partidos hay una generación con posibles reemplazantes, y demuestra la disminución de votantes en todo el mundo, al votar contra alguien, lo cual tiene efectos negativos en la mayoría de democracias liberales de Occidente. Parece terminar la etapa iniciada en Francia en 1789 y utilizada en América Española luego de la separación de España.
En Guatemala, la diferencia entre ambos no significa cambios, en realidad. Sin embargo, me llama la atención la enjundia de las discusiones, a veces batallas campales, entre quienes apoyan a cualquiera de los dos. Lo veo y no puedo creerlo. Lo hacen por pasión y con pasión. Absurdo. Ven a Biden como la representación del mal y a los demócratas como seres diabólicos. Los demócratas lo consideran sino incapaz. La negativa trumpista de aceptar el resultado de las elecciones se manifiesta en ambos grupos. El rechazo internacional es visto como mala fe, con Biden, y como muestra de los avances del comunismo, con Trump. A uno le perdonan todo y al otro, nada. También puede hablarse de
un aumento de la guatemaltequización estadounidense.