La buena noticia

La duda y la fe

Es convicción propia del catolicismo que fe y razón se apoyan entre sí.

Un rasgo que se repite en los relatos de la resurrección de Jesús es la duda inicial en aquellos que fueron sus primeros testigos. Cuando las mujeres del grupo de Jesús visitaron su tumba en la madrugada del primer día de la semana y descubrieron que estaba abierta y vacía, pensaron que el cadáver había sido robado. Esa era, en efecto, la explicación natural más verosímil del hecho. No había en ellas ninguna predisposición a imaginar ningún hecho extraordinario, a pesar de que los evangelios repiten una y otra vez que Jesús advirtió a sus discípulos que después de su muerte resucitaría. Pero al parecer, nunca entendieron cómo iba a ser esa resurrección. Según los evangelistas, las mujeres comprendieron y entendieron que Jesús estaba vivo de una nueva manera cuando se les apareció y se identificó como el mismo que había muerto en la cruz. Un acto de Dios, las apariciones, llevó a las mujeres a la convicción de que el que había sido crucificado estaba vivo. Ese esquema se repite hasta el día de hoy en el acceso a la fe.


Cuando las mujeres llevaron la noticia a los discípulos varones, estos tampoco creyeron en su testimonio. Pero es falsa la explicación de que no creyeron a las mujeres, porque el testimonio femenino no tenía valor en un mundo machista. Pues también está el relato de un discípulo que tampoco cree el testimonio de sus compañeros varones. El caso del apóstol Tomás es anecdótico. Cuenta el evangelista san Juan que en la primera aparición de Jesús a sus discípulos varones, uno de ellos, Tomás, estaba ausente. Y cuando sus compañeros le contaron que Jesús se les había aparecido se resistió a creer y pidió pruebas tangibles. “Debo tocar las llagas de los clavos para creer”. Pero el tema de la duda llega al extremo en un relato que propone el evangelista san Lucas. Los discípulos están reunidos y Jesús se les aparece. Lo primero que piensan, dice el evangelista, es que son víctimas de una alucinación colectiva: “creían ver un fantasma”. Es decir, creían sufrir una especie de ilusión óptica de estar viendo como real algo que solo estaba en sus cabezas. Jesús tiene que llegar al extremo de pedir que le den de comer como prueba de que lo que ven es real y no ilusorio.

La duda es parte integral del camino hacia la fe.


¿Qué significa la duda tan prominente en los relatos de las apariciones de Jesús resucitado? ¿Por qué se empeñan los evangelistas en destacar que al principio no hubo credulidad sino duda? ¿Acaso dar a la duda un lugar tan prominente en sus relatos no produciría en los futuros lectores la idea de que las convicciones sobre la resurrección de Jesús son fabricaciones de consuelo? Pienso que, por el contrario, lo que los evangelistas quieren enseñar a los futuros lectores es que la duda es parte integral del camino hacia la fe.


En efecto, el hecho de que los evangelios declaren sin ambages que los amigos más íntimos de Jesús, que serían después los principales testigos de la resurrección, primero dudaron significa que la fe no es credulidad; no es aceptación de algo que no se entiende por puro voluntarismo asertivo. En el caso de los primeros discípulos de Jesús, la duda se resolvió con las apariciones. En el caso de los que hemos venido después, el camino de la fe exige en primer lugar examen de los testimonios. Es convicción propia del catolicismo que fe y razón se apoyan entre sí; la fe exige razonamiento previo y comprensión posterior. Pero también es convicción católica que el puro razonamiento tampoco lleva a la fe, sino que el asentimiento es posible gracias a una persuasión interior de origen divino. La fe no es deducción lógica, sino aceptación de la verosimilitud de la evidencia por la iluminación interior de la gracia de Dios.

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.