Catalejo

Son códigos deontológicos, no de ética, por ser distintos

Un código de aceptación voluntaria no es contradictorio y muchas veces su efecto es superior a los legales y obligatorios.

Seguramente sin darse cuenta de la dificultad de la tarea en la cual planifica participar, el presidente Arévalo aceptó la sugerencia de ordenar la redacción de un código de ética para los funcionarios públicos, sobre todo nombrados. Es complicadísimo porque no son simples normas para lograr buen comportamiento de ellos. Debe tomarse en cuenta a la Filosofía, el Derecho, la Ley, la Política teórica y práctica, así como el sentido común del ciudadano ajeno a la burocracia y la política. Si es un esfuerzo serio a fin de evitar otro fracaso, debe tener bases muy profundas y complejas remontadas a 3,000 años en la Historia. Y los primeros pasos dados preocupan, porque se fijará una fecha pronta para redactarlo, aprobarlo y discutirlo. Pero… ¿por quiénes?


Empecemos por el principio: el nombre está equivocado. Las normas éticas, al ser desobedecidas, tampoco pueden ser castigadas por pertenecer al campo de la moralidad tanto personal como gubernativa. Si incluye castigo, es Ley, cuya obediencia es obligatoria y su campo de decisión sobre qué es legalmente correcto y qué no, es tarea del Derecho, no de la Filosofía. Esta es la primera ciencia de la Humanidad porque implica análisis para separar lo correcto de lo incorrecto y lo bueno o malo.. El título debe ser Código Deontológico, porque se trata de un tipo especial de normas de conducta, de valores, aceptadas voluntariamente por quien decide involucrarse en cualquier actividad humana, en este caso la burocracia y el ejercicio del poder político.

La bacanal de abusos de todo tipo obliga a buscar solución de un problema sufrido y conocido por todos.


Las diferencias entre códigos de Ética y códigos Deontológicos son claras pero poco conocidas, y por eso en demasiados casos se les considera iguales. El primer error del plan consiste en crear una comisión, verdadera garantía de fracaso para castigar todo abuso de los funcionarios. El segundo, no darse cuenta de lo innecesario de un código de acciones morales, convertidas en leyes, aunque esto se logre pocas veces. La Deontología es la ciencia de los deberes, por tanto no obligatorios pero muchas veces con mayor fuerza por ser voluntarios, y romperlos no implica castigo sino remordimiento, aunque como con cinismo se dice: “la vergüenza pasa, pero el pisto queda en casa”. Por aparte, quien es ético no necesita código; quien no lo es, simplemente lo ignora.


Los códigos deontológicos no son contradictorios en su concepto de aceptación voluntaria, porque sí incluyen sanciones. Su texto es simple, de frases cortas, contundentes, de castigos pocos y duros, a veces solo el despido, la renuncia obligatoria y la consignación para la sanción jurídica. No caben apelaciones porque se han violado principios correctos y porque provocan una duda en la integridad de quien las ha cometido. Tienen relación con la Ley, pero con una diferencia fundamental: los castigos derivados de esta caben en el código jurídico, de acatamiento obligatorio y con diversos grados de gravedad. En las acciones contrarias a la ética también hay gradaciones y éstas, en las leyes jurídicas, son tarea de defensores, fiscales y jueces para establecer los castigos.


Ley y Ética están relacionadas porque la corrección debe estar presente en ambas, pero en la práctica lo jurídico se centra sobre todo en cumplimiento de determinada ley, sin tomar en cuenta su corrección, e incluso, un viejo dicho se permite afirmar “la ley es la ley”, sin permitir interpretación. Un presidente puede y debe crear un código deontológico al menos para los funcionarios no electos. Puede ayudarlo en su popularidad de mandatario, porque los códigos deontológicos señalan qué acciones son incorrectas según algún criterio filosófico, no solo legal. Esta corrección tiene mayor peso entre los ciudadanos, sobre todo los votantes. La bacanal de abusos de todo tipo obliga a buscar solución de un problema sufrido y conocido por todos.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.