La buena noticia

Yo soy la vid verdadera

En la Biblia, el vino y el trigo son alimentos oportunos para designar otro tipo de alimento espiritual proporcionado por Dios.

Durante siglos la humanidad ha conocido el cultivo de la vid para utilizar su fruto en la producción del vino.  En la antigüedad el vino y también el trigo eran alimentos básicos imprescindibles para la subsistencia. Los hebreos, al igual que otros pueblos, también utilizaron la vid y el vino como elementos culturales y como metáfora religiosa. 

Necesitamos permanecer en la vid verdadera y abandonar las vides falsas.

En la Biblia, el vino y el trigo son alimentos oportunos para designar otro tipo de alimento espiritual proporcionado por Dios: “Venid, comed de mi pan y del vino que he mezclado” (Prov. 9,5).  El mismo fruto de la vid hace referencia a la abundancia de la tierra, a las bendiciones de Dios, a la consumación del tiempo y a la alegría de la fiesta en la eternidad. El mismo pueblo de Israel es comparado con una vid cuidada por Dios con inmenso amor y esmero; el pueblo es la vid arrancada de Egipto y plantada en una tierra mejor (Salmo 80). Pero Dios también se queja de su viña porque a pesar de los cuidados que le ha prodigado, no ha producido los frutos esperados (Isaías 5, 1-7). Jesús hará completamente propia la simbología bíblica del vino y la vid.  Uno hará alusión a su sangre derramada y la otra a la afirmación inequívoca en donde Él es la verdadera vid y sus seguidores son los sarmientos.

Después de la última cena y poco antes de sufrir la agonía, Cristo no solo se presenta como la verdadera vid, sino que afirma que sus discípulos, al igual que los sarmientos, estarán unidos a Él para siempre. En ese contexto Jesús también predice la traición de Judas y las negaciones de Pedro. Las ramas corren el riesgo constante de desgajarse del tronco. La posibilidad de la traición es persistente.  En consecuencia, es necesario permanecer unidos a la nueva y verdadera Vid. 

Algunos datos demográficos señalan que en Guatemala poco más del 90 por ciento de la población profesa la fe cristiana. Si los datos son verídicos no importa mucho, al menos en un primer momento, la denominación: católicos o evangélicos.  Lo inquietante es comprobar que la religiosidad del pueblo guatemalteco poco ha incidido en la convivencia pacífica y la prosperidad del país. ¿Faltan buenos frutos? La imagen de la vid y los sarmientos es reveladora: Para dar frutos gratos a Dios no basta con haber recibido el Bautismo y profesar externamente la fe. No es suficiente haber escuchado la Palabra de Dios o pertenecer a una comunidad cristiana.  Tampoco basta conocer a Dios teoréticamente.  Lo apremiante es participar de la vida de Cristo por la gracia y colaborar con Él en su obra redentora.  La adhesión a Cristo, decía Juan Pablo II en Guatemala en el año 1983, nos debe llevar a la justicia y a la paz. No más divorcio entre fe y vida. Si aceptamos a Cristo, realicemos las obras de Cristo.

De igual manera las palabras de Cristo “sin mí no pueden hacer nada” desvanecen la tendencia dañina de nuestro tiempo en donde el ser humano se repliega hacia sí mismo. Erróneamente se concibe “como un individuo autosuficiente que busca la satisfacción de sus intereses propios en el goce de los bienes terrenales”. La falsa autosuficiencia crea esclavitud porque nos hace indiferentes y egoístas.  Asimismo provoca corrupción porque el corrupto, creyéndose dueño de la vid, “quita la vida, usurpa y se vende”.  En lugar de la autosuficiencia, el hombre está llamado a vivir en comunión con Dios y con los demás, “necesitamos que Dios nos salve y libere de toda clase de indiferencia, egoísmo y autosuficiencia”, necesitamos permanecer en la vid verdadera y abandonar las vides falsas.

ESCRITO POR:

Tulio Omar Pérez Rivera

Licenciado en Teología Litúrgica por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma. Durante varios años fue párroco en zonas indígenas cakchiqueles. Actualmente es obispo auxiliar de Santiago de Guatemala.