PRESTO NON TROPPO

De resurrección, del arte, de la cultura

Domingo de Resurrección. Solemnidad litúrgica en el mundo occidental. Fin de un ciclo y principio de otro. Lo que ya no es, resurge —según la idea central de esa celebración. Atrevámonos, entonces, a trasladar este concepto a otros ámbitos. Por poner un caso, la resurrección del arte y la cultura de la sociedad guatemalteca. Entiéndase, de acuerdo con el diccionario, devolver la vida a un difunto; restablecerlo, darle nuevo ser.

Como premisa obvia, para que algo sea susceptible de resucitar, tiene que haber muerto previamente. Para ello, tiene que haber vivido aún antes. Nos lanzamos al vacío de las interrogantes. ¿Han muerto el arte y la cultura en Guatemala? Si es así, ¿tenían vida, plena vida, antes de morir? ¿De qué arte y de qué cultura estaríamos hablando, en primer lugar? ¿Nos referimos a eventos aislados o a los síntomas de una situación generalizada? ¿No será natural y esperable que unas manifestaciones artísticas y culturales desaparezcan para verse sustituidas por otras nuevas y diferentes? En el paso del protozoo al metazoo está implicada la muerte de éste, que canjea la gran multiplicidad y diversidad de sus células a cambio de su inevitable desgaste y su eventual defunción. Las expresiones del arte y de la cultura pasan de un estado primigenio a un grado de sofisticación tal, que tarde o temprano, fenecen y se ven remplazadas por las siguientes.

Sin embargo, cuando la muerte no es natural, ¿qué consideraciones nos merece esto? Pocos han reaccionado al anuncio, comentado inteligentemente hace una semana en un vespertino por el amigo e intelectual Miguel Flores, en torno a la desaparición del Certamen BAM Letras-F&G y del Artecentro Graciela Andrade de Paiz. La muerte –por causas no naturales– de otras dos instancias importantes para el arte y la cultura del país, sin resurrección previsible a ningún plazo. Dos casos que se suman a la ya extensa lista de golpes que de largo tiempo atrás se le vienen propinando a nuestras posibilidades de desarrollo, con todo y sus limitaciones e inconvenientes, pero harto necesarias para Guatemala. El maestro Flores incluso hace referencia al escrito de Sigmund Freud (1930), “El Malestar en la Cultura”, orientado a visibilizar la manera en que de lo cultural se deriva un sentimiento de culpa, puesto que restringe la tendencia humana a la agresividad; la civilización se somete a las exigencias económicas, cuya oferta termina reduciéndose a brindar una sensación de seguridad. ¿Por qué, pregunta Freud, habrán llegado tantos a esta extraña hostilidad contra la cultura? Haremos una paráfrasis: observando superficialmente e interpretando de manera equívoca los usos y costumbres de pueblos primitivos, los extranjeros imaginaron que esos pueblos llevaban una vida simple, modesta, feliz. La experiencia ulterior ha rectificado muchos de estos juicios, pues se había atribuido tal facilitación de la vida a la falta de complicadas exigencias culturales. Así, el ser humano cae en la neurosis porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura, deduciéndose de ello que sería posible reconquistar las perspectivas de ser feliz, ¡eliminando o atenuando estas exigencias culturales!

No faltará quien diga: es libertad de cualquiera que instaura un premio o abre un centro cultural, clausurarlo, sin intención de resucitarlo nunca. Pero, aparte que ninguna iniciativa privada es capaz de mantener estas instancias por un plazo indefinido –y a la vez, harta obligación debiera ser del Estado– ¿no será que lo que existe acá es un patético sustrato de miedo… miedo al arte y a la cultura?

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