EDITORIAL

Alarmante problema de la vida cotidiana

El anuncio del cierre del vertedero ubicado en el kilómetro 22 de la ruta al Pacífico, por haber llegado a su límite de capacidad, es tan solo el más reciente síntoma de la crisis de contaminación por desechos sólidos que aqueja a los 340 municipios del país, sin que existan planes estatales o ediles a largo plazo para revolucionar la forma en que se dispone de la basura, que hasta ahora consiste en esconderla bajo capas de tierra o simplemente lanzarla en barrancos aparentemente distantes.

Cuando los centros urbanos eran escasos, más reducidos en extensión y menos densos en población, la cantidad de desechos era también proporcionalmente menor, por lo cual no se le consideraba un desafío crítico para el bienestar de las comunidades. Desafortunadamente, desde aquel entonces los barrancos próximos a los poblados se utilizaban para tirar la basura como si se tratara de un mágico paso a otra dimensión que la haría desaparecer por arte de magia, lo cual obviamente no sucedía.

El gran inconveniente de este mecanismo obsoleto se encuentra a la vista: los barrancos no son basureros infinitos y prácticamente ningún núcleo urbano quiere cerca de sí un botadero. Tan solo el vertedero de Amatitlán recibía 36 mil toneladas mensuales de desechos, de unos 30 municipios circunvecinos que ahora deben buscar una alternativa viable que no solo debería consistir en encontrar otro barranco que llenar, sino en establecer una estrategia de clasificación, tratamiento, reutilización o conversión de la basura, que no solo permita asegurar la salubridad y proteger el medioambiente, sino además construir una nueva cultura de responsabilidad ciudadana, lo cual implica normativas, infraestructura y cooperación.

En ese sentido cabe señalar que la cooperación de países amigos puede y debe aprovecharse no solo en campos tradicionales como la educación, gobernanza, derechos humanos o infraestructura de salud, sino también en la recuperación ecológica: un área tradicionalmente relegada debido a que se creía que no tenía mayor impacto en el desarrollo, cuando en realidad es un factor clave para mejorar la calidad de vida de las comunidades.

En otras latitudes, esta implicación entre desarrollo y correcta disposición de residuos sólidos fundamenta estrategias que reducen progresivamente la creación de vertederos. Por ejemplo, en la Unión Europea, hasta 2012 tan solo un 34% del total de basura iba a dar a un relleno sanitario y para 2030 la meta es menor al 10%. Para ello se trazan estrategias de clasificación de materiales reutilizables como vidrio, cartón, papel o plástico. En cuanto a basura orgánica, como restos de comestibles, se les aprovecha mediante la elaboración de abonos o la generación de gas metano, por ejemplo.

En Guatemala ya existen casos exitosos de procesamiento de basura. Un ejemplo es la forma en que maneja desechos el Instituto Guatemalteco de Recreación de los Trabajadores (Irtra), cuyos parques en Retalhuleu conducen toda la basura debidamente clasificada a una planta de tratamiento; aluminio, cartón y plásticos van a la industria del reciclaje. El resto se transforma en fertilizante natural de gran calidad, sin que esto represente ninguna emanación de olores. Obviamente requiere de un trabajo organizado y de una clara conciencia de respeto a la naturaleza, dos consignas que deben asumir las autoridades, pero también los ciudadanos, sobre todo porque la innovación que se logre ahora para enfrentar este problema será la herencia que dejen a sus hijos y nietos.

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