EDITORIAL

Alto al daño masivo

Auténticos basureros, totales desastres, completos monumentos a la estulticia ecológica suelen observarse durante los días de descanso en diversos destinos ecoturísticos del país. No se generaliza ni se puede señalar a todos los visitantes por igual, pero en Guatemala es un desafortunado cuadro cíclico el de playas anegadas de basura, orillas de ríos convertidos en áreas de deposición, lagos arrasados por la insensibilidad ante la maravilla de los ecosistemas.

La responsabilidad ambiental no es solo una cuestión de biólogos o expertos en conservación ambiental, si bien suelen ser estas sensibilidades las que más padecen ante el deterioro progresivo de los recursos naturales. Los guatemaltecos poseemos un territorio bendecido con decenas de microclimas y centenares de parajes dotados de belleza forestal, acuífera, espeleológica, marítima y volcánica. Gracias a esa provisión natural existen maravillosos destinos ecoturísticos que generan oportunidades para el disfrute personal y familiar, pero que a su vez representan oportunidades estacionales o permanentes de ingreso económico para pobladores.

Es lógico y necesario considerar la imperiosa necesidad de generar iniciativas de educación o reeducación ambiental, para posibilitar la valoración y cuidado de los recursos que provee la Madre Naturaleza. Nadie puede conservar aquello que no valora, y tal puede ser la lamentable explicación del daño infligido a los ecosistemas que reciben a decenas, cientos, miles de visitantes durante todo el año, sobre todo en asuetos largos.

Si bien existen cuidados institucionales para zonas como Semuc Champey, en Lanquín, Alta Verapaz, o el Biotopo del Quetzal, en Purulhá, Baja Verapaz, no todos los destinos de esta naturaleza cuentan con guardarrecursos que velen por el respeto debido a las reglas esenciales de preservación. Un ejemplo tristemente célebre es el del llamado Cráter Azul, remanso de impresionante belleza y límpidas aguas en el inicio del río La Pasión, Petén. Las imágenes turísticas suelen presentar el mágico aspecto de sus pozas, rodeadas de vegetación. Sin embargo, la falta de controles de acceso y la ausencia de responsabilidad cívica convierten a tal paraíso en escenario de borracheras en descampado, como si la remota ubicación del sitio fuera un tácito permiso para el abuso.

En no pocas ocasiones se da el caso de individuos armados que intimidan a quien se atreva a reclamar sobre conductas inadecuadas. La prepotencia y el abuso del alcohol terminan de configurar un complejo escenario de insensibilidades e indolencias que conducen a daños, con frecuencia irreparables. En ocasiones, hay casos de incendios forestales que comienzan por una colilla de cigarrillo o por un fuego que no fue extinguido adecuadamente. Luego, parece que la culpa no fue de “nadie”.

Parte del surgimiento de una Guatemala renovada radica en el cultivo y la formación de esa capacidad de admirar lo que nadie, absolutamente nadie, ha construido: árboles frondosos, ríos de agua limpia —cada vez más raros— y rincones de playa en los cuales todavía no hay botellas plásticas abandonadas en la arena. En los días más duros de encierro por la pandemia fue notoria la regeneración de la naturaleza. Es importante demostrar que no es necesaria la total ausencia humana para preservar el entorno; se puede disfrutarlo y además protegerlo.

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