EDITORIAL
Combatir un peligro no debe llevar a crear otros
Resulta irónico que mientras alrededor del mundo existe una carrera contrarreloj entre laboratorios nacionales o compañías farmacéuticas por encontrar una vacuna eficaz contra el covid-19, sea precisamente la vacunación infantil contra otras enfermedades la que se encuentre en peligro a causa de la pandemia. El combate contra el covid-19 ha llevado a la conversión de hospitales de atención general a centros destinados exclusivamente a tratar pacientes de este mal infeccioso; esta situación, a su vez, ha generado focos de infección cuando llegan personas aquejadas por otros padecimientos o lesionados en accidentes laborales o de tránsito, quienes colateralmente resultan contagiados de coronavirus.
Cuando dieron inicio las restricciones sanitarias en marzo pasado, el Gobierno vendió la idea de que construiría cinco centros hospitalarios específicos para coronavirus, no solo para ampliar la posibilidad de atención sino también, se sobreentendía, que se tenía el objetivo de poder contar con una reserva de capacidad instalada para atender el resto de dolencias, en especial aquellas de carácter crónico o bien las complicaciones agudas como neumonía, infecciones gastrointestinales o cuadros febriles. Lamentablemente, en la práctica toda la red hospitalaria está involucrada en la lucha anticovid.
La cultura de salud preventiva se ha visto golpeada por la alteración de rutinas de hospitales y centros de salud, pero sobre todo por el miedo a un eventual contagio, razón por la cual miles de niños de entre 0 y 5 años han perdido la continuidad en su programa de vacunas e incluso existe el riesgo de que no hayan recibido ninguna, puesto que padres o madres optan por no acudir a dichas entidades a menos que se trate de una emergencia.
Esta ruptura en la inmunización pone a la niñez en riesgo de padecer enfermedades casi superadas como la poliomielitis o la tos ferina, o la hace en extremo vulnerable a amenazas aún vigentes como el sarampión, escarlatina o el tétanos, dolencias que pueden representar un potencial peligro de muerte o dejar graves secuelas.
Entre enero y mayo de este año se ha reducido en 33 mil el número de niños vacunados, en comparación con las cifras de 2019. Si bien hay personal de salud que se ha dado a la tarea de ir a buscar a los pequeños a sus comunidades, el esfuerzo no ha sido suficiente para reducir la brecha, una palabra que debe entenderse en su pleno sentido, puesto que no se trata solo de un rezago numérico, sino de un espacio creciente para temibles enfermedades.
Deben emprenderse campañas en dos sentidos: de comunicación social, con el objetivo de orientar a los padres de familia para que busquen la oportunidad de inmunizar a sus hijos, y calendarizar misiones ministeriales que cubran todas las regiones del país para poder administrar las dosis necesarias, bajo las precauciones pertinentes anticoronavirus, pero sin que este factor se convierta en pretexto para desamparar a la niñez, sobre todo a los lactantes. Una tercera acción debería ser la recuperación funcional de al menos un hospital de referencia para casos que no sean covid-19.
Es preciso señalar que esta situación no es exclusiva de Guatemala, pues en otros países se ha reportado una merma en el ritmo de vacunación. Sin embargo, esto no hace sino aumentar la alerta. Se deben revisar las acciones de otros estados respecto de la vacunación, sobre todo si se acepta que la nueva normalidad deberá convivir con el covid-19.