EDITORIAL

Cómplices de la marea de basura del Motagua

La marea de basura que cubre en estos días la desembocadura del río Motagua no es la única, aunque sí la más visible, consecuencia de la falta de una sólida política nacional ambiental. Hay leyes escritas, múltiples discursos pronunciados, planes explicados en campañas políticas, pero si toca decir que los resultados hablan, entonces el Motagua grita que se necesita una transformación de la gestión de desechos, pero también de la actitud personal ante el ecosistema en el cual vivimos y en el cual, aspiramos, que puedan vivir nuestros hijos y nietos.

Se dice, con precisión, que el basurero flotante del Caribe no es el único, porque también hay deslaves de desperdicios en los afluentes de la vertiente del Pacífico. La intensidad de las olas quizá disimula su magnitud, pero en humedales como Manchón Guamuchal o el Canal de Chiquimulilla, o en cuencas como la del Lago de Amatitlán, se evidencia la tormentosa y maloliente realidad de la cual todos somos autores o más bien cómplices no confesos, pues cada uno trata de negar su impacto y evadir su responsabilidad ante esta hecatombe ambiental.

El problema del manejo de residuos sólidos y líquidos a nivel metropolitano y rural lleva décadas de recibir respuestas paliativas, a menudo sujetas a homologaciones de leyes y a la voluntad política de autoridades locales. Hace apenas seis días, el Ministerio de Ambiente emitió un reglamento para la gestión integral de residuos y desechos sólidos comunes, un primer intento de frenar el deterioro de ecosistemas. Lamentablemente, su calidad de acuerdo gubernativo le da una endeble fuerza coercitiva y además, en su ambigüedad, sin efecto la prohibición de plásticos de un solo uso que cobraba vigencia en septiembre.

En el Congreso de la República se presentó el año pasado una nueva iniciativa referente al tratamiento de desechos sólidos, la cual solo parece engrosar el número de propuestas sobre el mismo tema, cuya discusión no solo requiere de voluntad política, sino de un alto sentido de responsabilidad ecológica de parte de los diputados. Otros afanes clientelares, demagógicos y hasta falsamente confesionales ocupan a la mayoría de congresistas, que ya están pensando en el año preelectoral y desde ya empiezan a repartir pelotas de futbol u otras bagatelas que solo exhiben su vacío existencial.

El alcalde del municipio de Omoa, Honduras, ha amenazado ya con presentar una denuncia internacional contra Guatemala, por la contaminación de sus playas, su principal producto para el turismo. No debe tomarse a la ligera este aviso, puesto que las pruebas de tal perjuicio están a la vista y continúan llegando a diario, ahora mismo. El recurso denominado “biobarda” que el expresidente Jimmy Morales inauguró en las postrimerías de su período tiene toda la apariencia de ser otro fiasco muy en la línea del libramiento de Chimaltenango. Tal retenedor de plásticos colapsó y con este se van literalmente a la basura Q19 millones, lo cual debe ser investigado de oficio por el Ministerio Público, si es que queda alguien que pueda hacerlo.

Finalmente y para no solo endosar culpas, en caminos, riachuelos e incluso parques naturales de Guatemala es posible encontrar el rastro de visitantes indolentes. La absurda creencia de que una bolsa más de fritura o un envase más de bebida es insignificante debe erradicarse de las mentes y de los corazones. Esa persona irresponsable que deja tirados un vaso, un empaque o una bolsa plástica es cómplice de una matanza ambiental.

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