EDITORIAL

Con los pies bien puestos en la tierra

No por ser previsibles dejan de ser lastimeras las imprecaciones presidenciales lanzadas con frecuencia en alocuciones públicas. A veces tienen apariencia de reflexión estadista, otras asumen aires teológicos y en otras ocasiones son reclamos por la falta de exaltación mediática de supuestos logros, como ocurrió con una escuela construida en Quiché por la cooperación alemana y en cuyo acto de inauguración el presidente Jimmy Morales afirmó que una buena obra como esa no saldría en las noticias del día siguiente. Tenía razón, no salió al día siguiente, porque este matutino había publicado, en espacio destacado y semanas antes del acto oficial, aquel noble aporte de una gran nación amiga al desarrollo del país.

El problema que asedia a casi todos los gobernantes es cierta necesidad de aprobación, obsesión por el elogio y convicción de que se deben conocer solo sus aciertos, no sus errores ni sus nombramientos errados ni las negociaciones hechas a espaldas del pueblo. El afán por el encomio crea un enorme valladar entre la realidad nacional y la que el mandatario cree percibir, precisamente porque subsisten las roscas expertas en ofrecer percepciones a conveniencia.

El presidente Jimmy Morales, al igual que sus antecesores, disfruta de los espacios seguros, en donde amigos y allegados se sientan a la par e incluso aplauden amablemente, mientras los cuestionamientos de la prensa quedan detrás de los anillos de seguridad. Por eso resultó tan sorpresiva, tan lapidaria y —en estos tiempos digitales— tan viral la intervención del gimnasta y medallista guatemalteco Jorge Vega, en el llamado Desayuno Nacional de Oración, una actividad típicamente estadounidense, que celebró su quinta edición en el país y que por cierto fue promovida en sus inicios por el actual embajador de Guatemala en Estados Unidos, Manuel Espina.

“Desde hace muchos años, la educación no ha cambiado, la salud no ha mejorado, la desnutrición no ha cesado y la inseguridad ha empeorado. Lo digo yo, un ciudadano que ha luchado contra toda adversidad”, dijo Vega, para luego ahondar en el desempleo, la delincuencia y las deficiencias educativas. Pero sin duda la frase más emblemática, por el propio contexto, fue la referente a los políticos y funcionarios que no cumplen con sus ofertas: “Al final del día, sus seres queridos y la justicia pueden perdonarlos, pero el pueblo no olvidará, y de la justicia divina nadie escapará”.

Hay algo que el presidente electo, Alejandro Giammattei, puede hacer desde ya para curarse en salud en materia de comunicación: no se trata de tener un vocero oficioso que evada preguntas o que las responda sin decir nada; tampoco es cuestión de tener asesores que configuren escenarios lejanos a la realidad ni mucho menos integrar equipos de redes sociales para que ataquen a las voces críticas en esos espacios y colmen de alabanzas al gobernante. Nada de lo anterior funciona realmente y están a la vista las encuestas de credibilidad del gobierno saliente. Pero lo que sí se debe priorizar es la creación de diálogos directos con sectores del país: empresarios, estudiantes, padres de familia, campesinos, jóvenes emprendedores, artistas, deportistas federados, comunidades de provincia y de migrantes, colegios profesionales y más. No serán sesiones de promesas, porque ya no se está en campaña, pero el insumo será real y no filtrado por roscas interesadas. Hay muchos más Vegas en esa ciudadanía que votó por él y también entre quienes no. Saber escuchar le daría la oportunidad de llegar a ser el primer presidente de la era democrática en mantener los pies sobre la tierra gracias al peso de la voz de la gente.

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