EDITORIAL
Cuando el transporte no va a ninguna parte
La paulatina recuperación de actividades económicas trae de vuelta, también de forma creciente, la necesidad de un transporte público eficiente, pero ello pone de manifiesto la inercial crisis en la cual se encontraba este sector antes de la pandemia. Comunas han implementado medios de transporte con diferentes tipos de autobuses, tarifas y calidad de atención. Sin embargo, a pesar de algunos acuerdos, sigue sin existir una verdadera integración estratégica para prestar este servicio.
El transporte público es, de alguna manera, la forma de alianza público privada más vetusta, pero hace tres décadas al menos los autobuseros entregaban tiquetes para justificar sus ingresos. Existen empresas, cooperativas y prestadores particulares de este servicio, ya sea con buses, microbuses o vehículos livianos, con tarifas desiguales y, a menudo, sin rendir cuentas al fisco, excepto por el consumo de combustibles, que está gravado, pero eso abarca a todo dueño de vehículos. En los últimos 50 años, el desafío de la movilidad urbana se ha enfocado en el desplazamiento de automotores, personales o colectivos. El crecimiento del parque motorizado lleva a una proliferación de nudos viales cuya solución más frecuente es la construcción de viaductos, lo cual deviene en el traslado de los puntos de atascos.
Se han dejado fuera de la discusión alternativas que en otras capitales de Iberoamérica ya marcan un punto de inflexión y una alternativa más saludable, tanto por el cese de emisiones como por el ejercicio físico que implican. La bicicleta es un medio de transporte que en el país se ha quedado más a nivel recreacional y deportivo, pero puede tener una expansión oportuna, sobre todo con el aumento de viviendas verticales en varias zonas metropolitanas.
Además del reforzamiento legal del respeto a los ciclistas se necesita fomentar una cultura orientada a reducir las emisiones de carbono, pero también de una infraestructura preferencial, integrada y eficiente para quienes se movilizan en esos vehículos de dos ruedas y para peatones. De poco sirven ciertas ciclovías en camellones centrales de bulevares si prácticamente no conducen a ninguna parte, pues ida y vuelta corren paralelas. Además, así como hay viaductos automovilísticos, se deben trazar puentes ciclopeatonales en rampa. Esto precisa obviamente de cambiar en el futuro el paradigma del transporte urbano, no solo en la capital, sino en cabeceras departamentales. Ciudades de Sudamérica y Europa están apostando cada vez más a invertir en ciclovías inteligentes e interconectadas.
El transporte público extraurbano, por su parte, precisa de una reconfiguración conceptual para reducir los accidentes, sancionar severamente las imprudencias de pilotos y garantizar el bienestar de los pasajeros. No basta un seguro en caso de percances y muertes, se necesita una operación eficiente de calidad que rinda cuentas fiscales y que corresponda a las altas tarifas que ya de por sí se pagan, las cuales encontraron en las restricciones de distanciamiento un pretexto para mantenerse onerosas.
La crisis de los combustibles fósiles, el surgimiento de nuevas modalidades energéticas y de vehículos personales deben formar parte de la nueva visión del desplazamiento humano en Guatemala. Esa transformación puede ser clave para fortalecer la competitividad nacional, que tiene en el transporte público uno de sus flancos débiles. Se puede emprender la discusión desde ya o se pueden seguir haciendo las mismas cosas para tener iguales o peores resultados