EDITORIAL

Cuidar al prójimo

La restricción para actividades educativas, sociales, deportivas y religiosas, incluyendo las tradicionales procesiones, como parte de los protocolos para contener la difusión del covid-19, constituye un suceso prácticamente inédito para la inmensa mayoría de guatemaltecos y que sin duda genera cuestionamientos de forma y fondo, tanto sobre las acciones preventivas previas por parte del Gobierno como por la ejecución de decisiones de tanto impacto.

Varias instituciones educativas, desde colegios hasta universidades, han comenzado a anunciar la implementación de actividades a distancia, a través de internet, para no perder tiempo del ciclo lectivo y continuar el proceso de aprendizaje en el contexto del hogar. Sin duda se trata de un reto formidable para directores, maestros, padres y los propios estudiantes, aunque ya existen antecedentes inmediatos de uso de nuevas tecnologías en la educación. Las aulas virtuales, foros digitales y mecánicas de trabajo colaborativo forman parte ya de las dinámicas didácticas de varias instituciones.

La gran incógnita radica en los mecanismos de continuidad en la enseñanza en el sector público, en donde las condiciones contractuales, tecnológicas e incluso económicas son desiguales y, por lo tanto, dependen más de la voluntad y espíritu de servicio de los docentes. En todo caso, la amplia cobertura de la telefonía móvil en el país podría ser un auxiliar clave en este lapso que podría llegar a convertirse en un enorme laboratorio educativo que deje valiosas lecciones para el futuro.

Por otra parte, en el plano religioso hay un fuerte pesar entre los devotos católicos de diversas imágenes cuyos cortejos no saldrán a las calles y ni siquiera podrán estar expuestas en velación, precisamente para evitar la aglomeración de personas y con ello reducir la eventual posibilidad de contagio, la cual es latente debido a que el Gobierno no pudo localizar con suficiente celeridad a todos los pasajeros que llegaron al país en el mismo vuelo del paciente asintomático que se convirtió tres días después en el primer caso diagnosticado de covid-19 en el país. Aquí también cabe hacer un llamado a la conciencia de quienes sabían en qué vuelo venían y no se reportaron voluntariamente, quizá para evitarse molestias o incluso por temor a dar positivo en las pruebas, pero se trataba de un deber moral cuyo incumplimiento entraña el peligro de haber contagiado involuntariamente a más personas.

No hay una prohibición expresa para la asistencia a misas o servicios evangélicos, pero varias iglesias han anunciado ya la suspensión de ceremonias dominicales, como una forma de solidarizarse con el objetivo gubernamental de contener el avance del virus. Por otra parte, no hay una forma certera de garantizar que serán menos de 100 las personas que se reúnan en una actividad religiosa, cifra máxima señalada por el presidente Giammattei en su alocución de ayer. En todo caso, ya en otras latitudes se ha optado por la transmisión vía video de las misas, sin feligreses externos, comenzando por la que celebra a diario el papa Francisco en la casa Santa Marta. En todo caso, el cristianismo manda amar al prójimo como a sí mismo y quizá esta sea la oportunidad de cuidarse y cuidar a otros mediante la prudencia, la paciencia y la oración, tan necesaria en estos tiempos.

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