EDITORIAL

Deserción escolar solo refleja otros abandonos

Divulgar así, como si fuera cualquier dato, la deserción de 187 mil estudiantes guatemaltecos de primaria, secundaria y diversificado el año pasado, como si se tratara de una cifra normal, es una especie de deserción del propio Ministerio de Educación respecto de la misión establecida en la Constitución de la República: “Es obligación del Estado proporcionar y facilitar educación a sus habitantes sin discriminación alguna”. De seguro se pueden listar factores que impacten en la pérdida de estudiantes en cada ciclo lectivo, pero cuando las cifras del fenómeno son tan descomunales no basta con citar causales sin cifras específicas, sin referir una evaluación cualitativa emergente y sin haber implementado planes efectivos para atajarlas.

Es muy alto el costo de oportunidad de estas horas-aula perdidas y es peor el impacto sobre la competitividad futura del país; sin embargo, no hay ninguna prospectiva por parte del Mineduc. Está claro que a los actuales titulares de dicha cartera les interesa mucho más la publicidad preelectoral, las escasas inauguraciones de edificios escolares, las contadas remodelaciones y, por supuesto, los pactos a escondidas con el jerarca magisterial Joviel Acevedo, ubicuo para reclamar prebendas y aumentos sin evaluación, pero que sin escrúpulos deserta del compromiso de echar a andar un plan nacional de innovación integral de alto desempeño para el aprendizaje infantil y juvenil en todos los niveles. Ni hace ni deja hacer, mientras sus seguidores también desertan de su capacidad crítica a costa de la formación intelectual del bono demográfico.

Los desafíos de la pandemia fueron enormes, inusitados y severos. Los números de estudiantes que abandonaron las aulas fueron enormes en el 2020 a causa del impacto económico del cierre sanitario de los planteles, dificultades de conectividad, barreras metodológicas y apuros económicos de las familias. Fue un año de reinvención, de innovación y de cambio impulsado en su mayoría por maestros entusiastas y dedicados que superaron la limitación de recursos. Pese a las deficiencias de gestión comenzó una transformación digital para potenciar didácticas a distancia, con nuevas herramientas y ruptura de paradigmas memorísticos previos.

No obstante, la miopía burocrática exhibió falta de creatividad, de capacidad de planificación y poca claridad en la misión crucial. Se desperdiciaron meses que debieron aprovecharse para efectuar remozamientos a gran escala de establecimientos y no por falta de recursos, sino por la priorización de criterios clientelares. El equipamiento tecnológico pudo extenderse y capacitar a los maestros para poder efectuar más que videoconferencias y enviar correos electrónicos con tareas, sobre todo en los grados de secundaria. Pero no ocurrió, al menos no en la escala necesaria para generar un impacto duradero en el desempeño del modelo docente. Tampoco hubo liderazgo proactivo que empujara esa evolución cualitativa para fortalecer el bachillerato en Educación y la carrera universitaria de maestros de primaria.

Por el contrario, se continuó una tendencia dañina en el Mineduc: favorecer las contrataciones de recomendados por el sindicato magisterial o traficadas bajo la mesa por parte de diputados venales de departamentos como Chiquimula, Jutiapa o Huehuetenango, en lugar de priorizar el fortalecimiento del claustro con el fichaje de maestros con grado universitario, que representarían un cambio de paradigma en la medida que vayan ocupando los lugares del antiguo magisterio.

En el campo tecnológico la situación es todavía más lamentable, puesto que en el proyecto de presupuesto 2023 se le reduce un 75 por ciento al rubro de equipamiento digital, una total deserción institucional a la transformación.

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