EDITORIAL

Despropósito pone a Rusia en encrucijada

Aunque Vladímir Putin prosigue la retórica guerrerista —con invocación atómica incluida— las restricciones impuestas por las potencias del G7, que incluyen el aislamiento de la banca rusa del sistema financiero internacional, están por colocar a su país en un trance complicado. Ciudadanos de Rusia han roto el miedo y han salido a las calles a manifestar, pese a saber que serían arrestados. Van más de cinco mil detenidos, pero podrían ser muchos más si el mandatario se empecina en sostener una invasión que no resultó tan rápida ni tan sencilla, pero que acarreará dificultades.

Quien ha salido ganando en imagen y admiración es el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, quien no solo respondió a la invasión con un discurso de apelación democrática, sino que se rehusó a ser evacuado con apoyo de EE.UU.. Se quedó para combatir a los agresores, pero sobre todo para inspirar una resistencia que gana más admiración por día, por hora. A la teleguerra dirigida por Putin, Zelenski plantea un derecho de legítima defensa inspirado en el anhelo de libertad.

Aún quedan decenas de miles de efectivos rusos e imágenes satelitales captan caravanas de vehículos artillados y tanques en ruta a la capital ucraniana Kiev, lo cual pone a su vez en duda la verdadera intención de la propuesta de supuesto diálogo, a desarrollarse en suelo de Bielorrusia, país de gobierno cuasidictatorial y aliado de Putin en el ataque. Sin embargo, también causan fuerte impacto las imágenes de transportes militares rusos destruidos en carreteras y ciudades. En esta batalla de David y Goliat ha sido clave el papel de las fuerzas armadas con apoyo de civiles. La dura prueba aún no termina y el costo humanitario ya es grande.

Los llamados al cese del ataque se multiplican alrededor del mundo. Marchas con personas de todas nacionalidades, incluyendo a rusos que se oponen al belicismo putiniano, reclaman un alto el fuego y retirada inmediata. Por si fuera poco, la Unión Europea, por primera vez en su historia, aprobó el envío de ayuda militar a Ucrania, como muestra de su compromiso con este Estado que ha pedido su adhesión a este ente.

Es imposible saber si el líder ruso será capaz de reconocer su despropósito o si se empecinará en mandar a morir a cientos de jóvenes soldados rusos y a obligar el desalojo de decenas de miles de familias que vivían pacíficamente. La crisis humanitaria que se avecina por causa de un discurso saturado de apelaciones étnicas, así como excusas más bien propias de la Guerra Fría, recaerá sobre el Estado ruso, lo cual incluye a la ciudadanía que avala, por miedo o por indiferencia, esta acción que ahora tendrá también consecuencias económicas y sociales para ellos mismos, para las empresas, el comercio, la industria y la competitividad de la nación.

Incluso si, hipotéticamente, Putin consiguiera aniquilar la resistencia ucraniana, algo que parece cada vez más improbable, no sería un triunfo sino una derrota unívoca ante la historia, debido a que lanzó el ataque como un discurso de apoyo a dos regiones separatistas, pero atacó a toda una nación; además, ofreció no afectar a la población civil, pero esto es prácticamente imposible en una operación de tales dimensiones. Finalmente, hay todavía más sanciones en camino, que golpearán la productividad. Será menos derrota reconocer que calculó mal su estrategia y menospreció la fidelidad del ejército ucraniano al cual pidió traicionar a su máximo líder.

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