EDITORIAL

Día de la Solidaridad

Con frecuencia se asocia el concepto de solidaridad con las reacciones generosas de ciudadanos ante una adversidad, un evento climático catastrófico o una emergencia. En efecto, se trata de acciones espontáneas que ponen de manifiesto la capacidad de compartir y de buscar reconfortar de alguna manera a los damnificados por el clima, factores telúricos, accidentes o condición de pobreza y hambre.

Cada 20 de diciembre se conmemora el Día Internacional de la Solidaridad, impulsado por la Organización de Naciones Unidas como una forma de refrendar el espíritu de unidad y cooperación entre sus integrantes, para contribuir mutuamente a la superación de rezagos del desarrollo y a la puesta en común de soluciones exitosas en el campo educativo, tecnológico, de administración comunitaria, cuentadancia y salubridad, entre otros.

Se puede afirmar, sin duda alguna, que la pandemia de covid-19 ha puesto en evidencia las grandes brechas entre potencias industriales y países en vías de desarrollo, pero también las deficiencias de la comunicación y establecimiento de protocolos colaborativos en contra de esta u otras amenazas patológicas que el futuro traiga.

Ahora que existe la opción de desarrollar una vacunación global que pueda frenar la propagación o reducir el impacto del coronavirus en el organismo, se produce una nueva exhibición de fuerzas: países grandes se abalanzan para conseguir la mayor cantidad de vacunas y dejan a los demás casi a merced de las capacidades del mercado. Las cifras de solicitudes de vacunas a los laboratorios farmacéuticos son elocuentes. Afortunadamente existe el mecanismo Covax, impulsado por la OMS, para brindar acceso equitativo a las vacunas anticovid-19, aunque este solamente asegura una cuota inicial correspondiente al 20% de la población y depende también del aporte económico de los gobiernos.

Mientras llega esa inmunización, los ciudadanos deben mantener las medidas de seguridad como el uso de mascarilla, respeto al distanciamiento y desinfección constante de manos, con un elemental sentido de autoconservación pero también como un ejercicio responsable de la solidaridad. A nadie le gustaría que un ser querido fuera innecesariamente expuesto al riesgo en una unidad de transporte urbano, en un establecimiento comercial o en su centro de labores. Es justamente esa capacidad de empatía, de ponerse en el lugar de otros, lo que puede posibilitar una conducta sanitaria responsable.

Se aproxima la Navidad, una ocasión que merece celebrarse en paz y unión familiar. La pandemia obliga a cambios drásticos en esta tradicional fiesta, sobre todo en lo referente a las visitas a hogares de familiares o amigos. La sugerencia de las autoridades es evitar las reuniones numerosas y, de preferencia, permanecer en la propia vivienda. Quizá suena como a la pérdida de un momento emotivo muy esperado, pero son esos los sacrificios que vale la pena hacer en nombre de la solidaridad, o si se quiere ver con un lente cristiano, inspirados en un espíritu de amor al prójimo. Ese es quizá el mejor homenaje para los más de 4 mil 600 guatemaltecos que no podrán compartir la próxima Nochebuena con sus seres amados.

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