EDITORIAL

El amor va más allá

En verdad infausta ha sido la semana previa al tradicional día del amor y la amistad, a causa de actos violentos, deshumanizados, irracionales, ajenos a cualquier conciencia de valores y cuya brutalidad amenaza incluso con arrebatar la bondad inherente y el sentido de misericordia mediante la exacerbación de impulsos de venganza y discursos colmados de demagogia sobre castigos potencialmente inviables. La realidad guatemalteca está plagada de contrastes, agudizados por conductas antisociales, agresivas y ventajosas. Mafias, gavillas e individuos marcados por el odio, el rencor y el egoísmo contaminan el entorno, atropellan el derecho ajeno con sus desbocadas ambiciones y enfermizas pretensiones que únicamente dejan luto, dolor y muerte. El asesinato de la niña Sharon Figueroa, en Petén, y la masacre de una familia, incluyendo a menores, en Concepción Las Minas, Chiquimula, son dos de los sucesos más reveladores e impactantes de los días recientes. Pero no los únicos. Desafortunadamente la violencia prosigue, las extorsiones continúan, y de alguna manera el país parece atrapado en una espiral absurda.

Sin embargo, tales penumbras son solo parte de la realidad que se vive en el territorio guatemalteco y existen a lo largo y ancho del país abundantes —y a menudo ignoradas— manifestaciones de valores sólidos, dignos de imitación. El amor cotidiano de padres a hijos, de esposos con cinco, 10, 50 o más años de caminar juntos; la abnegación de decenas de médicos, enfermeras y personal de primera línea que luchan contra la pandemia; cientos de bomberos y paramédicos que atienden emergencias las 24 horas de cada día; miles de maestros que prosiguen con su sagrada misión de compartir el saber. Todos con un sentido de servicio que solo se explica a través de una axiología centrada en el trascendental valor de la dignidad humana.

La renovación de valores se produce en el cotidiano convivir de las familias, en el ejemplo de los padres, en el comportamiento coherente de las figuras públicas y en la coincidencia integral de credos religiosos con prácticas públicas. “Las muchas  aguas no podrán apagar el amor”, reza un texto del Cantar de los Cantares, texto bíblico referente al amor de un hombre y una mujer: de donde nace la vida, pero que puede ser extrapolado perfectamente hacia cualquier manifestación de amor sincero, amor filial, amor de amigos, amor a los compatriotas, amor al prójimo.

El egoísmo, la soberbia y la codicia son factores que suelen estar detrás de actos que arrebatan vidas, ya sea con brutales agresiones o a través de agonías lentas, como ocurre con los niños privados de un desarrollo digno a causa de la falta de continuidad de programas por escasez fondos, los cuales han sido saqueados. “Dios es amor”, es otra afirmación sagrada que debe guiar el actuar de toda persona que profesa un credo religioso, sobre todo el de políticos que invocan a Dios en cada momento. Es una creencia que conmina a actuar de manera consecuente, no con dobles raseros. La transformación ética del país está en manos del ciudadano, en el amor que provea a su familia, a su trabajo y al servicio que conlleva; en el amor a su patria, traducido en la exigencia de procesos transparentes, administraciones probas y certeza de consecuencias legales severas para quienes transgreden leyes como no mentir, no robar o no matar.

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