Editorial

El desarrollo precisa de mucha más energía

La demanda de energía eléctrica en el país ha crecido a un ritmo de 3.4% por año, mientras que la capacidad de generación únicamente crece 1.5% anualmente.

El aumento de la demanda de energía eléctrica en el país ha sido constante en la década reciente, y ello obedece al crecimiento poblacional, pero también al surgimiento de nuevas empresas, comercios e industrias. Asimismo, la digitalización de muchas actividades y servicios precisa de un flujo constante de energía, no solo para la prestación de bienes y servicios, sino para mantener la competitividad nacional.

Sin embargo, el Ministerio de Energía contempla, a pedido de la Administración del Mercado Mayorista, la posibilidad y necesidad de declarar un estado de emergencia eléctrica, al menos para los próximos tres meses, debido a la fuerte baja en el flujo de ríos que mueven instalaciones de hidrogeneración. Ante un escenario de falta de lluvias, ello podría agravarse. Esto obligaría a retornar a plantas de generación termoeléctrica con búnker, más cara y contaminante, pero quizá la más inmediata, para compensar este desfase. Otra vía es la compra de energía, que eleva costos a distribuidoras y usuarios finales.

La demanda de energía eléctrica en el país ha crecido a un ritmo de 3.4% por año, mientras que la capacidad de generación únicamente crece 1.5% anualmente. Entonces, la importación de energía ya se ha utilizado, pero su costo depende de las condiciones que ponga el país generador o la misma competencia por obtener la misma. De hecho, en mayo del 2022 se registraba el precio más alto por megavatio hora: US$156. Hablando en cifras, en ese año Guatemala pagó US$130 millones por ese concepto. Ello contrasta con épocas previas, durante las cuales Guatemala exportó electricidad. De dos mil 500 gigavatios hora vendidos en el 2018, cayó a solo mil gigavatios en el 2022. Estos contrastes y la posibilidad de una crisis en el suministro eléctrico hacen necesario continuar la discusión de la matriz de generación eléctrica y su diversificación.

Esta posible crisis evidencia la importancia de las inversiones en generación sostenible de energía, comenzando por las hidroeléctricas, tan vilipendiadas por ciertos grupos, a menudo por intereses muy ajenos a la ecología. Las plantas de energía solar o eólica no se libran de señalamientos cuya principal debilidad es que no plantean alternativas viables para suplir un servicio que ellos mismos utilizan para publicar comunicados en medios digitales, para elaborar volantes en impresoras eléctricas o para difundir mensajes con amplificadores, también eléctricos.

La sola consideración de racionamientos eléctricos, ya sea por horarios o por áreas, hace recordar épocas de hace más de 30 años, cuando no existía toda una economía interdependiente de la energía. Debería evitarse a toda costa, con números en mano, para tratar de que la población misma sea la que optimice el recurso. De hecho, para impulsar las políticas de inversiones en el país se requiere una disponibilidad de energía aún mayor a la actual en condiciones normales.

Guatemala necesita, literalmente, de mucha energía para encarar los desafíos del desarrollo, y la única salida proactiva, aunque no inmediata, de esta posible crisis es propiciar las inversiones en recursos renovables. La generación por biomasa de ingenios aporta 29% de la demanda y se suma a 31% provisto por generadoras de carbón y el 25% de las hidroeléctricas. El búnker aporta 6%, y podría ser la que se incremente para enfrentar el actual faltante, pero no es sostenible a largo plazo. En todo caso, toda esta realidad y su discusión constituye el mejor argumento para desmentir a grupúsculos delictivos que acicatean las conexiones ilegales para robo de energía bajo discursos demagógicos de una falsa gratuidad.

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