EDITORIAL
El mejor premio
El reciente anuncio del Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2022 para la escritora Gloria Hernández fue recibido con júbilo unánime dentro de la comunidad literaria, debido al talento creativo de la autora, a su especial dedicación a la creación infantil y a sus altos méritos académicos. Es el trigésimo quinto perfil literario guatemalteco distinguido con tal honor y la séptima mujer, lo cual es llamativo porque en el país existen tantas creadoras dignas de encomio.
“La literatura infantil abre las puertas a la imaginación”, dijo la escritora en una entrevista con Prensa Libre, hace un lustro, cuando fue admitida como miembro numerario de la Academia Guatemalteca de la Lengua por sus altos méritos intelectuales y la defensa constante de la sana evolución idiomática. En efecto, sus cuentos y poemas dirigidos a niños promueven la reflexión a través de metáforas sencillas y recursos literarios muy oportunos, lo cual siembra semillas de nuevos lectores en un país tan necesitado de mayor comprensión y análisis de ideas.
Su nombramiento refrenda el valor de escritoras guatemaltecas, comenzando por todas aquellas que existieron en años previos a 1988, cuando el Premio fue instituido, y por supuesto, exaltando los logros de las que fueron reconocidas con este: Luz Méndez de la Vega (1994), Margarita Carrera (1996), Ana María Rodas (2000), Carmen Matute (2015) y Delia Quiñónez (2016). Cabe mencionar el hecho de que el anuncio se haya efectuado el 19 de octubre, fecha del nacimiento del nobel de Literatura guatemalteco, cuando tradicionalmente ese día ocurre la ceremonia de entrega.
Aunque el premio ha sido designado sin interrupción, se debe hacer constar que la difusión de la obra de los homenajeados ha sido desigual e irregular. El máximo honor para un escritor guatemalteco debería ser figurar en los libros de texto de lectura escolar, afirmaba el gran maestro Augusto Monterroso al agradecer este mismo galardón en 1997. La obra de varios ganadores sigue siendo poco difundida por el Estado, que tácitamente adquiere el compromiso de hacerlo al otorgar el mérito. Un diploma y una dotación económica no son suficientes para reconocer el aporte de estos intelectos privilegiados.
Un caso elocuente es la poetisa Isabel de los Ángeles Ruano, premiada en 2001 y cuya obra fue publicada por la editorial Cultura, con la dirección de Francisco Morales Santos, aunque con tirajes limitados, por los pocos recursos otorgados a esa entidad. Morales Santos también fue galardonado en 1998, pero eso no evitó que fuera virtualmente expulsado de dicha casa editora a causa de su espíritu crítico, propio de un autor de su talla intelectual. Son precisamente esas las paradojas que aún debe superar ese premio nacional: pasar del pergamino a la difusión masiva de imaginarios, mundos y puntos de vista críticos de las contradicciones de este país.
Lo anteriormente expuesto en manera alguna resta mérito a la obra de Gloria Hernández. Por el contrario, su mejor premio, más allá de un diploma y una medalla, sería la lectura de sus cuentos y poemas en todos los niveles educativos del país.