EDITORIAL

El milagro de leer

A pesar de los avances digitales y la multiplicidad de fuentes de información a través de audio y video, la lectura de un buen libro resulta una vivencia insuperable de aprendizaje o disfrute estético, si no es que ambos. El soporte electrónico ha ganado terreno, pero sostener ante la mirada atenta una novela, un ensayo o un poemario impreso, que no requiere de baterías ni de recarga, ni está sujeto a las interrupciones de mensajes de redes sociales, constituye una experiencia de comunicación que vale la pena fomentar.

Durante esta semana continúa abierta la 16 Feria Internacional del Libro, que está dedicada al poeta k’iche’ Humberto A’kabal, fallecido en enero último, a causa de las lamentables carencias en el sistema hospitalario de provincia. Además está como invitado de honor el Estado de Chiapas, México, con el cual Guatemala tiene una larga y entrañable relación histórica, así como numerosos elementos identitarios comunes, entre ellos la presencia de etnias mayas. Ambos factores son valiosos, debido al Año Internacional de los Pueblos Indígenas.

El fomento de la comprensión lectora es una deuda educativa pendiente del sistema guatemalteco, ya que figura entre las carencias reincidentes de los estudiantes de primaria, básicos e incluso graduandos de diversificado. En buena parte, esta dificultad radica en una actitud equivocada hacia el hecho de leer, que por mucho tiempo se consideró una imposición o un castigo.

El primer paso para inculcar una cultura integral de lectoría radica en el ejemplo que brinden padres y maestros, puesto que desde el vientre materno se pueden comenzar a compartir textos literarios, en un entrañable ejercicio que puede llegar a marcar toda la vida. Por supuesto, se hace necesario que desde la primera infancia se continúe con el fomento de la lectura lúdica, que motive la curiosidad y permita el disfrute de imágenes y textos.

Ciertamente, el hecho de leer requiere paulatinamente de una mayor disciplina, a fin de cubrir extensos tramos de texto, por razones académicas o laborales, pero este esfuerzo puede ser más efectivo si se cuenta con una predisposición positiva.

La lectura comprensiva y profunda labra las mejores facultades de cada ser humano, pues amplía el conocimiento, enriquece la empatía y permite superar lastres como la charlatanería política o las poses intelectualoides de personajes que presumen de tener acervo cuando en realidad solo repiten frases halladas al azar en internet. Es notoria la pobreza conceptual de numerosas figuras públicas que terminan por exhibir sus carencias al no poder sostener diálogos de altura, al manejar secretismos insostenibles o enfrascarse en pensamientos extremistas o dogmáticos generados a causa de la falta de suficientes lecturas, tanto de clásicos literarios como de producciones recientes. En fin, para el buen lector siempre hay algo más por aprender, mientras que para el ignorante la tendencia es a descuidar o menospreciar el fomento de la creación escrita.

Hasta la fecha ningún gobierno ha implementado una verdadera estrategia de difusión literaria, de antiguos y nuevos valores, quizá por simple y llano desinterés, pero esto mismo desnuda la poca visión de quienes tendrían la potestad de posibilitar una mayor reflexión.

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