EDITORIAL

El país busca un tesoro que tiene frente a sí

La alegría de una meta cumplida es innegable, las felicitaciones de familia y amigos son el justo premio para años de esfuerzo sostenido de miles de jóvenes que culminan la etapa de diversificado. Pero una vez pasada la ceremonia de graduación y entrega de títulos, viene la   búsqueda de una oportunidad laboral —y eventualmente una carrera universitaria— en un entorno cada vez más competitivo, que demanda  habilidades que no todos poseen, ya sea por la natural falta de experiencia, deficiencias en el proceso de aprendizaje o conocimientos no adquiridos.

A pesar de los avances tecnológicos de las últimas dos décadas, la evolución en los contenidos de carreras vocacionales permanece anclada en buena proporción a  criterios  rebasados  por la automatización de procesos, las necesidades de eficiencia en las empresas o las exigencias competitivas que requieren los negocios y emprendimientos personales, los cuales pueden ser una vía de crecimiento económico, pero que suelen quedarse varados por falta de visión gerencial, criterios administrativos o proyecciones de crecimiento adecuadas, así como el quedarse encerrados, muchos de ellos, en la economía informal.

Se calcula que son alrededor de 170 mil los jóvenes que se suman al mercado laboral del país, una cifra que no necesariamente será absorbida por la oferta de plazas existentes, en las cuales suelen figurar requerimientos básicos, como hablar inglés, dominar el uso de paquetes informáticos o poseer habilidades numéricas y abstractas, lo cual reduce  el margen de posibilidades de contratación así como el rango salarial que se pueda obtener, sobre todo si se comparten estudios y empleo.

También existen factores actitudinales que pueden convertirse en criterios de selección, pero que la educación tradicional no necesariamente provee de forma sistemática, tales como la  iniciativa, que conduce a una persona a actuar proactivamente o efectuar un esfuerzo extra sin esperar un requerimiento;  el espíritu innovador, que constituye un aporte a la productividad de cualquier organización, o la ética, que posibilita la coherencia de valores y acciones.

Parece increíble, pero también la comprensión lectora y la concentración en objetivos suelen convertirse en barreras para numerosos jóvenes, ya que este rubro educativo continúa siendo una de las debilidades recurrentes de la formación académica, según las mediciones de calidad del Ministerio de Educación y cuyo impacto se refleja en la efectividad del cumplimiento de instrucciones, directrices y planes.

Cabe señalar que no todo son deficiencias: la juventud guatemalteca  mantiene cualidades innatas muy propias de la identidad local, tales  como la adaptación al cambio, el ánimo de aprendizaje continuo, la actitud positiva, la buena disposición al esfuerzo motivado y el sentido de servicio, todo ello a pesar de las adversidades, la transculturización y  las limitaciones socioeconómicas. Tales cualidades  bien podrían ser la base para generar nuevas oportunidades de capacitación técnica, educación universitaria y  formación en idiomas, ya sea dentro o fuera del país, a través de una gran alianza público privada, apolítica, con enfoque de Nación, que apunte no solo a frenar la fuga de talentos, sino a convertirlos en piezas clave de la reingeniería estratégica del país. Y debe actuarse pronto, porque de lo contrario, cuando la desesperación despierte, el tesoro ya no estará allí.

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