EDITORIAL
El regreso a clases y la brecha digital
Después de tres décadas de expansión digital parece mentira que en muchas escuelas públicas de Guatemala las computadoras estén presentes en una proporción reducida respecto del número de alumnos. Los innumerables recursos informáticos, interactivos y didácticos que se encuentran en la red a menudo no pueden ser aprovechados en las aulas o en las sesiones a distancia debido a que todavía no existe capacidad generalizada para su asimilación. Si esa ya era una barrera, la pandemia terminó de alejar a miles de estudiantes de este tipo de ventajas en el aprendizaje.
En los hogares promedio a menudo, con un poco de suerte, los padres han podido invertir para adquirir una computadora, quizá con una módica cuota de internet, pero si en la casa hay dos, tres o más hijos, el recurso tiene un tiempo de utilidad restringido. En otros casos se podrá contar con teléfonos inteligentes, pero el aprendizaje por esa vía puede implicar deficiencias de visualización y acceso.
Y si en las principales ciudades del país existen limitaciones, hay que ver la precariedad que afrontan tantos escolares en la provincia, donde las computadoras portátiles son casi un mito y un laboratorio de computación con conectividad, una quimera. En las escuelas, con frecuencia, comités de padres de familia, personas altruistas, migrantes y empresas con responsabilidad social se dan a la tarea de donar ordenadores a planteles para ofrecer oportunidades.
Hay establecimientos privados que procuran brindar calidad metodológica y herramientas que aseguren el conocimiento, así como paquetes que integran textos, tareas y portales digitales con ejercicios y evaluaciones, pero la exigencia no es la misma. Otros colegios no cuentan con plataformas didácticas efectivas, lo cual también va en detrimento de la calidad de la enseñanza, sobre todo en tiempos de distanciamiento físico.
Así de duras son las realidades que rodean la brecha digital de la educación en el país, cuya situación acaso estaba oculta por las clases presenciales, que en cierta manera es la excusa de la falta de visión de sucesivos gobiernos acerca de las necesidades y competencias que exige el mundo laboral de hoy, donde la naturaleza del trabajo está cambiando y las tendencias digitales permanecerán después de la crisis sanitaria.
El regreso a clases anunciado para el 22 de febrero en el sector público en este segundo año de pandemia acentúa la urgencia de enfocarse en la recuperación de aprendizajes no desarrollados y de sentar las bases para acortar la brecha digital, en especial cuando es un hecho que, al menos este año, la población estudiantil seguirá recibiendo la mayor parte de su aprendizaje sin asistir a los centros educativos con la frecuencia deseada.
Mientras tanto, aquellas mentes infantiles y adolescentes que podrían tener un alto potencial de rendimiento académico en áreas como matemática, razonamiento abstracto o habilidad espacial, entre otras, se ven sujetas a una especie de ruleta del destino: si les toca una escuela o colegio con maestros comprometidos con un mejor futuro, es probable que su talento llegue lejos, pero si por limitaciones magisteriales o carencias en la infraestructura les toca un plantel sin los requerimientos adecuados, entonces podrían estar condenados a ser víctimas de la brecha educativa que, en el entorno digital y acelerada por la pandemia, parece profundizarse cada vez más.