EDITORIAL
El tiempo más triste es el tiempo perdido
Van y vienen ideas, planes, proyectos, propuestas en diversos rubros de la infraestructura nacional que se quedan en ideas, planes, proyectos y propuestas a causa de la indecisión de sucesivas autoridades, la falta de visión prospectiva y la ausencia de escrúpulos de los politiqueros —que no políticos—, quienes utilizan argumentos polarizantes para obtener votos, lo cual incluye cuestionar grandes emprendimientos viales o aeroportuarios bajo la falaz justificación de que son obras que solo benefician a un sector de la población. Claro, hay que señalar responsabilidades de todos aquellos funcionarios y diputados que se dedican a armar montajes publicitarios, a dramatizar fiscalizaciones anodinas e interpelaciones intrascendentes, o a montar polémicas populistas que a la larga terminan en más engaño, más palabrerío y, por supuesto, más tiempo perdido.
El gran problema es que entre tantas digresiones estériles y fariseísmos siguen transcurriendo los años, los lustros y las décadas, sin que se produzca el despegue de un gran proyecto nacional de conectividad terrestre y aérea que pueda aprovechar la posición geoestratégica del país para convertirlo en un verdadero núcleo regional para líneas aéreas, algo que sí han podido hacer países como El Salvador o Costa Rica.
Las advertencias sobre el tiempo de vida útil del Aeropuerto Internacional La Aurora se han sucedido desde la década de 1990, cuando se empezó a discutir la conveniencia de crear una nueva terminal aérea, de mayor capacidad, en el territorio de la Costa Sur, posiblemente bajo un modelo de inversión público-privada licitada a escala internacional. Desafortunadamente, el crecimiento urbano desordenado, la falta de controles de uso de suelos y la misma dinámica económica centralizada han dejado al aeropuerto La Aurora prácticamente encerrado, sin posibilidad de mayor crecimiento, lo cual le deja una vida útil de 10 a 15 años, según evaluaciones efectuadas por organismos internacionales.
Gobierno tras gobierno han terminado por esconder la cabeza en la arena y se han limitado a hacer remodelaciones, recapeos y mejoras más bien cosméticas que comprometen aún más la competitividad aérea del país. Por si fuera poco, la infraestructura aeronáutica privada se encuentra mal ubicada, según señalan los mismos estudios, que sugieren su traslado hacia el norte de la pista de aterrizaje, para poder ampliar el área de rodamiento, un requisito urgente para permitir una mejor operación.
El costo de este plan de recuperación temporal asciende a US$158 millones, poco más de Q1 mil 230 millones, según cálculos basados en sucesivos análisis del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Agencia Nacional de Alianzas de Desarrollo de Infraestructura Económica (Anadie) y la firma Deloitte Tetra Tech. No es un proyecto barato, pero tampoco es uno que se pueda relegar por mucho tiempo, y lo mismo puede afirmarse de la posibilidad de un futuro aeropuerto internacional fuera del área metropolitana, con las conexiones viales necesarias para hacerlo funcional no solo a escala nacional, sino regional. El tiempo sigue corriendo, el costo de oportunidad continúa aumentando y seguramente vendrán más argumentaciones, más pretextos e incluso más retrasos para tratar de favorecer a allegados. Mientras tanto, los aviones vuelven a aterrizar y despegar de una terminal que en este momento tiene los años contados.