EDITORIAL

Elegir plantel se tornó una decisión complicada

Tantos aspectos de la vida se han visto trastornados con la pandemia y sometidos a inéditos desafíos: el empleo, el transporte, el comercio, los viajes, la convivencia con seres queridos y también la educación. En este último ámbito son numerosos los desafíos abiertos, con respuestas que van desde una aceleración de planes visionarios de transformación hasta la ampliación de brechas en el aprendizaje que ya se marcaban antes del covid-19 pero que hoy constituyen inminentes preocupaciones sobre la calidad educativa y las metodologías más efectivas para generar habilidades y competencias relevantes.

Es así como la obligada pero muy esperada decisión de elegir un centro de estudios para el inicio de la etapa preprimaria y primaria de los hijos se ha tornado una tarea llena de incertidumbres y ofrecimientos, los cuales varían según el paradigma de los planteles, su tendencia a la innovación, el equipo docente, administrativo y, hoy por hoy, el soporte digital detrás de su propuesta didáctica, un recurso que algunos centros impulsaban decididamente pero que la mayoría tenía como auxiliar ocasional o un aspecto biensonante para publicitarse.

Estamos por cerrar ya el segundo ciclo lectivo con modalidad a distancia, tiempo en el cual se han producido importantes avances a partir de iniciativas de profesores, directores, expertos en pedagogía y plataformas educativas vinculadas con editoriales de libros de texto, compañías de comunicación por videoconferencias o promotoras del trabajo colaborativo a distancia que de pronto dieron un giro de las oficinas a las aulas virtuales, desde diversas modalidades de costo. Sin embargo, en todo caso, quedan a cargo de la ejecución de asignaturas los maestros de cada establecimiento, y es allí donde comienzan a marcarse las diferencias de rendimiento.

Sin afán de juzgar de manera peyorativa a nadie en específico, existen centros escolares que prácticamente se conforman con entregar algunas guías “de estudio” condicionadas a la lectura de textos, con alguna explicación por video grabado o en vivo, pero sin llegar a romper el ciclo escolástico; es decir, sin poder constatar a ciencia cierta la asimilación de conceptos, factor crucial para la construcción de conocimientos encadenados e interconectados. Y si esta realidad existe en algunos colegios privados, la situación en escuelas públicas puede llegar a ser aún más desoladora. Las cifras de deserción en el 2020 fueron espantosas: más de 63 mil niños no concluyeron el año. Y para este 2021 puede llegar a ser peor.

Las dificultades económicas y el desempleo fueron un factor colateral que condujo a muchas familias a trasladar a estudiantes hacia el sistema público, con lo cual la continuidad de su formación estaba en riesgo, y a ello se suman las limitantes con las cuales se hayan encontrado. En este punto es el Ministerio de Educación la entidad que mejor información numérica puede proveer a fin de evaluar el impacto de la pandemia en la formación del principal tesoro del país: su niñez y juventud.

Menuda tarea aguarda a los padres de niños en edad preescolar, sobre todo porque las cifras apuntan a que la crisis sanitaria se extenderá hasta los primeros meses del 2022, y para el aprendizaje no hay tiempo que perder. Por lo tanto, se necesitan centros educativos digitalizados en más de un sentido, docentes comprometidos con el aprendizaje de sus alumnos y también con el crecimiento de sí mismos a través de la lectura, la investigación y cultura interactiva. De otra forma, no los alcanzará el futuro, sino un obsoleto pasado de autoritarismo, unidireccionalidad y memorismo.

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