EDITORIAL

Emergencia vial socava turismo y competitividad

El copioso inicio de la temporada de lluvia ha puesto al desnudo, como ya es tristemente cíclico en el país, la vulnerabilidad de la infraestructura vial por la falta de monitoreo y mantenimiento, lo que se suma a los azarosos efectos de las deficiencias técnicas en la ejecución de obras —ya sea deliberadas o por crasa incapacidad—, los amaños de contratos, la falta de estudios geológicos e hidrológicos, así como su documentación vinculante, además de los compadrazgos en la supervisión, por mencionar algunos de los factores que detonan emergencias de alto impacto, como la del socavón de Villa Nueva y el derrumbe de un talud en la ruta Interamericana, las cuales se conjugan de manera desastrosa.

Por milagro, el deslave de la CA-1 no causó víctimas mortales, aunque bloqueó por completo el masivo desplazamiento de tránsito el domingo. La lentitud de los trabajos de limpieza fue evidente y mucho más las graves pérdidas ocasionadas al sector de hotelería y líneas aéreas, pues se perdieron vuelos y reservaciones, y la consiguiente derrama económica que representan los visitantes, nacionales y extranjeros, especialmente en Antigua Guatemala.

El caos predominó durante horas en la carretera, con cientos de vehículos varados, situación que puso de manifiesto la ineptitud de las policías municipales, la Policía Nacional de Tránsito, Provial e incluso la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres, que fueron incapaces de reaccionar. El deslave era un indicio de la fragilidad del terreno junto al cual permaneció el largo congestionamiento vial, con familias y viajeros en los vehículos. A nadie se le ocurrió crear plataformas o romper arriates para desviar los vehículos en dirección contraria o bloquear el tránsito desde kilómetros antes.

A mediados del siglo XX surgió un concepto empírico popularmente denominado ley de Murphy, referente al riesgo de malos resultados en experimentos, atribuida a un científico desarrollador de cohetes, Edward A. Murphy Jr., quien investigaba sobre dispositivos de seguridad astronáuticos. “Si hay más de una forma de hacer un trabajo y una de ellas culmina en desastre, alguien lo hará de esa manera”, habría sido la declaración, referida por su hijo, Robert Murphy, un decir que ha sido parafraseado de muchas formas al punto de parecer un mito o una suerte de sarcasmo.

Sin caer en un determinismo fatalista, es posible tomar dicho enunciado como una explicación probabilística de los riesgos que entraña el manejo discontinuo, irresponsable y clientelar de la red vial del país. Lo mismo vale decir del precipitado vertido del material denominado lodocreto en el agujero de Villa Nueva, cuyo alcalde promocionó el “trabajo” de pie sobre el relleno, horas antes de que se deslavara. Ante las críticas, arguyó buenas intenciones y una lamentable descalificación a los profesionales del área: “Contra la fuerza de la naturaleza y las fallas geológicas no hay fuerza humana ni técnica, ni maestrías ni doctorados que las detengan”, dijo.

Aún así, el ministro de Comunicaciones pidió ayuda a ingenieros del Comando Sur de EE. UU. para evaluar el área de la grieta, de lo cual se puede colegir que contra lo que no hay grados académicos que resistan es contra los dictados de funcionarios sin capacidades ni criterios para enfrentar emergencias. El cambio climático trae desafíos enormes, pero poco se puede hacer si pesan más la imprevisión, los conflictos de interés o el cortoplacismo electorero. Lo más triste es que el país entero pierde con los costos irrecuperables para el turismo, la productividad y el comercio, debido a la inexcusable incompetencia de algunos.

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