EDITORIAL

Erradicar riesgo de polio es imperativo nacional

Guatemaltecos adultos que padecieron poliomielitis en su niñez pueden expresar las incontables dificultades padecidas a lo largo de su vida como consecuencia de las secuelas físicas de esa enfermedad, entre las cuales las más características son la atrofia muscular, deformaciones en el desarrollo óseo de las extremidades y parálisis de ciertas partes del cuerpo. La discapacidad resultante impacta en la vida cotidiana, la inserción laboral y la misma socialización. Esta grave infección viral fue identificada en 1840 pero pasaron más de cien años para que se pudiera crear una vacuna, que ha protegido efectivamente a cientos de millones de niños desde 1948.

Existen países que ya declararon la erradicación total de la poliomielitis gracias a eficaces programas de vacunación y a la participación responsable de los padres de familia. Sin embargo, Guatemala no figura entre ellos y, por el contrario, la niñez se encuentra en un peligroso nivel de desprotección. Desde la década de 1990 no se reportan casos, pero en los últimos 20 años ha decaído la cobertura de inmunización hasta el 80% de la población, cuando el mínimo ideal es de 95%. Esta diferencia abre un margen de riesgo que puede desencadenar decenas o cientos de casos irremediables.

Existen síntomas vinculados con la infección como fiebres, dolores y parálisis, pero también hay casos en los cuales no se advierte ninguna señal de alerta inmediata y solo se nota el paso de la enfermedad cuando los niños pasan a la adolescencia y sus patrones de crecimiento se ven alterados: piernas que no se desarrollan, debilidad muscular o malformaciones. Nada se puede hacer ya en esa etapa, pues el daño está hecho.

¿Para qué arriesgar a los hijos a sufrir esta enfermedad? Las autoridades de Salud realizan campañas de inmunización, no solo contra la polio, sino contra otras enfermedades como el sarampión, la rubeola, la difteria y el tétanos. Es responsabilidad de los padres o encargados de los menores llevarlos a que reciban las dosis correspondientes. No basta una o dos. Tiene que ser el esquema completo para asegurar que el organismo pueda combatir con efectividad el poliovirus.

A lo largo de la historia no han faltado grupos negacionistas u opuestos a toda forma de inmunización. Se vio durante la pandemia, pero también antes de ella. Todo credo es digno de respeto, pero cuando un dogmatismo a ultranza pone vidas en peligro de muerte o graves padecimientos, se vuelve cuestionable porque está negando un aspecto esencial de toda fe: la dignidad de la persona hecha a imagen y semejanza de Dios. La acción de la Providencia Divina se refleja en la capacidad humana de crear medicamentos y vacunas para luchar contra enfermedades.

Ante el actual reto que enfrenta Guatemala, pueden ser las propias iglesias las protagonistas y promotoras de la protección y bienestar de los hijos y nietos de su congregación e incluso llegar a solicitar y facilitar sus instalaciones para emprender jornadas comunitarias de vacunación. Lo mismo vale decir de municipalidades, comités comunitarios, asociaciones de vecinos y también empresas, como parte de programas de responsabilidad social. En este momento hay niños en abierto peligro de ser víctimas inocentes e indefensas de los crueles efectos de la polio. El país entero debe unirse en favor de una robusta campaña nacional de vacunación contra la enfermedad. Son tres dosis, cada una de tres simples gotas que pueden significar la diferencia entre una vida sana o un calvario de por vida.

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