EDITORIAL
Expresión liberadora
La libertad de expresión es un derecho insustituible, innegociable e indivisible que forma parte integral de cualquier sistema político que se precie de ser democrático.
Cualquier intento por regatearla, coartarla o hacerla dependiente de permisos oficiales o privados conlleva irremisiblemente una censura, declarada o tácita. Los intentos por limitarla y aun suprimirla existieron en diversas medidas a lo largo de la historia, con cualquier cantidad de contextos y pretextos.
Casos lamentables son los de regímenes como Venezuela y Nicaragua, que no solo acallan las voces críticas de sus ciudadanos, sino también de los medios de comunicación, bajo la equivocada tesis de que son portadores únicos de la verdad. La única verdad es que estas acciones son patrimonio exclusivo de déspotas que a menudo se han visto acuerpados por grupos políticos y económicos afines que temen el disenso y las perspectivas diferentes, pero que al final terminan hundidos en el mismo fango de la vergüenza histórica.
Por otra parte, la libre expresión no solo se ve limitada por la intolerancia a la emisión del pensamiento.
Existen otras realidades que también son causa de un sopor intelectual que a la vez le corta las alas a la generación de ideas, entre ellas una educación pública mediatizada por seudolíderes que solo se interesan por presumir una masa magisterial atraída por ofertas clientelares pero que exhibe en sí misma una incapacidad de renovación, prueba de lo cual es la estadía de las mismas figuras, por décadas, al frente de tales movimientos.
Otro aspecto que evidencia el poco fomento al desarrollo del pensamiento, que a su vez deteriora la capacidad de elaborar propuestas ciudadanas de solución a los ingentes problemas, es el poco apoyo que se da a las artes, sobre todo a la literatura, que conllevan en sí mismas el germen de una creatividad que al mismo tiempo puede incentivar, estimular y renovar el diálogo social.
A diferencia de sistemas escolares en Estados Unidos y Europa, los certámenes estatales escolares de poesía, narrativa, ensayo y oratoria en Guatemala son actividades que quedaron prácticamente varadas hace décadas, con muy contadas excepciones.
En otras palabras, la libre expresión puede enriquecerse aún más si se fomenta la lectura comprensiva desde la infancia; la libre expresión puede marcar una diferencia de desarrollo si se superan los modelos educativos repetitivos que exhiben sus pobres resultados en cada prueba anual a los graduados.
La libre expresión es un potencial pendiente de aprovechar si se les enseña a los niños y adolescentes a pensar con integridad por sí mismos, para no ser presa de demagogos que cada cuatro años quieren hacerse pasar por súbitos defensores del derecho ciudadano pero que, una vez en la diputación, la alcaldía o la presidencia, se vuelven no solo intolerantes al justo reclamo ciudadano, sino negociadores y facilitadores de nuevos pactos de mediocridad a cambio de apoyos en masa para sus fugaces períodos.