Editorial
Fraude dictatorial de Maduro es insostenible
Mientras más desesperado esté el régimen dictatorial, se cometerán más tropelías.
Por más que lo niegue el sátrapa venezolano Nicolás Maduro, el fraude electoral por la reelección está a la vista y está anotado para la historia, por lo cual su permanencia en el poder se hace inviable, improbable e insostenible. No solo es la miseria en la cual ha hundido a su país. No solo es la destrucción del aparato productivo. No solo es el haber plagado al Gobierno e instituciones de aduladores y lamebotas, es el abierto insulto a la dignidad de sus ciudadanos, cuyas voces pretende acallar a sangre y fuego. Pero los muertos claman justicia y los presos políticos, que ya se cuentan por millares, no se callarán, mucho menos los estadistas dignos que hoy le plantan una oposición unificada desde la sólida tribuna de las justas demandas de reconstruir el estado de derecho.
Con un poco de retraso, pero a la luz —o más bien las sombras— de las ilícitas acciones represivas del chavismo —que rima con abismo—, la Organización de Estados Americanos emitió una declaración en la cual se exige el resguardo de los bienes electorales y la publicación de las actas del proceso eleccionario del 28 de julio. Era demasiado esperar que el chavista —que rima con arribista— aceptara la voluntad soberana de una ciudadanía hastiada de la miseria en un país con grandes reservas petrolíferas, que solo han beneficiado a un pequeño círculo de allegados y también a naciones totalitarias, con regímenes despóticos, cuyo apoyo envalentona al tirano.
Vaya novedad, los países de la denominada “alianza bolivariana” —sí, con minúsculas— rechazan la resolución de la OEA y la descalifican. No podía esperarse más de otras autocracias desfasadas, como la bicéfala dictadura nicaragüense o el cerrado régimen de Cuba, la cual, al igual que otros signatarios antillanos del Alba dependen del petróleo venezolano y firman lo que sea.
El repudio internacional, encabezado por Estados Unidos y la Unión Europea, le ha calado fuerte a Maduro y su séquito. Despotrican, prosiguen con sus peroratas populistas, pero carecen de pruebas, porque en su pavor por la derrota se apresuraron a anunciar una falsa victoria sin respaldo. Se atienen a contar con el apoyo de una fiscalía general cómplice y cooptada. También mantienen cierto control sobre el Ejército, pero en filas militares hay creciente descontento por la tácita supresión de la carrera militar en favor de elementos que ofrecen lealtad a costa de traicionar su misión —que rima con sumisión—.
Las voces de Edmundo González, presidente legítimamente electo, y de la opositora Corina Machado no dejan dormir a la rosca chavista. Hay líderes políticos en prisión y otros bajo asilo en embajadas. Ya solo falta que en su ciega locura Maduro o alguno de sus esbirros ordene traspasar cualquier norma diplomática, pero eso solo aceleraría su acabose. No hay sustento para los tiranos más que la fuerza bruta; no hay más verdad en sus palabras ni dignidad en sus acciones, porque atropellan cualquier rastro de respeto al pueblo, y la historia invariablemente pasa factura. Mientras más desesperado esté el régimen dictatorial, se cometerán más tropelías. Pero con cada una se aproxima aún más a su final. El pueblo venezolano debe seguir unido ante los abusos, y su valentía debe ser respaldada por todas las naciones democráticas. Es necesario reconocer que incluso gobiernos otrora afines a las tendencias del chavismo, como Brasil y Chile, han señalado la inconveniencia del fraude, la irracionalidad de la violencia y, a la larga, la insostenibilidad del régimen. Maduro culpa a X, a WhatsApp, a las redes sociales…, pero, en realidad, solo debería verse al espejo y hallará al responsable de su debacle.