EDITORIAL

Fuegos que amenazan a futuras generaciones

En 25 años, Guatemala ha perdido cerca de la mitad de su cobertura forestal debido, básicamente, a la tala para obtener leña o usos maderables, cambio del destino de suelos para pastizales de ganadería y por incendios, accidentales o provocados, una destrucción cuya dimensión parece no causar la alarma necesaria a pesar de que sus efectos ya son evidentes en cuanto a temperaturas, lluvias y contaminación del aire.

En la actual temporada seca se han reportado 445 incendios en varias partes del país, cuyo combate corre a cargo de brigadas y soldados que no siempre están equipados de la mejor manera para enfrentar estas titánicas tareas. Según datos del Sistema Integrado de Información Forestal de Guatemala, en el 2017, último año del cual se consignan datos totales, la mitad de los casos se debió a incendios causados deliberadamente, mientras que una cuarta parte fue originada por rozas agrícolas sin control.

En los últimos cuatro días, la vegetación de cerros de San Juan Gascón, Sacatepéquez, a pocos kilómetros de Antigua Guatemala, ha sido devorada por las llamas. Aunque por momentos se creyó sofocado el siniestro, existen denuncias de que personas inescrupulosas incendian otras áreas, con lo cual se debe reiniciar el esfuerzo, que se ve complicado por la topografía del terreno y la dificultad para transportar agua. Vecinos y empresarios antigüeños se unieron en el noble esfuerzo de rentar un helicóptero para poder combatirlo, ante los pocos recursos de los elementos oficiales.

El área con mayor extensión de bosque en el país sigue siendo Petén, pero a su vez suele ser el más golpeado por incendios. Según datos del Consejo Nacional de Áreas Protegidas, en el 2017, en Petén, se registraron tres mil 633 puntos de calor y en el 2018 hubo 2 mil 95 puntos. Las proyecciones para este año son desoladoras, debido a que se considera que debido a la actual sequía, la peor en 17 años, se espera que se duplique la cifra de siniestros.

La amenaza no es exclusiva de Petén, porque este año grandes extensiones forestales se han quemado en todo el país, aunque los mayores daños están en Escuintla, Jutiapa, Zacapa, Quiché, Sololá, Quetzaltenango, Guatemala, Jalapa y Huehuetenango, lo cual constituye una verdadera tragedia nacional, si se considera que el nombre de nuestro país significa “lugar de árboles”.

Ello conduce a la búsqueda de soluciones, que pasan por campañas de prevención y educación, pero que deben ir más allá. La meta nacional debe apuntar a la recuperación del patrimonio natural perdido: la reforestación como una política ecológica de Estado. Ciertamente han existido algunos programas oficiales, pero a menudo han tenido el inconveniente de ser politizados e instrumentalizados con fines electorales. De hecho, ya se escuchan propuestas desaforadas por parte de candidatos que únicamente buscan replicar ejercicios fallidos como los puestos en marcha desde el gobierno del extinto FRG, que pactó pagos por siembras cuya prosperidad y permanencia no pudo ser verificada.

Por otra parte, se necesitan leyes preventivas que protejan con firmeza parques y reservas nacionales, que a menudo son objeto de invasiones. Son los últimos pulmones que le quedan no solo a la nación, sino al mundo, y dadas las condiciones del país, con tantas dificultades para el desarrollo, la apuesta por el ecoturismo comunitario podría ser una de las palancas para un mejor futuro, siempre y cuando el fuego, la ambición y la corrupción no terminen de devorar la naturaleza que nos queda.

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